La historia de un país a través de un edificio

Fuente: Anastasia Parneva

Fuente: Anastasia Parneva

Irina Kagner es la vecina más antigua del edificio de la compañía de seguros Rossía de Moscú. Situado en el bulevar Sretenski vivió los arrestos y la ayuda mutua entre los inquilinos en la época soviética. En los años 90 los apartamentos cambiaron de inquilinos con mucha frecuencia. A sus 112 años, el edificio sigue teniendo una vida muy ajetreada, del mismo modo que Irina. Ella guarda en su memoria a muchas de las personas que han pasado por él: académicos, famosos, porteros, empleados de los órganos de seguridad estatal y ladrones: todos bajo el mismo techo.

El edificio

Vivo aquí desde el año 38, da hasta miedo decirlo. Nací en Moscú, mi familia y yo vivíamos en el mismo centro, en la calle Arbat. En este edificio vivían mis abuelos y yo me vi obligada a mudarme con ellos cuando arrestaron a mi padre.

Me fui a vivir con mis abuelos y mi madre se quedó en Arbat. Yo era muy pequeña y muchas veces, cuando me quedaba sola, lo escudriñaba todo, conozco cada rincón de este edificio, desde la azotea hasta el sótano.

Pero esto fue ya después de la guerra aquellos años los pasé en Izmáilovo, al este de la capital. Ahora es un barrio no muy alejado del centro, pero entonces teníamos allí nuestra dacha, justo donde comenzaba el parque. La impresión más brillante que guardo sobre el comienzo de la guerra se produjo cuando me llevaron al sótano. Allí había un refugio, y antes de ello la residencia de los porteros. Y de pronto me llevaron a aquel sótano, adonde siempre había tenido prohibido bajar. ¡Estaba tan emocionada!

Y en el mismo bulevar Sretenski cayó una bomba, pero el edificio no sufrió grandes daños, únicamente se rompieron algunos cristales. Después nos fuimos y volvimos ya en marzo del año 43, y nuestros vecinos un poco antes. Algunos ni siquiera habían llegado a marcharse, de modo que el edificio nunca había estado vacío. El Día de la Victoria lo celebré en el bulevar Sretenski. Había una orquesta tocando y mucha gente se reunió en la calle.

Los vecinos

En nuestra época, los pisos comunales en los que viven varias familias juntas son algo raro. Yo misma sigo viviendo en un piso comunal, porque no puedo irme de este edificio. Pero entonces era distinto. No puedo decir que se viviera en la más perfecta armonía, pero cuando a alguien le sucedía algo, la gente se ayudaba.

Casi justo después de la guerra murió mi abuela y mi madre trabajaba todo el día, no volvía hasta las nueve o las diez de la noche. Yo creo que sobreviví precisamente gracias a que vivía en un piso comunal. Porque mis vecinos controlaban cuando y adónde me iba de casa y me ayudaban a hacerme la comida.

Fuente: Anastasia Parneva

En nuestro apartamento había gente de todo tipo. Vivía una pareja de intelectuales con sus dos hijos, uno era actor y el otro redactor de la revista de la Academia de Ciencias. En otra habitación había un empleado de correos. Había incluso un ladrón profesionalTodos lo sabían

En el piso no había un hombre más educado que él, se llamaba Vania. Era bajito y bastante guapo, y los hombres que le visitaban tenían siempre unas pintas muy raras. Vania estaba especializado en robos en domicilios. Eran tiempos difíciles, pero en toda la época estalinista nunca fue a la cárcel, a pesar de que todo el mundo lo sabía todo.

Los vecinos del edificio también eran de lo más variopinto. Había altos funcionarios de antes de la revolución, obreros e intelectuales.

Muchos de los vecinos de nuestro portal fueron arrestados. En la época estalinista, 18 personas de este edificio fueron fusiladas.

Vivíamos muy apretados, en todas las ventanas había luz. Ahora miras el edificio de noche y está oscuro. Cuando la gente tiene ocho habitaciones en su casa, únicamente se ve luz en una de ellas. Pero cuando en cada habitación viven varios, siempre hay alguno que necesita luz. Por eso, en el patio había luz incluso sin encender los faroles.

Sobre los estudios

Yo estudiaba en una escuela que había en el siguiente cruce. Mis maestros eran todavía de la época anterior a la revolución. Recuerdo muy bien a mi primera maestra. A pesar de nuestras dificultades, cuando había una fiesta todos intentábamos llevarle un regalo: comprábamos una caja de caramelos y alguna figurita. Y ella ponía la figurita en la sala de maestros y compartía los caramelos, nos hacía a todos cerrar los ojos y nos ponía uno de la boca.

Fuente: Anastasia Parneva

En un periodo como aquel, en el que los niños estaban medio hambrientos, estos detalles se quedaban grabados en la memoria. Ella imponía unas normas muy estrictas. A finales de la guerra había gente muy distinta y a nuestro colegio iban algunos niños ricos.

De modo que si ella veía que algún alumno llevaba un bocadillo, les decía a sus padres: “En su casa pueden dar al niño lo que quieran, pero no aquí. En esta clase hay niños que pasan hambre”. En mi clase había niños de todo tipo: tanto niños que vivían en sótanos como hijos de grandes académicos.

Los años 90 y la actualidad

En los años 90 se comenzó a echar a la gente de los pisos de un modo criminal. Aquí murieron 15 personas. La gente nunca llegaba a sus nuevos pisos. Además, pasado algún tiempo empecé a ver a antiguos vecinos que deambulaban por aquí. Ahora sólo quedan tres o cuatro pisos en los que siguen viviendo sus antiguos inquilinos. A mí también me propusieron que me fuera, pero yo me negué.

Los talleres del tejado antes únicamente se entregaban a los artistas conocidos y ahora allí viven por lo general sus herederos. En lo que respecta a cualquier reforma en el edificio, siempre ha habido restricciones, ya que se trata de un monumento arquitectónico de relevancia federal. Pero en los años 90 nadie lo respetaba. Ahora están a punto de hacer una reforma general y el arquitecto fue a ver qué habían hecho. Quedó horrorizado por lo que encontró allí.

Artículo publicado originalmente en ruso en Bolshói Gorod.

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