Cien años de cine en la Avenida Nevski

Foto: Ferran Mateo / Marta Rebón

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Rusia fue uno de los primeros países donde los hermanos Lumière mostraron su invento y con más éxito se celebraron las primeras proyecciones. El 14 de mayo de 1896, solamente unos meses después de su invención, se abrió la primera sala en San Petersburgo. Las imágenes en movimiento se convirtieron en una auténtica fiebre que recorrió todo el territorio ruso, y a principios del siglo XX la entonces capital ya contaba con un centenar de salas de exhibición. Una de ellas, el Aurora, sigue en activo desde 1913 en el corazón de la ciudad.

“No permita que los reyes ni las mujeres atractivas examinen su mecanismo”. Estas fueron las instrucciones que Louis Lumière dio al joven Francis Doublier, que con apenas diecisiete años emprendió el viaje a San Petersburgo pertrechado con una cámara y algunos cortometrajes de los hermanos franceses para su exhibición. Era la carrera por explotar económicamente el nuevo invento en el potencialmente lucroso mercado ruso antes de que imitadores y rivales se hicieran con una porción del pastel.

En mayo de 1896, las principales ciudades del país recibirían un gran número de visitantes con motivo de la coronación de Nicolás II, un público potencial dispuesto a pagar por una atracción tan novedosa.

El cinematógrafo de los Lumière se presentó en sociedad en el teatro de verano Aquarium y dos días después, el 19 de mayo, abrieron su primera sala en el número 46 de la Nevski. La troupe francesa estuvo filmando los festejos de la coronación del zar en Jodinka, que acabaron en tragedia. Las autoridades confiscaron los tres rollos de película que mostraban la crudeza de los hechos. Había nacido la censura en el cine y la conciencia de su poder en la mente de los dirigentes rusos.

“De todas las artes, el cine es para nosotros la más importante”, afirmó Lenin después de la revolución de Octubre, que también fue inmortalizada por la cámara. El cine era la herramienta perfecta para adoctrinar a la masa analfabeta. Luego vendrían Serguéi Eisenstein, Dziga Vértov, Vsévolod Pudovkin, Mijaíl Kalatózov, Andréi Tarkovski, Aleksandr Sokúrov, Andréi Zviáguintsev o el reciente León de Plata del Festival de Venecia, Andréi Konchalovski. 

Un pedazo de historia en la Avenida Nevski

Foto: Ferran Mateo / Marta Rebón

Desde 1913 el cine Aurora ha proyectado casi ininterrumpidamente películas en el número 60 de calle más famosa de San Petersburgo.

El 27 de diciembre de aquel año los periódicos anunciaron la inauguración del primer “palacio del cine” por las comodidades, la situación privilegiada y la decoración que ofrecía, compuesta por mosaicos, frescos y cerámica china, además de una fuente que adornaba la zona central de la entrada.

En su primera etapa el cine contaba con una sala con capacidad para 800 espectadores, con precios que iban de los 35 kopeks a los 5 rublos para los palcos. Como fue habitual durante la etapa del cine mudo, las películas tenían un acompañamiento musical en directo. Dmitri Shostakóvich trabajó en el Aurora como pianista durante su época de estudiante. En otras sesiones tocaba una orquesta sinfónica al completo, como durante la proyección de Los Nibelungos de Fritz Lang, durante la cual se interpretaban fragmentos de la ópera de Wagner.

  Foto: Ferran Mateo / Marta Rebón

 

Como fue la norma después de la revolución, el cine dejó de llamarse por su nombre original, el de la calle londinense de Picadilly, para adoptar en 1932 el del famoso crucero Aurora, el mismo año que se adaptó para convertirse en uno de los primeros cines en proyectar películas sonoras. Todo tenía que hacer referencia a los logros y mitos del nuevo Estado soviético.

Sin embargo, el Aurora es uno de los pocos lugares emblemáticos de la ciudad que no recuperó su nombre original con la caída del comunismo, tal vez por haberse convertido en una denominación muy enraizada en el imaginario de los petersburgueses.

