Prorruso, proeuropeo: desmontando el universo de valores en la guerra informativa

Dibujado por Dmitri Divin

Dibujado por Dmitri Divin

Desde que comenzó el conflicto ucraniano, toda una serie de designaciones han irrumpido en los medios, ¿qué conexión tienen con la realidad?

El gran filósofo austriaco Ludwig Wittgenstein decía que de lo que no se puede hablar es mejor callarse. Esta proposición es muy cierta en el caso de las guerras porque en definitiva nadie cuenta con una información veraz de primera mano a cerca de lo que realmente ocurre.

La lógica que rige nuestro lenguaje y nuestro mundo dista mucho de acercarse a la verdad absoluta. Sin embargo, es necesario hablar e interpretar la realidad que nos rodea y desborda en nuestra vida cotidiana. Tenemos que clasificar y generar conceptos simplificadores que engloben lo que, en cierta medida, no podemos comprender del todo.

En los último meses los medios nos han inundado con términos como “prorruso”, “antifascista”, “fascista”, “nazi”, “genocidio”, “operación especial” o el término más fuerte de “operación antiterrorista” se han convertido en eufemismos para designar una guerra con resabios modernos agotados (fascista-antifascista) o para designar una operación armada a gran escalada contra rebeldes e incluso la población civil tal y como hace el Gobierno ucraniano (operación antiterrorista) o según dicen las milicias para designar a esta misma operación que acaba con la vida de jóvenes, mujeres y niños (genocidio).

Pero, entremos ahora en materia, ¿podríamos llamar al Maidán proeuropeo? No del todo, el hecho de que Yanukóvich no firmara el Acuerdo de Asociación con la UE fue simplemente un detonante, aprovechado por instancias occidentales para presentarlo como tal y por elementos nacionalistas como una reafirmación radical y excluyente de una nación exacerbada hasta los límites y sin duda antieuropea; tampoco podemos olvidarnos de aquellos que en el Maidán clamaban por una mayor igualdad económica y solidaridad social y que fueron acallados con mucho ruido y violencia. De nuevo, la realidad se nos presenta más compleja que las simplificaciones lingüísticas a las que nos acostumbran los medios.

En cuanto a los denominados prorrusos, literalmente en favor de los rusos, no quieren una adhesión a Rusia, muchos de ellos incluso no ven a Putin con buenos ojos –cosa que por supuesto en estos momentos no se les ocurre decir en público–, quieren un Estado propio más cercano a un nuevo comunismo de corte nacionalista que a la Rusia de Putin, a caballo entre las ideas neoliberales –lo que no se diferencia mucho de Occidente– y la burocracia estatista.

No es casualidad que estas nuevas entidades se hagan llamar Repúblicas Populares. Incluso políticos calificados por Moscú como extremistas y detenidos por el Gobierno de Putin en decenas de ocasiones –como Eduard Limónov y el escritor Zajar Prilepin– han mostrado su apoyo y reconocimiento oficial a las nuevas repúblicas, cosa que ni siquiera ha hecho Rusia que excepto una serie de convoyes de ayuda humanitaria casi no ha apoyado a las repúblicas por mucho que se empeñen en proclamar los medios europeos, norteamericanos y de otros países.

Una vez más los términos empleados son demasiado simplificadores, aunque ayudan a crear una narrativa falsa de buenos y malos. Estamos ante revoluciones y guerras de carácter posmoderno, donde no hay verdades absolutas ni ideologías realmente definidas o nítidas, donde todo se mezcla y fluye de manera aterradora para los acostumbrados a verdades absolutas y términos exactos.

Y así, es muy difícil de explicar los símbolos de los milicianos de Donbass con una efigie de Lenin y un águila bicéfala de la Rusia imperial; se nos rompen todos los esquemas simbólicos, prueba de que todavía pensamos en términos modernos y no posmodernos.

Tampoco no podemos negar que existen brigadas internacionales de ¿Georgia, Osetia, Chechenia?, pero ¿no habían tenido un conflicto con ellos? Y muchos más países, incluido España, de donde se han contabilizado varios decenas de milicianos. Dudo mucho que estos milicianos (al menos los españoles, la mayoría militantes del Partido Comunista de los Pueblos de España PCPE y otras agrupaciones izquierdistas) comulguen con las ideas de Putin, aquí Rusia y el Gobierno ruso no pintan nada.

De igual forma, se nos rompen los esquemas en el otro bando (el de los "proeuropeistas") con insignias parecidas a la esvástica nazi y clamando contra los "prorrusos invasores", cuando se trata también más bien de ciudadanos tan ucranianos como ellos.

Cuanto más conflicto y tensión hay en un país o a nivel internacional, más se simplifica el lenguaje y se vuelve más maniqueo, en definitiva, se acaba por empobrecer por motivos propagandísticos, ya lo vimos en Irak (la famosa “Guerra con el Terror”) y otros conflictos recientes y volvemos a experimentarlo ahora, en el corazón de Europa, donde no pensaríamos que volviera a ocurrir. 

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