Literatura rusa para poder escribir

Fuente: PhotoXpress

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Jorge Ferrer, por su trabajo como traductor de las memorias de Alexandr Herzen, recogió ayer el premio Literatura rusa en España, cuyo objetivo es promover la literatura rusa en España y reconocer la labor de estos profesionales.
 En este mismo sentido, trabaja desde hace años la editorial Akal, que edita en bolsillo los clásicos de la literatura eslava. Hablar de sus grandes fue la excusa para reunir esta semana a los escritores José María Merino, Luis Mateo Díez y la filóloga y la traductora Gala Arias.

“La literatura rusa es como un océano sin orillas y escoger entre esa masa de agua unas gotas, que serían los escritores, es sumamente difícil”, afirmó la lingüista, directora también de la serie de Clásicos de la Literatura eslava de Akal. Por su parte, Luis Mateo, apasionado por los grandes de las letras rusas, destacó que lo malo de esta literatura es que te deja inhabilitado para textos menores. “Su huella me marcó tanto que cuando me preguntaban qué tipo de escritor era, yo decía que ruso”, recordó. 

Para Mateo la tradición rusa es de algún modo quijotesca y los grandes temas narran el destino histórico del pueblo ruso, “el pueblo con la vida más literaria de la historia”, subrayó. Y ahí, según el novelista se entra de lleno y de una forma fascinante y conmovedora en la distinción entre el bien y la bondad. “La primera, ligada a una especie de totalitarismo que está por encima de todo, y la segunda, la bondad, se ve como reflejo del alma rusa, del corazón, de los afectos y las gentes que viven bajo la tragedia, la sumisión, el sufrimiento. Nadie como ellos ha narrado el padecimiento humano”, subrayó. 

Según Merino, miembro además del patronato de la Fundación Alexander Pushkin, la magia de los autores de la edad dorada de la literatura rusa fue “hablar del corazón del hombre como nadie lo había hecho antes, con unos personajes con espacios oscuros, nostalgias, dificultades, con el alma expuesta”. 

La intensidad, forma y contenido de obras como las que publica Akal: Petersburgo, de Andréi Biely; La madre, de Maksím Gorki; Crimen y castigo, de Fiódor Dostoievski o Desú Uzalá, de Vladímir Arséniev, por citar algunos de sus títulos) resultan claves, según ambos escritores, para entender el siglo XX. “Sin ellos no somos ni literatos, ni ciudadanos, ni nada. Sólo con el diálogo con ellos, podemos crecer”, afirmaron tajantes.

Y de ese océano de verdades y autores, Gala Arias, la “madre” de la colección destacó tres: Borís Godunov, de Aleksánder Pushkin ; El héroe de nuestro tiempo, de Mijaíl Lérmontov, ambos traducidos por Rocío Martínez de Torres, y Nosotros, de Evgueni Zamiátin, traducido por Sergio Hernández-Ranera. De ellos, la editorial envía a Rusia Hoy parte de sus prólogos, escritos siempre por sus traductores, un reconocimiento a la especial relación que entablan estos profesionales con los textos y los autores sobre los que trabajan.

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Fragmentos de los prólogos 

Borís Godunov 

La obra Borís Godunov tiene un significado inmenso para la dramaturgia rusa; su aparición supuso el fin del Clasicismo vigente, que imponía a toda obra dramática sus estrictas normas de lugar, tiempo y acción, y la artificialidad de sus héroes. Pushkin creó su drama basándose en nuevos principios y transformó radicalmente el teatro en Rusia.

Pushkin comenzó a trabajar en Borís Godunov entre noviembre y diciembre de 1824, durante su destierro en Odesa. Tres fueron las principales fuentes de las que bebió su obra, como él mismo aseguraba: 

El estudio de Shakespeare, de Karamzín y de nuestras antiguas crónicas me dieron la idea de revivir en forma de drama uno de los periodos más trágicos de nuestra historia. De Shakespeare he imitado la profundidad y grandeza de sus personajes; de Karamzín he seguido el desarrollo de los acontecimientos, y en las crónicas he tratado de conocer el lenguaje de aquella época. Las fuentes son lo suficientemente ricas; si he conseguido sacarles o no provecho, no lo sé. 

Por primera vez en la literatura rusa una obra dramática se convertía en una muestra de eventos creíbles de la historia nacional en estricto y verídico orden cronológico. En la obra vemos el despotismo, la represión, el asesinato, pero también la rebelión, la justicia, la ley moral y sobre todo la gran Rusia que ansía descubrir al tirano. 

