La rusa Olga Chéjova, discípula de Stanislavski, fue una estrella cinematográfica en la Alemania nazi.
Ullstein Bild / Vostock-photoLe pusieron su nombre en honor a su tía, la famosa actriz del Teatro de Arte de Moscú Olga Leonárdovna Knipper-Chéjova, esposa del célebre escritor Antón Chéjov. Olga estaba emparentada con la familia Chéjov por partida doble, pues su primer marido fue Mijaíl Chéjov, sobrino de Antón Chéjov. Mijaíl fue un destacado actor, director de teatro y cine, así como maestro de actores, que fundó una escuela de arte dramático en Estados Unidos por cuyas aulas pasaron estrellas de la gran pantalla, como Marilyn Monroe, Yul Brynner, Marlon Brando, James Dean y Paul Newman, entre otros.
Olga estuvo toda su vida rodeada de grandes personalidades: actores y escritores, pero también dictadores. Todo empezó el día en que la joven Olga, oyente de los cursos del Teatro de Arte de Moscú, actuó en una representación benéfica de Hamlet. Ella interpretaba el papel de Ofelia y Mijaíl Chéjov, el de príncipe. Impresionado por la actuación de su compañera de escena, Chéjov, arrebatado, besó a Olga al final de la función con tanta pasión que ella, ingenua e inexperta, pensó seriamente que habría podido quedarse embarazada. “Tendremos que casarnos”, le dijo la actriz en ciernes. Y así lo hicieron, pero en secreto y en un pueblecito. Sólo pasado un tiempo desvelaron a sus allegados la noticia de su matrimonio.
Olga siempre estuvo orgullosa de su apellido y nunca se deshizo de él, ni siquiera después de sus numerosos enlaces matrimoniales posteriores, ni cuando se mudó a la Alemania nazi, cuando era especialmente controvertido llevar un apellido de raíz eslava.
En total, la filmografía de Chéjova supera las cien películas, incluida la legendaria Moulin Rouge. Incluso tuvo un papel en una película de Alfred Hitchcock. También participó en numerosas producciones teatrales, y no cualesquiera, sino las dirigidas por Max Reinhardt, el más importante director alemán de la época.
El matrimonio de Olga y Mijaíl no duró mucho. Después de la Revolución, Olga fue la primera en emigrar, casándose con un productor cinematográfico de origen húngaro. Mijaíl también abandonó el país seis años después.
¿Reclutada por los servicios secretos?
Siguiendo sus orígenes alemanes, Olga puso rumbo a la tierra de sus antepasados. Pero las circunstancias de su viaje están envueltas en un velo de misterio. A partir de entonces su biografía se adentra en el terreno de la leyenda y de la rumorología. Según una de esas historias, Olga recibió la llamada del Departamento de Inteligencia Militar, donde fue reclutada como agente secreta.
La actriz aprendió técnicas criptográficas y recibió información relativa a refugios clandestinos y códigos en clave. De ser esto cierto, Chéjova habría precedido en el mundo del espionaje a la famosa espía y actriz Mata Hari. También Greta Garbo ha inspirado mitos similares. Se dice que, durante la guerra, Garbo era agente secreta de las fuerzas aliadas en Noruega y Suecia, y que incluso llegó a planificar un atentado contra Hitler, razón por la cual siempre llevaba una pistola en el bolso.
No se ha confirmado el reclutamiento de Chéjova, pero tampoco se ha desmentido. Incluso de no ser cierta su actividad como agente secreto, su biografía está repleta de giros sorprendentes. Tomemos, por ejemplo, la encantadora historia de cuando preparó una sopa de col para Marlene Dietrich y Gary Cooper, estando de gira por Estados Unidos, para luego emborracharlos con vodka ruso.
Olga no era una gran actriz, pero siempre fue muy profesional. Aun así, con todo su oficio y talento, su principal reclamo fue el atractivo sexual. Una de las mentoras de Olga, Eleonora Duse, le dijo una vez: “Tienes que saber que al escenario debes salir desnuda”. En sus memorias, tituladas Mi reloj avanza de otra manera, Olga escribió: “En ese momento no entendí que lo que quería decir era abrirse, desnudar el alma en el escenario, y no hacer un striptease”.
No inmediatamente, por lo menos. Olga actuaba en los mejores teatros de Berlín y no desdeñaba los papeles con una fuerte carga erótica. Seducía al público desde el escenario, en la gran pantalla y todavía más en persona, en las distancias cortas.
Su carrera cinematográfica pronto la catapultó a la fama, llegando a ser una de las actrices más populares de Alemania. “Fui a EE UU de gira –escribió en sus memorias-, con el apodo de Olga la Sexy”. Pero también se granjeó una reputación como actriz de talento.
