El 31 de julio de 1914, se prohibió por decreto zarista en Rusia la venta y la producción de bebidas alcohólicas. La prohibición debía entrar en vigor coincidiendo con el periodo de movilización: Rusia entraba en la Primera Guerra Mundial. Pero, antes de que concluyeran las operaciones militares, la prohibición, lejos de levantarse, fue prolongada. Además, el derecho de prohibir el alcohol fue transferido de las autoridades centrales a las locales: a las dumas municipales, a las comunidades rurales y a las asambleas de los zemstvos.
Entonces, en algunas ciudades y distritos, se permitió el comercio de vino y de cerveza, pero el vodka quedó vedado en todas partes. Los diputados campesinos de la Duma Estatal presentaron un proyecto de ley para retirar el alcohol “de la libre circulación para siempre”. Esta ley, como es lógico, no se aprobó, aunque la prohibición del alcohol se mantuvo por mucho tiempo: después de la Revolución de 1917, los bolcheviques no la levantaron. En Rusia la “ley seca” estuvo en vigor once años.
Según las estadísticas, en Rusia no se consumía tanto alcohol: cinco veces menos que en Francia, por ejemplo, y tres veces menos que en Italia. Sin embargo, se bebía casi exclusivamente vodka y en grandes cantidades, no con demasiada frecuencia pero en dosis mortales.
Durante la guerra ruso-japonesa (1904-1905) las borracheras masivas entre los reclutas dificultaban la movilización y la proporción de soldados aquejados de problemas mentales a causa del consumo de alcohol era significativa.
En vísperas de una nueva guerra el zar hizo un viaje por las provincias rusas. “Con profundo dolor tuvo que asistir a las desoladoras estampas de enfermedades del pueblo, de miseria familiar y explotaciones agrícolas abandonadas: las inevitables consecuencias de una vida de embriaguez etílica”, escribió en aquel tiempo el historiador Serguéi Oldenburg.
A principios de 1914 se dirigió al Ministerio de Finanzas un decreto zarista con la indicación: “Mejorar la situación económica del pueblo, sin temor a pérdidas financieras”, dado que los ingresos en el tesoro público tienen que proceder no de una venta que destruye “las fuerzas espirituales y económicas” de la población, sino de fuentes más sanas.
¡Éste sí que era un paso radical! Los ingresos por la venta de vodka constituían el tercio del presupuesto estatal, ni más ni menos. Y en 1915, año de guerra, la Duma Estatal hizo su presupuesto excluyendo este artículo por completo de los ingresos en el tesoro público. El político británico David Lloyd George calificó este acto de “la proeza de heroísmo nacional más majestuosa que conozco”. El hecho de que se pudiera llevar a cabo esta renuncia testimonia de por sí el enorme potencial de Rusia en aquellos años.
“Incluso los animales domésticos se han puesto de buen talante”
Inmediatamente después de que entrara en vigor la sobriedad forzada empezaron a efectuarse investigaciones estadísticas. Sus asombrosos resultados se publicaron en las obras del psiquiatra Iván Vvedenski, del famoso médico Alexander Mendelson y otros.
Según sus datos, se redujo en varias veces el número de crímenes, se vaciaron los hospitales psiquiátricos, los pueblos se transformaban literalmente a ojos vistas. Los campesinos no sólo restauraban las granjas, compraban samovares, relojes de pared y máquinas de coser, sino que también guardaban el dinero que no gastaban en las cajas de ahorro.
Muchos de los que participaron en las encuestas declararon que estaban dispuestos a pagar impuestos adicionales con tal de que nunca se reanudara el comercio del alcohol. “Incluso los animales domésticos están de buen talante”, declaró uno de los entrevistados. De pronto surgieron problemas inesperados: las facultades de medicina empezaron a quejarse de la falta de cadáveres para sus ejercicios de anatomía: antes utilizaban los cuerpos de los suicidas, pero con la sobriedad imperante nadie se apresuraba a quitarse la vida.
