Las mujeres de Stalin

Stalin, su mujer Nadezhda Alliúyeva, K.E. Voroshilov descansando a principios de los años 20. Foto: Archivo personal de E. Kovalenko. Fuente: Ria Novosti

Stalin, su mujer Nadezhda Alliúyeva, K.E. Voroshilov descansando a principios de los años 20. Foto: Archivo personal de E. Kovalenko. Fuente: Ria Novosti

La vida personal de los inquilinos del Kremlin siempre estuvo rodeada de misterios y secretos, que podían ser más peligrosos que cualquier arma. Puede que por esa razón, sobre la vida privada de los dirigentes no se sepa demasiado. Y quizá el que ha mantenido más en secreto su vida privada sea Iósif Stalin que siempre representó una zona oscura alrededor de la cual existen mitos, leyendas y muy pocos testimonios de aquellos más cercanos.

Nadezhda Alilúyeva, una vida tormentosa junto a Stalin

Se acostumbra a considerar que toda la correspondencia amorosa y cartas personales de Iósif Stalin han sido estudiadas de arriba abajo y realmente es así, está todo revisado excepto una carta. La que le escribió a Stalin Nadezhda Alilúyeva antes de dispararse en el corazón.  Precisamente tras la lectura de esa carta, comenzó la cruel represión estalinista.

La carta de Alilúyeva se buscó durante mucho tiempo. En un primer momento se pensó que Stalin la había destruido nada más leerla, más tarde que la habían archivado como documento secreto en los ficheros del NKVD. Y solo en el 2011, no mucho antes de morir, Svetlana Alilúyeva declaró que conocía el contenido de la carta de su madre antes de que esta se suicidara.

La carta no era tan personal, sino más bien de contenido político. Según palabras de Svetlana era tan horrible que decidió no publicarla y la entregó para que se guardara en su archivo. Alilúyeva simplemente no veía ningún futuro, pensaba que todo iría a peor y que la vida en la URSS sería cada vez más difícil y más dura.

El 8 de noviembre de 1932, casi a media noche, en el apartamento del Kremlin de Iósif Stalin olía a humedad y a medicamentos. Por la ventana abierta de una habitación soplaba el frío viento de noviembre, al lado, estaba sentada Nadezhda Alilúyeva.

Temblaba de frío y simplemente permanecía absorta sin cerrar la ventana mirando fijamente a un punto. Le quedaban dos horas y media de vida. Una pistola Walter en el cajón del escritorio fue su última compañera. Sacó una hoja de papel y empezó a escribir una carta de despedida. Alilúyeva había tomado una decisión definitiva.   

En 1932 Nadezhda Alilúyeva contaba con 31 años, su marido era el hombre más poderoso de la Unión Soviética y millones de mujeres la envidiaban. Mientras en la URSS junto con el proceso de colectivización se extendía la negra sombra del hambre, esta mujer educaba a sus hijos en una lujosa mansión a las afueras de Moscú. 12 habitaciones en 500 metros cuadrados de casa y una plantilla de 22 empleados. Varias criadas, un mayordomo, un peluquero, e incluso, un bibliotecario personal.

Para ella, Stalin fue el primer hombre en su vida y el único, pero aun así, el 9 de noviembre de 1932, escribiría la última línea de su carta de despedida. A la 1:50 apretaba el gatillo.

Esa carta que dejó la joven suicida provocó la ira de Stalin hasta tal punto que se negó a ir al entierro de su mujer, prohibió pronunciar su nombre, quemó sus fotografías y objetos personales y poco tiempo después empezó la represión. Y a los primeros que ordenó arrestar fueron los parientes de la difunta. Svetlana Alilúyeva muchos años después relataría que todo el país pagó con sangre la tragedia.

Algunos biógrafos de Stalin dicen que fue una extraña unión y que no se explica el casamiento. Ella tenía 16 años y él, 38. Era fina, inteligente, sensible, bien educada y leía poesía. Y él, líder de un grupo de revolucionarios dispuestos a todo, robar, matar, que no pronunciaba dos palabras sin decir palabrotas.

Lo que está claro es que Stalin tenía algo que atraía a las mujeres. El padre de Nadezhda era un cercano amigo de Stalin. Pero tiempo después cuando supo con quién mantenía su hija un romance, se horrorizó. Corrían todo tipo de rumores sobre esta relación, y no precisamente buenos.

Decían que Stalin había seducido a Nadezhda en un compartimento de tren, y siendo testigo de ello, al padre le faltó poco para matarlos a los dos. También se dice que paralelamente, Stalin mantenía otros romances con otras dos mujeres, Anna, la hermana de Nadezhda y la profesora Anna Rubinshtein.

Nadezhda creyó las palabras de su amado que le decía que solo la amaría a ella. El 24 de marzo de 1919 realizaron una modesta boda, pero no por la Iglesia. Nadezhda se trasladó de un amplio apartamento de cuatro habitaciones en San Petersburgo a uno más pequeño de dos habitaciones en Moscú. Acostumbrada a los techos de cuatro metros, a buenos muebles y cuadros, su marido la trajo a un vacío y frío apartamento. Pero ella era feliz de todas formas al lado de ese hombre fuerte y difícil de entender.

Lo que no se podía imaginar era el infierno en el que se convertiría su vida en un futuro cercano.

Se consideran como primera razón del suicidio de la primera dama de la URSS los terribles dolores de cabeza que la atormentaban cada día, los que al parecer, estaban relacionados con las suturas cerebrales y eran tales que perdía la cordura y ningún medicamento le servía.

