La princesa soviética y el rajá indio: el amor de la hija de Stalin

Fuente: Ria Novosti

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Los productores rusos presentaron en el Festival de Cannes un proyecto cinematográfico que ha despertado el interés tanto de los inversores rusos como de los indios: el romance entre la hija de Stalin y un político indio gravemente enfermo, Brajesh Singh.

Sobre la vida de Svetlana Alliluyeva, la única hija de Iósif Stalin, se podría rodar más de una película, incluso una serie de televisión basada en los numerosos sucesos y aventuras que completan su biografía. En 1966, a los 40 años, huyó a Norteamérica. Estando en Delhi, pidió asilo político a los EE UU, donde editó un libro de memorias titulado ‘Veinte cartas a un amigo’ y se hizo millonaria.

Sus relaciones con los hombres conformaron los episodios más llamativos de su vida.

Fuente: AFP / East News

En 1942, cuando tenía 16 años, Svetlana vivió un tempestuoso romance con el conocido guionista soviético Alexéi Kapler, uno de los autores de la entonces famosa película Lenin en Octubre. Kapler era veinte años mayor que su amada, hecho que incomodaba al padre (a la par que todopoderoso dictador) de Svetlana. Aquello no gustó al líder soviético, menos aún sabiendo que Kapler era judío y Stalin, aunque lo ocultaba, era antisemita.

Además su hija era menor de edad. En definitiva, todo un cuadro. Kapler recibió primero una cordial advertencia para que se mantuviese al margen, pero este hizo caso omiso y lo enviaron cinco años a un campo de trabajo.

Svetlana se casó dos veces y se divorció enseguida. Entre sus románticas distracciones se encontraba también el conocido escritor y disidente Andréi Siniavski. Alliluyeva llegó a visitar incluso a su mujer, María Rozanova, para pedirle que le entregara a su marido. Pero Rozanova, mujer de una notable inteligencia y futura editora de la revista Sintaxis en París, encontró la forma de rechazar la oferta de la hija de Stalin de manera sutil. 

El rajá indio

En 1966 Svetlana emigró a los Estados Unidos. Había viajado a la India para enterrar a su pareja de hecho, Brajesh Singh. El 6 de marzo acudió a la embajada de Estados Unidos en Delhi, donde solicitó el asilo político.

“Se trata de una increíble historia de amor entre la princesa del Kremlin y el hijo de un rajá indio”, cuenta a RBTH Anastasía Perova, productora de la película Svetlana.

“Fue pura casualidad que me enterara de esta historia antes de partir para el Indian Film Bazaar, que se celebra cada año en Goa. Se la conté a mis colegas y sentí el interés que despertaba entre los profesionales indios y europeos del mundo cinematográfico”.

“Nadie entendía qué veía en él: era calvo, delgado, desgarbado, con barba de chivo y además estaba gravemente enfermo”, recordaba más tarde el entonces director del KGB, Vladímir Semichastni.

Fuente: Getty images / fotobank

Nadie pudo comprender para qué un extranjero enfermo (él tenía un enfisema pulmonar) necesitaba a una mujer de mundo, que además era mucho menor que él.

Brajesh Singh era hijo de un adinerado rajá, pero al hacerse comunista rompió con el sistema de castas indio y emigró a la Unión Soviética, donde empezó a trabajar como traductor en una editorial. “Nos conocimos en Moscú en octubre de 1963, al encontrarnos casualmente el mismo día en el mismo hospital”, escribió Svetlana Alliluyeva en el libro de memorias Un solo año. 

Como Romeo y Julieta

Él tenía una formación inmejorable, antes de llegar a la URSS había vivido en Europa. En el seno de una totalitaria Unión Soviética, este intelectual de conciencia libre constituía una rareza. La inteligencia local de la época estaba mucho más reprimida.

Decidieron vivir juntos, pero se negaron a registrar su matrimonio, pues la hija de Stalin atraía la atención de las autoridades. Su romance no duró mucho tiempo: pasaron primero unas vacaciones en Sochi y Brajesh tuvo que marcharse a la India. Después se le prohibió regresar a la Unión Soviética con diversos pretextos.

Un año y medio más tarde consiguió volver, tras lo cual convivieron poco más de un año. Él deseaba morir en su tierra natal, pero el gobierno soviético impedía a Svetlana acompañarle por temor a las provocaciones de los servicios de inteligencia occidentales.

Cuando finalmente este murió en Moscú, a ella se le permitió viajar para acompañar el cuerpo. Es probable que el entonces primer ministro, Alexéi Kosiguin, vecino de Svetlana en la conocida como Casa del Malecón, tuviera algo que ver en esto. Simplemente decidió ayudar a una vecina.

Alliluyeva voló hasta Delhi, donde solicitó el asilo político que le fue denegado (la India no quería perjudicar sus relaciones con la URSS). Entonces se fue a la embajada norteamericana y pidió el asilo a EE U. Cómo lograron trasladarla a Norteamérica a través de Italia escapando de los agentes de la KGB es ya una historia para otra película: una de espionaje, disfraces y pisos francos.

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