No sólo por el tema, Pushkin de nuevo nos sorprende al romper por completo con la regla del Clasicismo de la unidad de acción, tiempo y lugar. La trama ocupa casi siete largos años de la historia de Rusia, durante los cuales se suceden muchos acontecimientos a lo largo de un vasto territorio. Pushkin traslada la acción de Moscú a Lituania o al campo de batalla con la mayor naturalidad. El tiempo de la acción corre con una gran velocidad desde el 20 de febrero de 1598 hasta junio de 1605. Y los acontecimientos se suceden de forma dinámica. Además, los cánones clásicos centraban la acción alrededor del héroe (cuando este moría, la trama también). Pushkin cambia esa unidad de acción del Clasicismo dándole un sentido más amplio: presenta dos personajes principales –Borís que aparece en seis escenas, y el Impostor, que lo hace en nueve–, la acción de la obra empieza y termina sin la presencia de ellos; de esta forma, Pushkin expresa que estos no son los únicos héroes, que la acción de la tragedia es la lucha del pueblo y él es su verdadero protagonista. 

Cabe destacar el novedoso lenguaje de la obra que, igualmente, se transforma en expresión del realismo. Su estilo innovador rompe con los principios fundamentales de las tragedias del Clasicismo: el monólogo y la declamatoria. Los personajes de Borís Godunov razonan y conversan; en su discurso abunda la diversidad léxica, el diálogo y la entonación; supera así la rigidez del monólogo y aporta la comunicación viva y real. Además, Pushkin nos ofrece una muestra del discurso social y profesional de la época, de la variedad de la lengua nacional de entonces –estudiada, no olvidemos, a través de las crónicas antiguas–, en todas sus capas: la lengua vernácula coloquial, la del clero, la poética, etc. Hay además un profundo estudio del folclore, canciones, proverbios, refranes, que reviven el habla popular y el carácter de la vida rusa del siglo xvi. La burla socarrona y los proverbios se hacen eco en Varlaam; en boca de Ksenia escuchamos el llanto popular ruso, y los refranes a través de su nodriza: «El llanto de una doncella es como el rocío; el sol saldrá y con él se evaporará». 

Nosotros 

La importancia y vigencia de Nosotros en el mundo actual 

La obra cumbre de Evgeni I. Zamiátin alumbró todo un subgénero literario en el que las narraciones más representativas y anteriormente comentadas devinieron en clásicos de la literatura mundial. No obstante, la novela antiutópica siguió desarrollándose y produciendo títulos importantísimos, tales como Fahrenheit 451, de Ray Bradbury (1953), e incluso La naranja mecánica, de Anthony Burguess (1962) o ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de Phillip K. Dick (1968). El gran alcance de los problemas planteados por todas las obras de temática antiutópica lo prueba el hecho de que los textos escritos han trascendido a otras artes y otros soportes, en particular al cine y al celuloide.

Dicho esto, la pujanza de la antiutopía se extiende más allá de la mera influencia artística interdisciplinar. El rasgo básico de Nosotros y todas las obras posteriores es la denuncia de formas funestas de organización social cuyas bases se comienzan a vislumbrar.

Las formas de dominación social han sido variopintas a lo largo de la historia, y si atendemos a las cosas que comenzaban a horrorizar a todos estos escritores, cabe pensar que el perfeccionamiento tecnológico por el que la humanidad apuesta arriesgadamente desde hace decenas de años, en realidad está dando forma a un sistema de dominio mucho más pulido y perfeccionado que cualquier dictadura de tres al cuarto donde resulta evidente que todo está controlado por un poder despótico.

En Nosotros, se describe el procedimiento por el que se elige anualmente al líder del Estado Único: el Benefactor. Se hace a través de elecciones donde sólo hay un único candidato y donde todo el mundo sabe el resultado de antemano, «no como en las elecciones de la Antigüedad, cuando nadie sabía con antelación quién resultaría ganador» –explica D-503–. En un país curtido en dictaduras como España, donde, al igual que la mayoría del resto de naciones, las elecciones al parlamento se organizan con un sistema de listas cerradas (el pueblo tiene la ilusión de elegir a un candidato que, en realidad, se le ha impuesto), y en cuya arena política, el líder de uno de los dos partidos hegemónicos escoge a dedo al candidato presidencial y le nombra «sucesor»

Hoy en día, el mandamiento supremo de la política económica imperante es el del máximo beneficio posible: el dinero. Como en Nosotros, la dignidad y los derechos de las personas están siendo reducidos a cifras, pero no ya de eficacia o productividad como en la novela (que es algo tremendo, lo peor), sino de rentabilidad (algo aún más tremendo: lo peor de lo peor). El poder libre-económico no busca tanto mejorar la vida de los ciudadanos como satisfacer su propio poderío. Es la explicación sugerida por Zamiátin en su relato: el poder sólo busca engrandecerse y ampliarse; la nave «Integral» se construye para exportar las bonanzas del Estado Único allende el sistema solar. «Y nosotros, mis queridos lectores de otro planeta, iremos a visitarles para que vuestra vida sea tan ideal, racional y precisa como la nuestra…», se anuncia en Nosotros. Pues otro tanto ocurre en nuestros días: el neoconservadurismo y su libre mercado extienden su influencia por todo el planeta a través de la globalización. 

