Las otras caras del muro de Berlín

El muro de Berlín concentró en un elemento físico el símbolo de la división de Europa en dos bloques. Pero fueron los pasos dados en otros puntos de la geografía europea los que empezaron a hacer tambalear ese muro. El factor clave que supuso un punto de no retorno en el fin de la Unión Soviética fue la decisión de Mijaíl Gorbachov de no utilizar la fuerza militar en los países satélites, especialmente tras la victoria del sindicato Solidarność en las elecciones polacas. Empezaba en Polonia el “año del diálogo”. Barcelona conmemora el 9 de noviembre de 1989, día de la caída del muro de Berlín, con cuatro exposiciones fotográficas sobre los procesos paralelos en cuatro puntos distintos del bloque soviético: Rusia, Hungría, Letonia y Rumanía. Cuatro vías distintas para un mismo objetivo final: la democracia.

El ocaso del Imperio, la Unión Soviética se tambalea

  

Fuente: Ryszard Kapuściński / ICUB

El periodista y poeta Ryszard Kapuściński (1932-2007) recorrió más de 60.000 kilómetros de la Unión Soviética en pleno proceso de crisis y descomposición. Para huir de los estereotipos desde la perspectiva de Moscú, Kapuściński visitó todas las repúblicas soviéticas que conformaban este coloso.

Rompía así la tendencia a debatir sobre el futuro de la antigua Unión Soviética desde un punto geográfico y mental en muchos sentidos ajeno a una realidad más vasta y compleja. “Los rusos adoran la discusión, les encanta encerrarse entre cuatro paredes para discutir día y noche -escribió Kapuściński en una crónica publicada en La Vanguardia el 24 de noviembre de 1992-; al fin y al cabo, las nueve décimas partes de la perestroika no han sido sino mera discusión”.

La ruta abarcó puntos tan distantes entre sí como Brest, la ciudad bielorrusa donde se firmó el tratado de 1918 entre las potencias de la Europa Central y Rusia, y Magadán, en el Extremo Oriente ruso, el punto principal de llegada de prisioneros en ruta hacia el Gulag, o del invierno del círculo polar a las temperaturas inversamente extremas en la frontera con Irán y Afganistán. Su testimonio y reflexiones quedaron recogido en el libro El imperio.

En Barcelona, sin embargo, se ha querido mostrar la vertiente fotográfica de Kapuściński, cuyo archivo es un perfecto complemento a su valiosa labor como reportero y ensayista. En La Virreina se exhibe parte de una selección personal que hizo el autor de material referente al periodo 1989-1991 y su proyecto soviético.

La conmemoración de la caída del muro como uno de los prolegómenos al derrumbe de la Unión Soviética sirve también para reflexionar sobre uno de los interrogantes que se abría con el fin de la guerra fría, esto es, la cuestión de la identidad rusa. Kapuściński la expuso de esta manera: “Hay una canción que dice lo siguiente: 'Mi dirección no es un número de casa, ni el nombre de una calle, ni tampoco el de una ciudad; mi dirección es ‘Sovietski Soyuz’ [Unión Soviética]. Y hoy esta dirección ha dejado de existir, y es ésta tal vez la conmoción más importante en la conciencia colectiva de aquel pueblo. Al mostrar a la Unión soviética tan sólo por el prisma de los escaparates vacíos, los medios de comunicación no hacen sino manipular a la opinión pública; el drama de aquel pueblo no consiste tanto en los escaparates vacíos, sino en el vacío que se ha creado en sus conciencias”.

La Virreina Centro de la Imagen. Hasta el 23 de noviembre.

