21.000 kilómetros de viaje en bicicleta

Alen Hairulen durante un momento del viaje de 21.000 kilómetros que va a hacer en bicicleta, junto a Pavel Grachev. Fuente: Pavel Grachev.

Alen Hairulen durante un momento del viaje de 21.000 kilómetros que va a hacer en bicicleta, junto a Pavel Grachev. Fuente: Pavel Grachev.

Dos rusos están dando la vuelta al mundo en bicicleta en homenaje a Onisim Pankratov, que hace 100 años realizó la misma hazaña

Cuando Onisim Pankratov se subió a su bici hace 100 años no se imaginaba lo que iba a provocar. Este ruso, originario de la ciudad de Kazán, capital de la República del Tartaristán, fue el primer hombre que dio la vuelta al mundo en bicicleta. El 23 de agosto de 1913 Pankratov entraba en Harbin, ciudad china de la que había partido dos años antes. Ahora, un siglo después, dos compatriotas suyos han decidido emularle y, partiendo de la capital tártara, dar la vuelta al mundo en bicicleta para recorrer 21.000 kilómetros. Desde el pasado 3 de noviembre no han dejado de pedalear. 

“No pensaba que fuera real”, exclamaba la madre de Alen Hairulen, ingeniero informático de 26 años, al verle partir con su colega Pavel Grachev, profesor de inglés de 47. La ocurrencia de recorrer el mundo a pedales fue de este último. 

“Pankratov hizo un viaje heroico. Parece que desde su muerte, en 1916 durante la I Guerra Mundial, se nos ha olvidado”, cuenta Grachev a su paso por Madrid, el 15 de enero. Como este año Kazán acoge la Universiada,  las Olimpiadas Universitarias Internacionales, convenció a Hairulen para hacer campaña del evento desde el sillín y, de paso, recuperar una figura emblemática. 

Cada día pedalean una media de 130 kilómetros. “En ocasiones hasta 185”, matiza Hairulen que reconoce haber perdido seis kilos. “¡Pavel, 8!”, exclama. Normal. Aunque su viaje no se puede comparar a la odisea que el mítico pedaleante Pankratov pasó hace un siglo -le llegaron incluso a arrestar-, cruzar Europa en pleno invierno no es fácil. 

Tras pasar por Moscú, Polonia, República Checa y Austria, llegaron a los Alpes. “Era la primera vez que viajábamos por Europa ya que nunca habíamos tenido visados. Fue un camino difícil. Pedaleábamos a 1.100 metros de altitud, nevando y a 15 grados bajo cero”, recuerdan. 

“Cuando llegamos a Italia, no pudimos evitar sentir que lo habíamos conseguido”. En Verona un señor de 72 años decidió celebrar su cumpleaños con ellos invitándoles a panettone. Y tras recibir el Año Nuevo en París, se dirigieron rumbo al sur. 


Los ciclistas llegando a la capital francesa el pasado 30 de diciembre. Fuente: Alen Hairulen

Al llegar a España se les cayó el mito de su calidez climática. “Pensábamos que iba a ser el país más cálido, pero entramos por la costa norte, pasamos Vitoria y Burgos y las temperaturas eran mínimas”, dice Grachev, que tiene experiencia en competiciones;  ganó la medalla de bronce en el campeonato de cicloturismo de Rusia. 

Durante su trasiego han usado caminos, pistas, carreteras y hasta autovías. “La red de transporte europea está muy preparada para el coche. Cuando quieres viajar en bicicleta, las carreteras secundarias no siempre son suficientes o están en el estado adecuado”, se quejan. 

Todavía no se han puesto  malos. “Bebemos bebidas energéticas, pero no vamos a decir nombres; no nos patrocina ninguna”, ironizan mientras recuerdan las anécdotas que han compartido hasta ahora.  

Una de las mejores: la noche que pasaron en un hotel vacío. Aunque llevan tienda de campaña, y camping gas para calentarla, una gélida noche alpina buscaron habitación en un hotel. “Encontramos uno, pero parecía cerrado. Fuimos a la puerta. Resulta que estaba abierta. Entramos y la calefacción, encendida por lo que decidimos pasar la noche”. “Era un poco de película de terror”, comenta Hairulen. A la mañana siguiente nos marchamos como si no hubiera pasado nada”, recuerda con una sonrisa. 

De Madrid van a Lisboa y de ahí, vuelan hasta Estados Unidos. Cruzarán el país de este a oeste, y en avión de nuevo, hasta Pekín, donde se montarán en el sillín para llegar hasta Harbin. La ciudad de la que salió su inspirador y en la que tomarán un puñado de tierra para poner en el monumento a Onisim Pankratov en Kazán. 

“Menos los océanos, vamos a pedalear todo”, apuntan. A su paso por Madrid llevan recorridos casi un tercio de los 21.000 kilómetros que se han propuesto realizar. “Y sin doping”, bromean. 

En Tartaristán les gustó la idea de que dos de sus compatriotas decidieran imitar a un héroe del pasado para conmemorar las Olimpiadas Universitarias; la ciudad ha construido 62 nuevas instalaciones para acoger el evento. 

“Queremos que la gente hable del Universiada, de Rusia y de Kazán”, reconocen. A pesar de ello, no todos sus vecinos están contentos. 

“Algunos compañeros de trabajo no se lo han tomado muy bien”, reconoce el informático. Además de otorgarles una excedencia, las empresas en las que trabajan han decidido darles vacaciones administrativas lo que implica mantener una pequeña parte de sus sueldos para apoyar la hazaña. 

El resto de los 826.000 rublos (unos 27.000 dólares) que han calculado que les costará el viaje lo han obtenido de diferentes patrocinadores como organismos públicos, la República de Tartaristán, gracias al apoyo entusiasta de su presidente, y empresas privadas como Decathlon. 

Entre tormentas de nieve, esfuerzos -“cuando me cuesta mucho pedalear me pongo Rammstein en el MP3”, cuenta Grachev-, pinchazos y espectaculares paisajes, estos dos ciclistas han realizado un análisis involuntario de la percepción de la bici en diferentes países europeos.  

Consideran que en Rusia los coches les respetaban más que en Polonia, donde las estrechas carreteras les granjeaba pitidos y exabruptos. “En Francia se trata muy bien a los ciclistas. Y, curiosamente, en España, nos sentimos bastante cómodos aunque el tráfico es un poco más agresivo”, aseguran. 

Hasta el 6 de julio, día de su regreso, les queda tiempo para atesorar experiencias, anécdotas y pedales. Si cumplen su compromiso se pasarán siete meses en bicicleta. “Nada en comparación a Pankratov que estuvo dos años”, concluye Grachev.

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