El final abierto de Nosotros permite fabular acerca del éxito o el fracaso de la nave «Integral» en su misión de implantar el sistema del Estado Único en otros planetas. En cambio, la globalización ya arroja sus primeros resultados, y el más notorio es el de los imparables movimientos migratorios: todo el mundo huye desorganizadamente, incluso a nado, de la miseria de sus países de origen (que, paradójicamente, son muy ricos en materias primas) y desea ser parte integral de las sociedades occidentales y disfrutar de sus ventajas, las cuales son descritas hasta la saciedad a través de una publicidad cuya propagación llega a cualquier rincón del planeta a modo de Gran Hermano. 

El miedo ante la brutalidad del desarrollo industrial, común en todos los autores citados, tiene en Nosotros una referencia explícita: el Estado Único ha arrasado la naturaleza dentro de sus dominios, ha destruido la fauna y renunciado al verdor del mundo vegetal en favor de un resistente cristal de alta tecnología con el que se extermina la intimidad. Todo es de vidrio transparente y cristal: naves, casas, paredes…

Hoy por hoy, con la naturaleza del planeta Tierra asolada y con un aterrador cambio climático iniciando ya su primer acto, los gobiernos y lobbies industriales del Primer Mundo sólo comienzan a reaccionar cuando han comprendido que las operaciones y campañas que se acometan para intentar salvar el planeta pueden resultar también muy lucrativas. 

El héroe de nuestro tiempo 

En todo libro, el prólogo es lo primero y, a la vez, lo último; éste sirve, bien para explicar la finalidad de la obra, bien para justificarla y dar respuesta a las críticas. Pero, habitualmente, los lectores sienten indiferencia ante los objetivos morales y los ataques de las revistas, y por eso no leen los prólogos. Y es una pena que sea así, sobre todo en nuestro país. Nuestro público es aún tan joven y crédulo que no comprende una fábula si al final de ella no encuentra la moraleja. No entiende las bromas ni capta la ironía; simplemente está mal preparado. Todavía ignora que en una sociedad correcta y en un libro correcto no puede tener cabida un insulto manifiesto; que la cultura moderna ha creado un instrumento más agudo, casi imperceptible y, sin embargo, mortal, que, revestido de halago, asesta un irrefutable y certero golpe. Nuestro público es parecido a un provinciano que, al escuchar la conversación de dos diplomáticos pertenecientes a cortes hostiles, se quedaría convencido de que cada uno de ellos traiciona a su gobierno en aras de la más tierna y mutua amistad. 

Este libro ha sufrido, recientemente, los efectos de la desafortunada credulidad, de que adolecen algunos lectores e incluso revistas, hacia el sentido literal de las palabras. Unos se ofendieron terriblemente, y no en broma, porque se les brindara como modelo a una persona tan inmoral como el Héroe de nuestro tiempo; otros, de manera muy sutil, advirtieron que el autor había dibujado su propio retrato y el de sus conocidos… ¡Una vieja y triste broma! Pero, al parecer, Rusia está hecha de tal manera que todo en ella se renueva excepto semejantes disparates. ¡El cuento más maravilloso de todos apenas sí podría salvaguardarse del reproche de ser una tentativa a la ofensa personal! 

El héroe de nuestro tiempo, muy señores míos, es, realmente, un retrato, pero no el de una sola persona, sino un retrato compuesto de los vicios de toda nuestra generación en su pleno desarrollo. De nuevo, ustedes alegarán que un hombre no puede ser tan malvado, y yo les replicaré que, si ustedes han creído en la posibilidad de la existencia de todos los malhechores trágicos y románticos, ¿por qué no creen en la realidad de Pechorin? Si ustedes han admirado otras invenciones bastante más horribles y atroces, ¿por qué este carácter, ni siquiera como ficción, no encuentra en ustedes la indulgencia? ¿Acaso no es porque en él hay más verdad de la que desearían? 

Ustedes dirán que la moral no saca ningún provecho de esto. Discúlpenme, ya se ha alimentado demasiado a la gente con dulces, y eso les ha echado a perder el estómago: ahora necesitan amargas medicinas, verdades mordaces. No piensen, sin embargo, después de esto, que el autor de este libro tuvo en algún momento el orgulloso sueño de convertirse en el enmendador de los vicios humanos. ¡Dios le guarde de semejante ignorancia! Simplemente le resultó divertido dibujar al hombre actual tal como él lo entiende y como, para su desgracia y la de ustedes, tantas veces se lo ha encontrado. Ya es de por sí suficiente haber mostrado la enfermedad; ahora bien, cómo curarla, ¡eso Dios lo sabe!

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