Popularidad en el Reich
Entretanto, en la escena política interpretó un papel diferente. Alemania cayó bajo el yugo nazi. Chéjova observó los acontecimientos políticos a través de su propio punto de vista. “Entre todos los mandos de la Wehrmacht no hay nadie que despierte atracción sexual, y yo soy una mujer que le falta poco para entrar en la cuarentena”.
Su popularidad era algo fuera de lo común. Su fotografía colgaba en las paredes de los cuarteles de la Luftwaffe y los soldados las llevaban en las trincheras. El propio Hitler la proclamó actriz oficial del Reich.
El líder nazi la invitaba a prestigiosos eventos y le reservaba un asiento a su lado, como muestra de su consideración. Tuvo aventuras con los ases de la aviación de Hermann Göring y se hizo amiga de Eva Braun, pero… todo esto pudo ser parte de una doble vida.
El estatus de Olga como estrella de cine le brindaba ocasiones maravillosas para obtener información confidencial. Se rumoreaba que la inteligencia soviética urdía un plan para asesinar a Hitler en el que Olga Chéjova hubiera tenido el papel protagonista.
En el último momento, sin embargo, Stalin abortó la misión temiendo que los generales alemanes, después de la muerte de Hitler, alcanzaran un pacto con Inglaterra y EE UU contra la Unión Soviética.
La historia, más tarde, sirvió como base para la icónica película soviética Diecisiete instantes de primavera. Si la inteligencia soviética tuvo en realidad un agente que, como Stirlittz en Diecisiete instantes…, podía identificar al miembro de la cúpula del Reich encargado de entablar negociaciones separadas con los aliados, ésa era Olga Chéjova.
La prensa occidental afirma que Chéjova era la fuente secreta y bien informada con la que Sándor Radó, el espía soviético afincado en Suiza, mantuvo contacto durante toda la guerra.
Por lo demás, todo son rumores y habladurías que nunca se han confirmado. Pero, por ejemplo, cuando el ejército nazi invadió Crimea dejó intacta la casa memorial de Antón Chéjov mientras que con la casa de Tolstói en Yásnaia Poliana se mostraron menos respetuosos, así como con la de Turguéniev en Spasskoe-Lutovinovo. Al parecer, no había nadie que intercediera por Tolstói y Turguéniev en Berlín, mientras que Chéjov sí, a tenor de lo visto.
Tras el final de la guerra
La condujeron a Moscú. Chéjova se alojó dos meses en un apartamento secreto, donde siempre estaba rodeada de jóvenes oficiales protectores, que a menudo jugaban al ajedrez con ella.
Estos mismos oficiales la llevaban al Kremlin para que se entrevistara con Beria y, posiblemente, con el propio Stalin. Incluso la dejaban dar paseos por la ciudad. Un día, en la calle, una chica joven se acercó corriendo a Chéjova gritando: “¡Traidora!”, y le escupió en la cara.
Luego ocurrió algo asombroso: la pusieron en libertad. ¡Chéjova, la favorita de Hitler! ¡La actriz oficial del Reich! Eran unos tiempos en los que la más mínima sombra de sospecha o indicio de colaboración con el enemigo era suficiente para que alguien desapareciera para siempre sin dejar rastro. Además, los invasores soviéticos en Berlín hicieron todo cuanto pudieron para que la familia Chéjov no pasara privaciones. Cuando la actriz decidió mudarse a Alemania Occidental, no se le puso ningún impedimento; al contrario, le permitieron marcharse con total libertad. Algo sorprendente, como la mayoría de aspectos de su vida.
Su carrera no acabó ahí. Después de retirarse de los escenarios y de la pantalla, fundó la compañía “Cosméticos Olga Chéjova”. Llegó a vivir hasta una edad provecta. No le gustaba recordar los días de la guerra, pero le encantaba hablar de Chéjov. Cada año, en el aniversario de la muerte del gran dramaturgo, viajaba a Badenweiler, donde murió “tío Antosha”.
El 9 de marzo de 1980, sabiendo que su muerte estaba próxima, Olga mandó llamar a su nieta y le dijo: “En las últimas horas de su vida, Antón Pávlovich Chéjov le dijo a Olga Knipper que quería beber una copa de champán. Dio algunos sorbos y murió. Me gustaría seguir su ejemplo”.
Chéjova le indicó a su nieta un estante preciso de la bodega, y esta última le llevó una copa a la mujer moribunda. Después de beber el último sorbo de champán de su vida, Olga Konstantínova exclamó: “¡La vida es maravillosa!”.
Artículo publicado originalmente en ruso en ITI-Info (la revista del Instituto Internacional de Teatro).
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