Rumanía Flashback

   

Fuente: ICUB

La exposición centrada en Rumanía basa su propuesta en los archivos fotográficos de Andréi Pandele y Florin Andreescu. Arquitecto de formación, Pandele capturó los acelerados cambios del último periodo del régimen comunista del dictador Nicolae Ceaușescu. Por ejemplo, los planes de demolición de extensas áreas de Bucarest, como los siete kilómetros cuadrados del centro histórico arrasados para acoger la faraónica construcción de la Casa del Pueblo, un edificio al que sólo hacen sombra en dimensiones a las instalaciones del Pentágono estadounidense. Aquella fue la gota que colmó el vaso en la paciencia del pueblo rumano y que lo empujó a protestar en las calles. De esta manera, el trabajo documental de Pandele ha preservado un Bucarest, la llamada “París del Este”, que ya no existe.

Luego desplazó el foco del patrimonio arquitectónico a la vida cotidiana de los rumanos, cuya realidad distaba mucho de ser el llamado “sueño comunista”. Pandele tenía un carné de fotógrafo de deportes, eso le permitía llevar colgada una cámara por la calle. Gracias a esto pudo tomar instantáneas cuyo contenido en ningún caso hubiera podido captar de otra manera.

Las fotografías de Florin Andreescu completan este repaso de la transición rumana, de una sociedad depauperada de las décadas de 1970 y 1980 a los acontecimientos de diciembre de 1989 que provocaron la caída y muerte del dictador rumano. “La transición rumana fue una de las que más vidas se cobró, lo que da idea del límite al que habían llegado los rumanos”, comentó Florin Andreescu en la inauguración de la exposición.

Castillo de Montjuïc, hasta el 11 de enero de 2015.

Letonia, la lucha por la libertad

 

Fuente: Museo de la ocupación de Letonia, ICUB

En colaboración con el Museo de la Ocupación letón, la exposición que se inauguró el pasado 15 octubre en la Capilla de Santa Ágata presenta un panorama más amplio que la década final del sistema soviético.

Las fotografías y objetos cedidos por el Museo de la Ocupación cubren el periodo comprendido entre la declaración de independencia de 1918, después de la Primera Guerra Mundial, hasta el ingreso del país báltico en la Unión Europea en 2004, pasando por la ocupación que sufrió por parte de las dos potencias totalitarias, Alemania y la Unión Soviética.

Letonia llegó al final de la década de 1980 con una situación compleja. Durante la dominación soviética se había convertido en el polo militar e industrial al sur del Golfo de Finlandia, lo que se traducía en un diversidad demográfica más acentuada que sus vecinos: sólo el 52% de la población eran letones. A esta desproporción había ayudado la pérdida de 600.000 ciudadanos -un 30% de la población- con motivo de la Segunda Guerra Mundial y las deportaciones.

El punto culminante del proceso que hermanó a las tres repúblicas bálticas fue la conocida como “vía báltica”, cadena humana que unió Riga, Tallin y Vilnius para reclamar el derecho a la autodeterminación para cada una de estas naciones europeas.

Capilla de Santa Ágata, hasta el 11 de enero de 2015.

Hungría: la grieta en el telón de acero

  

Fuente: Ernö Hovárth / ICUB

Una de las fotografías de Ernö Horváth incluidas en la exposición del ciclo “Europa/25” transmite a la perfección el carácter histórico del momento: a través de una grieta en el muro, un ciudadano berlinés enciende con su mechero un cigarrillo a dos guardias apostados al otro lado.

Una día clave, el 4 de mayo de 1989, fue una fecha señalada en el proceso húngaro: las autoridades ordenaron la retirada del alambre de dividía las dos Europas por territorio de Hungría. De esta manera la frontera con Austria quedaba abierta. En cinco meses, unos 30.000 alemanes de la parte oriental la cruzaron en su camino a la Alemania Occidental, vía Hungría y Austria.

Entre los años 1988 y 1989, Ernö Horváth documentó este proceso en primera línea en las ciudades de Budapest, complementadas con otras instantáneas de su experiencia en Berlín y Timisoara, en plena revolución rumana.

El Born Centre Cultural hasta el 4 de enero de 2015.

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