A pesar de la hostilidad de los primeros dirigentes bolcheviques, el cine siguió programando producciones occidentales  de directores como Fritz Lang o Raoul Walsh, que se alternaban con otros títulos propagandísticos soviéticos.

No fue hasta el ascenso de Stalin que el cine sufrió su primer cambio radical de aspecto, especialmente en su interior. La administración del cine decidió añadir otra sala más pequeña con una decoración todavía más lujosa procedente de los palacios de la antigua aristocracia y que estaba pensada para el uso y disfrute de la nueva nomenklatura.

Se le añadió también una sala de conciertos y un nuevo foyer. Era una combinación de decoración exquisita, películas de cine y espectáculos en directo que hicieron las delicias del público asistente.

El cine en tiempos de guerra

Foto: Ferran Mateo / Marta Rebón

Durante el sitio de Leningrado, el Aurora solo interrumpió su programación durante el enero de 1942 por problemas en el suministro eléctrico. La pantalla se convirtió para algunos petersburgueses en una manera de evadirse temporalmente de los estragos del bloqueo y para las autoridades en un espacio para mantener la moral alta con películas antifascistas de finales de la década de 1930 como El profesor Mamlock. Las sesiones a veces tenían que detenerse por los ataques aéreos o el fuego de artillería para proseguir en cuanto el peligro había pasado.

Después del conflicto bélico, la programación resultó una curiosa mezcla de cine soviético -como el documental ganador de un Oscar Derrota de las Tropas Alemanas en los alrededores de Moscú-, de películas importadas de los aliados y de títulos capturados a los alemanes que se publicitaban en los periódicos como 'trofeos de guerra', como La mujer de mis sueños de Georg Jacoby, que convirtió en celebridad a su protagonista, Marika Rokk.

De la perestroika al 3D

Foto: Ferran Mateo / Marta Rebón

Durante la década de 1980, el Aurora se involucró con la nueva etapa aperturista estrenando películas que hasta la fecha habían estado censuradas o que resultaron una bocanada de aire fresco para la sociedad soviética. Tal es el caso de El arrepentimiento de Tengiz Abuladze o Prueba en la carretera de Alekséi Guerman, su primer largometraje, durante quince años fuera de circulación después de su estreno en 1971 por su incómodo análisis de los conceptos de “héroe” y “traidor” durante la Segunda Guerra Mundial.

Además de anhelados estrenos, el Aurora también fue la sede de festivales de películas extranjeras que presentaron cinematografías de Italia, Dinamarca, Francia, Israel, Finlandia, China o Inglaterra, a veces con la presencia de sus directores, o el dedicado a realizadores noveles, en el que Sokúrov fue premiado con su primera obra, La voz solitaria del hombre, su proyecto final de carrera en la Escuela de Cine de Moscú, una profunda meditación sobre el amor, la vida y la muerte, merecedora de los elogios de Tarkovski y que, filmada en 1978, no fue estrenada en el Aurora hasta 1987 por mostrar aspectos demasiado sombríos de la sociedad soviética. 

Como sede de festivales, estrenos y eventos, el Aurora ha mantenido hasta hoy su papel protagonista en la cartelera petersburguesa que lo singulariza del modelo de cine multisalas que proyecta mayoritariamente blockbusters americanos.

Gracias a ello cuenta con un público fiel que le ha permitido afrontar la renovación tecnológica de la sala con cierta independencia de la administración local. Desde 1998 cuenta con las más modernas instalaciones de proyección y sonido, mejoradas en 2010 con los sistemas digitales 3D. Esto le permite, además, programar los espectáculos de ópera, danza y teatro de los mejores escenarios del mundo juntamente con estrenos internacionales, una selección de películas galardonadas en los festivales de cine como Venecia, Berlín o Toronto, o reposiciones de películas relevantes de la historia del cine.

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