Los autores también reconocen la existencia de consecuencias negativas provocadas por la ley seca. Antes que nada el aumento de la destilación clandestina en los pueblos y el consumo en las ciudades de sucedáneos, como alcohol desnaturalizado, barniz y laca. Sin embargo, se considera que el samogón (aguardiente casero) y el barniz sólo pueden consumirlo en sustitución del vodka los borrachos empedernidos. La supresión del alcohol creaba ciertas dificultades en el día a día. Las bodas abstemias les gustaban a muchos porque se disminuía cuantiosamente el gasto, pero enterrar a alguien en Rusia sin vodka es decididamente imposible.
Existía el riesgo de que el aburrimiento por la falta de vodka empujara a algunas personas al juego de cartas y a la depravación. Pero los autores del folleto, en el contexto de esa estampa de bienestar general, invitaban a no dar un significado especial a esos escasos fenómenos negativos.
Barniz, saqueos y cocaína
Pero el panorama no era tan apacible como se quería hacer ver. Sólo en agosto de 1914, se destruyeron 230 antiguas tabernas en provincias rusas: la población exigía vodka. En algunos lugares la policía disparaba contra los saqueadores.
El gobernador de Perm (1.200 km al este de Moscú) se dirigió al zar con la petición de que se permitiera la venta de alcohol aunque fuera dos horas al día “para evitar enfrentamientos sangrientos”. La movilización tampoco fue tan plácida como se esperaba, pues los reclutas asaltaban los almacenes de vino cerrados en las ciudades, las tropas los reprimían, el número de asesinados se contaba por centenares.
En los años de la revolución los saqueos de vino se convirtieron en una práctica corriente: los bolcheviques tuvieron que tirar por el alcantarillado toda la bodega del Palacio de Invierno, que contenía botellas por un valor de miles de rublos de oro y otras colecciones de vino muy caras, con el fin de que los soldados no se hicieran con el botín y bebieran demasiado.
Debido a que las fábricas de vodka estaban cerradas, casi 300.000 trabajadores se quedaron sin recursos para subsistir y el tesoro público tuvo que pagarles una compensación.
El consumo de sucedáneos de alcohol por parte de los habitantes de las ciudades fue adquiriendo unas proporciones monstruosas, la producción de barniz y de laca se multiplicó por diez. Algunas memorias escritas en los años prerrevolucionarios no hablan en absoluto de una sobriedad apacible sino de una borrachera rural generalizada. Hacían samogón de todo lo que se terciara: serrines, viruta, remolacha y otras plantas forrajeras. La venta de bebidas alcohólicas fuerte estaba permitida en los restaurantes de categoría superior, algo que enfurecía a todos aquellos para quienes esos locales eran inaccesibles.
Además, la guerra y la ley seca causaron una oleada terrible de toxicomanía, sobre todo en San Petersburgo. Hasta hace poco aún se vendía libremente en las farmacias cocaína y heroína, pero de repente muchas sustancias se reconocieron como drogas peligrosas y se prohibió su circulación. Se debe recordar que en 1915 los griegos y los persas suministraban opio a Rusia y que de Europa se traía cocaína. Precisamente la cocaína se convirtió en un elemento ineludible no sólo del petersburgués decadente sino también del comisario revolucionario con cazadora de piel.
Conexión entre dos tiempos
El poder soviético anuló por completo la ley seca en 1925: se necesitaban medios para modernizar la economía. Hay testimonios de aquella época sobre el día en que se pusieron de nuevo en marcha las fábricas de alcohol. Conforme a algunos de ellos, la gente lloraba por las calles y se besaban de la alegría. Según otros, también había lágrimas, sí, pero de miedo y desesperación.
Muchas realidades y la retórica de aquellos años coinciden hasta lo inverosímil con las realidades y la retórica de la campaña antialcohol de la década de 1980 inspirada por Gorbachov. Las descripciones de las bodas abstemias y los razonamientos de hasta qué punto eran magníficas se pueden transferir, sin necesidad de introducir cambios, de las páginas de los informes de 1914 a las páginas de los periódicos de 1986. La principal semejanza reside en que, en ambos casos, inmediatamente después de la entrada en vigor de las medidas antialcohólicas se produjo en el país un cambio de régimen.
Mijaíl Bútov es escritor, ganador del Premio Booker ruso.
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