Palacio Stróganov en San Petersburgo. Fuente: wikipedia / George Shuklin
Los orígenes de la familia Stróganov se remontan a finales del siglo XIV en la ciudad de Nóvgorod, una de las más importantes del momento y que fue anexionada al Gran Ducado de Moscú en 1478, el estado predecesor del Zarato de Rusia y, este a su vez, del Imperio ruso.
El primer miembro de la familia de quien se tiene constancia es Spiridón, del que solo se sabe que falleció en 1395. Tanto él como su hijo, Kuzmá Spiridónovich, se ganaban la vida con el comercio y el intercambio, pero prosperaron y su principal fuente de ingresos pasó a ser la propiedad de tierras en la zona.
El punto de inflexión del devenir de la familia estuvo en las manos de Luka Kuzmich Stróganov, cuya decisión de intervenir en la historia de Rusia fue clave. En 1446 decidió pagar una fortuna a los tártaros por el rescate de Basilio II, príncipe del Gran Ducado de Moscú, que fue capturado por la Horda de Oro en el transcurso de la guerra civil moscovita que tuvo lugar durante la primera mitad del siglo XV. Desde entonces, los Stróganov siempre estuvieron, de una forma u otra, ligados a la política rusa.
Comienzo de su fortuna
Tras los caóticos años que vivieron Moscú y su ducado, llegó cierta estabilidad interior, pero los Stróganov se marcharon hacia el norte, a la localidad de Solvychegodsk, actualmente en el óblast de Arjánguelsk, y situada junto al río Víchegda. En esta zona la familia se hizo fuerte en el negocio de la extracción de sal gracias a Fiódor Lukich Stróganov, hijo de Luka. Al mismo tiempo aprovecharon los importantes recursos forestales que ofrecía el territorio y se dedicaron, también, a la industria del hierro, oro y piedras preciosas.
La prosperidad del negocio familiar prosiguió con Anikei Fiódorovich (1497-1570), hijo de Fiódor, quien se hizo monje tras el fallecimiento de sus hijos mayores. Anikei convirtió la extracción salina de su familia en una verdadera industria cuando apenas contaba con 18 años. El carácter emprendedor de Anikei le llevó a expandir el negocio de la sal y abrió nuevas salinas en la península de Kola.
El nombre de los Stróganov llegó hasta la capital, Moscú, y no pasó desapercibido para el zar Iván IV, el Terrible, figura que fue fundamental para el desarrollo comercial de los Stróganov. La expansión de Rusia de occidente a oriente significó, también, la de la familia, que vio aumentadas sus posesiones de forma espectacular.
Iván el Terrible, en 1558, entregó a Anikei de forma oficial 3,5 millones de hectáreas y, además, garantizó a los Stróganov veinte años de exención de pagar impuestos. Si la familia encontrase nuevos yacimientos de oro, plata y otros minerales, éstos debían informar de sus hallazgos a Moscú.
Anikei Fiódorovich, junto a sus hijos Grigori, Yákov y Semión, se establecieron en los Urales, donde continuaron con sus negocios. Allí fundaron la localidad de Solikamsk, en el krai de Perm. A cambio de todos los privilegios que Iván el Terrible les había proporcionado, los Stróganov aseguraron al zar provisiones de sal, oro, pieles y otras piedras preciosas, además de la construcción de ciudades en los Urales que propagasen la cultura rusa.
Esto sería llevado a la perfección por las diversas y ricas construcciones culturales de las que se encargaron los posteriores Stróganov.
Conquista de Siberia
Con el control total de la sal, el oro, la plata y el negocio de la venta de piel, los Stróganov recibieron un nuevo privilegio: las tierras que controlaban Anikei y los suyos pasaron a formar parte de la opríchnina, es decir, los vastos territorios bajo protección exclusiva de Iván el Terrible. Con ello lograron abrir nuevas rutas entre los Urales y Siberia.
En 1570 falleció Anikei y su testigo lo tomó su hijo Semión, heredero del imperio familiar y que financió parte de las expediciones rusas para conquistar Siberia, encabezadas por el cosaco Yermak Timoféyevich desde 1580. En el siglo XVII, el embajador inglés en Rusia reconoció que toda la provincia de Perm estaba controlada por la familia.
A partir de ese momento, los Stróganov costearon varias guerras delser Imperio ruso. Las batallas de Pedro el Grande en la guerra contra Suecia (1700-1721) fueron financiadas por ellos en nombre de Grigori Dmítrievich Stróganov, que falleció poco antes de que Rusia se alzase como vencedor. Tampoco pudo ver finalizada la Catedral de la Santísima Virgen María –Stróganovskaya– de Nizhni Nóvgorod, edificada en el estilo conocido como “barroco Stróganov”.
Serguéi Grigórievich Stróganov (1794-1882) Fuente: wikipedia / dibujado por Konstantín Makovski |
Con el noroeste bajo total dominio ruso, los Stróganov encararon el siglo XVIII, el que sería su cénit, pese a tener a la familia de los Demidov como competidores. Prueba de ello fue que contrataron al arquitecto personal de la emperatriz Isabel I, el italiano Bartolomeo Rastrelli, para construir el Palacio Stróganov en la célebre avenida Nevski de San Petersburgo.
Este fue un periodo de transición para la familia, que se consolidó definitivamente en el lujo. Todo ello gracias al barón Alexander Sergéievich Stróganov (1733–1811), un apasionado de la arquitectura. No descuidó los negocios familiares en los Urales, pero gran parte de su atención la fijó en el arte. Colaboró en los diseños del Palacio de Moika –lugar del asesinato de Rasputin– y de la Catedral de Kazán en San Petersburgo. Fue presidente de la Academia Imperial de las Artes y de la Biblioteca Nacional Rusa.
El afán cultural de los Stróganov no se detuvo sólo en San Petersburgo, ya que Serguéi Grigórievich (1794-1882) fue el fundador en 1825 de la Universidad Estatal de Arte e Industria Stróganov en Moscú, conocida popularmente como Stróganovka.
A finales del siglo XIX, la fortuna de la familia comenzó a reducirse, al igual que sus miembros, y sólo sobrevivió una Stróganov como heredera del imperio. La condesa Olga Stroganova, que se casó con el príncipe Shcherbatov y sus títulos se fusionaron en Shcherbatov-Stróganov.
Tras la Revolución de 1917, el legado de la familia fue nacionalizado y los últimos miembros emigraron a Estados Unidos, donde la baronesa Hèlené de Ludinghausen, nieta de Olga, fundó la Stroganoff Foundation en 1992. La fundación se encarga de velar por el inmenso legado que dejó la familia en iglesias, monasterios, escuelas, bibliotecas y diversas colecciones. Además, asiste a instituciones culturales de la talla del Museo del Ermitage de San Petersburgo.
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