Sin embargo, muchos historiadores están convencidos de que no fueron los dolores de cabeza los que la llevaron al suicidio. Eran conocidas las relaciones de amistad entre la sexagenaria Krúpskaya y la joven Alilúyeva. En la carta de despedida, Nadezhda hablaba de un libro que le pasó Krúpskaya donde se relataban ‘interesantes’ detalles de la política de su marido. El libro estaba escrito por Serguéi Dmítrievski un revolucionario soviético y diplomático que a finales de los años 20 decidió no volver a la URSS y escribió un libro contra los dirigentes soviéticos.

Seductor de las artistas más brillantes

Hay rumores, leyendas, mitos e incluso se han rodado películas sobre una supuesta lista donjuanesca de amantes de Stalin, a pesar de no corresponder a un prototipo estándar de seductor.

Son pocos los que saben que el poderoso líder soviético era una persona enfermiza, continuamente se resfriaba o padecía de anginas o de fiebre. Era de pequeña estatura, 1,60, con un defecto en el pie izquierdo y un brazo más corto que otro que le calificó de no apto para el servicio militar. A los cinco años padeció de viruela, lo que le dejó señales en la cara y los brazos que le quedaron para siempre. Sin embargo todo eso no le impedía poseer cierto carisma y encantar a la gente con una especie de don interno y convicción personal y no es de extrañar que siempre consiguiera atraer a las mujeres más brillantes de la época.

De Vera Davídova, cantante y estrella del Bolshói, se dice que sostuvo relaciones con Stalin que comenzaron el último año de vida de Nadezhda Alilúyeva y continuarían después de su muerte. Tras una actuación, le presentaron a la cantante, que la halagó por su representación y le ofreció trasladarse a Moscú. Después de aquello el destino de Davídova dio  un giro de 90 grados. No dejó de recibir premios y ostentosos regalos.

Valeria Bársova, fue otra conocida cantante de ópera que recibiría del secretario una lujosa villa.

Conla famosabailarina Olga Lepeshínskaya se cuenta que tampoco escatimó en regalos, le concedió el nombramiento de Artista Nacional, diez premios estatales y tres decenas de papeles principales en la escena del teatro Bolshói.

Todas contaban con grandes ingresos gracias a los premios concedidos por Stalin, aparte de los viajes al extranjero y otros privilegios que una ciudadana soviética corriente no tenía. 

Sobre todo, se dice en algunos documentales, que le gustaban las mujeres muy jóvenes. Nadezhda tenía 16 años cuando comenzó su romance, y su primera mujer, Yekaterina, que falleció en el parto, 15. La campesina de la aldea Kuteika de Yeniséi, Lidia Perelíguina, con la que vivió en concubinato e incluso tuvo un hijo, era aún más joven.

La maga de Stalin

La biografía de todas las mujeres con las que vivió o trabajó Iósif Stalin se ha estudiado bien y hay bastantes fuentes. Pero hay solo una misteriosa dama de la cual hasta ahora apenas se sabe nada.

La información que hay sobre ella es secreta, sus fotografías las destruyó el NKVD: Natalia Lvova. Única, sorprendente y de una personalidad impenetrable hasta ahora.

Parece ser que nació en San Petersburgo en 1897, pero el certificado de nacimiento se perdió. Su apellido no figura en los cuadernos de visitas que llevaban estrictamente los secretarios de Stalin.

Los testigos afirmaban que podía entrar en el despacho de Stalin sin informe previo y a cualquier hora. Dicen que Stalin no solo era benévolo con Lvova sino que además la obedecía. Coincidencia o no, pero precisamente con la aparición de ella surgieron cambios en la política del líder.

Precisamente en los años 30 comenzó la primera ola de represión. ‘Bruja’ la llamaban susurrando los miembros del Gobierno. Apareció en 1930 y desapareció en 1939 de forma totalmente inesperada, sin dejar rastro alguno. Con su desaparición se acabó el periodo que los investigadores la llamaron el ‘gran terror’.

 

Fue ella precisamente la que le recomendó a Stalin que aparte de su escolta física tuviera otro tipo de seguridad a un nivel oculto, y por ejemplo, que nunca se fotografiara de frente.

Fue ella la que le incitó a fumar en pipa, pues se consideraba una forma de defensa contra el mal que mataba toda la energía negativa que se pudiera recibir. Y fue ella la que le recomendó cambiar la fecha de nacimiento para que ningún enemigo le pudiera hacer una carta astral y determinar sus puntos débiles y sus días malos.

En el caso de un ataque preparado contra el líder, había que preparar también un doble que lo sustituyera. Fueron los dobles de Stalin los que atendieron los desfiles e incluso posaron ante los periodistas fotógrafos. Simplemente por patriotismo, para defender al líder, muchos se ofrecieron voluntarios para representarle. La verdadera cara de Stalin pocos la vieron.

La única prueba que testifica la existencia de Natalia Lvova son los recuerdos de la conocida poeta Anna Ajmátova, http://www.amediavoz.com/ajmatova.htm cuya obra, publicada en diferentes lenguas fue la muestra clave de la existencia de la adivinadora del Kremlin.

Sin los testimonios de Ajmátova, la maga de Stalin habría sido una simple leyenda. Fue Natalia Lvova la que aconsejó a Stalin, entre otros magos, el lugar donde debían situarse los rascacielos conocidos como las siete hermanas. Conocía todos los secretos de Estado y fue galardonada con la medalla de honor por los altos logros en las ciencias. Queda aún un misterio por resolver: si servía solamente a Stalin o a alguien más…

Lea más: La belleza rusa según las mujeres extranjeras>>>

Fuentes (en ruso)

https://www.youtube.com/watch?v=N5EVEvQUmQw   

https://www.youtube.com/watch?v=RfKHyRG0JOU

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