Vladímir Putin junto con el vice primer ministro Dmitri Rogozin (a la derecha) y Valeri Guerásimov, jefe del Estado Mayor (a la espalda). Fuente: AP
Durante la guerra fría, los aniversarios del fin de la Segunda Guerra Mundial eran una excepción a la norma de confrontación general. Sin importar lo agudos que fueran los conflictos del momento, los principales enemigos (Estados Unidos y la Unión Soviética) consideraban necesario poner de manifiesto, al menos un día al año, su capacidad para trabajar unidos en nombre de la lucha contra el mal.
Ahora todo eso ha cambiado. Esta fecha señalada cada año se convierte en causa de una polémica cada vez más agudizada, de distintas acciones políticas y de nuevos conflictos. Las disputas acerca de las interpretaciones de la guerra se convierten en un método de autodeterminación política.
El invitado central en la celebración del 9 de mayo en Moscú será el presidente de la República Popular China, Xi Jinping, aunque probablemente el personaje político que captará la mayor atención en este evento será el líder norcoreano Kim Jong-un. Difícilmente puede encontrarse un símbolo más claro del giro de Rusia hacia Asia.
Rusia y China, cuyo acercamiento avanza a marchas forzadas a lo largo del último año y medio, tienen ya un motivo más para consolidarse ideológicamente contra Occidente: el histórico. China procura poner a Rusia de su lado, y Japón hace lo propio con Estados Unidos. En Asia nunca se han emprendido serios intentos de superar el cisma instaurado por la Segunda Guerra Mundial, y las pretensiones en esta región son ahora mucho más agudas e intensas.
La situación actual está relacionada, por supuesto, con la crisis ucraniana, con la total divergencia de opiniones acerca de lo que allí sucede. Sin embargo, el problema es mucho más profundo. Las discusiones existentes sobre una guerra que finalizó hace 70 años demuestran que la imagen generalizada del mundo (y del orden mundial) no existe y que la lucha por esta imagen está plagada de escándalos.
La acusación más clamorosa actual está relacionada con el revisionismo. La contradicción principal consiste en qué aspectos deben estar sujetos a la revisión. El orden mundial en su concepción clásica surgió en 1945, tras la Segunda Guerra Mundial. Así ha sucedido siempre a lo largo de la historia: un gran enfrentamiento establece una jerarquía y quienes aparecen en lo alto de esta conforman unas reglas de comportamiento que todos los demás deberán seguir. Y así hasta el siguiente conflicto.
Las instituciones de control global, ante todo la Organización de Naciones Unidas, fueron creadas en esa época y los principios de su funcionamiento no han cambiado desde entonces. Lo que sí ha cambiado es todo lo demás, y la distribución real de fuerzas hoy en día no se parece en nada a la que existía en el momento de la creación de la ONU.
No obstante, no existe una base formal para la revisión de la estructura de los órganos supremos de la ONU, ya que desde su formación (en parte gracias a sus propios esfuerzos) no ha habido ninguna gran guerra. Por consiguiente, los resultados de la Segunda Guerra Mundial siguen siendo la base de la organización, no sólo en cuanto a los vencedores y los perdedores, sino también en cuanto a la fijación de ciertos valores morales. Rusia critica esto incansablemente, acusando a los sospechosos de revisionismo.
Occidente considera que el comportamiento de Moscú durante la crisis ucraniana fue desafiante y abiertamente revisionista por despreciar supuestamente las normas impuestas en Europa justo tras la victoria sobre el nazismo: la inviolabilidad de las fronteras, el rechazo a las adquisiciones territoriales, etc. Sin embargo, Occidente rechaza una condición clave en la que se basa el orden mundial tras la guerra: el establecimiento de esferas de influencia y la división del territorio entre las potencias vencedoras.
La situación tras la caída de la URSS no es para Occidente una simple continuación natural del orden mundial tras la guerra, sino su verdadera consolidación. Este molesto oponente dejó de poner trabas a la realización de los auténticos ideales.
Para Rusia, por otro lado, el respeto de la zona de los intereses políticos y militares (y, por supuesto, de las formas de orden político y estatal de cualquier país, cualquiera que sea), es la base real de la estabilidad gracias a la cual la guerra fría no estalló en una auténtica guerra. Y Moscú considera que el rechazo a hablar en estos términos (porque los países occidentales rechazan la propia idea de las esperas de influencia y de las “zonas cerradas para la OTAN”) es la forma de revisionismo más peligrosa.
El orden mundial acordado finalizó en 1991, cuando desapareció uno de sus dos apoyos. Y desde entonces viajamos a la deriva en medio del oleaje y sin unas coordenadas claras, creando cada vez más interpretaciones del pasado, el presente y el futuro.
Fiódor Lukiánov es el presidente del Consejo de Política Exterior y de Defensa.
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La política exterior de Rusia se define por un experimento geopolítico a gran escala como respuesta a los levantamientos en el Maidán ucraniano.
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