La crisis ucraniana dispara el grado de apoyo al Gobierno ruso

Protesta frente a la embajada de EE UU en Moscú. En las espaldas se lee: "Las sanciones contra Rusia, son sanciones contra mí". Fuente: Ria Novosti / Evgueni Biiatov

Protesta frente a la embajada de EE UU en Moscú. En las espaldas se lee: "Las sanciones contra Rusia, son sanciones contra mí". Fuente: Ria Novosti / Evgueni Biiatov

La base para la estabilidad de un régimen político dado viene determinada por su grado de legitimidad en la población. La historia política reciente de Rusia, con un cambio radical de sistema iniciado en los 90, nos muestra los vaivenes de este grado de apoyo e identificación de la ciudadanía con la élite política gobernante.

Cuando el grado de apoyo es bajo los expertos consideran que ha entrado en juego lo que se considera como desafección política. Según Natalia Zorkaya, politóloga del centro de investigación social Levada Center, el grado de desafección política en Rusia puede dividirse en tres grandes periodos. El primero de ellos abarca desde los años 80 hasta la descomposición de la URSS.

En estos años la raíz del descontento con la clase política viene determinada por la escasez de productos básicos, algo que las autoridades se vieron incapaces de solucionar, dejando a la población sin los recursos necesarios para vivir. Además, para liquidar el sistema soviético empezaron por reestructurar la economía del país. El medio para hacerlo fue básicamente la privatización, librarse de la tutela del Estado ypara ello tuvieron que incrementarse los salarios de los trabajadores. Sin embargo, el pretendido aumento no solucionaba los problemas de déficit de productos en el mercado, con lo que el problema seguía sin resolverse. A partir de aquí el descontento se pronunció por el carácter de las reformas económicas que se aplicaron. El Partido Comunista ruso fue suprimido y comenzó un modelo político basado en el multipartidismo.

El segundo periodo, de 1992 a 1996, se caracteriza por la desilusión respecto a las reformas democráticas que se estaban llevando a cabo. La esperanza de la población en mejorar su bienestar, se quebró. Gracias a las reformas el déficit desapareció, pero aunque había productos en el mercado, la mayor parte de la población, que había perdido la protección social soviética, no podía permitirse tener dinero para consumir. En resumen, la crisis económica y social se agravó (desempleo en masa, salarios sin pagar…). El nivel de vida en estos años cayó prácticamente al 50% en comparación con el nivel de vida que se tenía a principios de los años 90. En la mitad de la población preponderaba la desorientación lo que llevó a un incremento de actitudes conservadoras. Esto favoreció un fuerte aumento de la desafección hacia el Gobierno, que se mantuvo desde comienzos de los 90 hasta el inicio del 2000, y sus reformas. Se crearon las bases sociales necesarias para la instauración del régimen dirigido por Vladímir Putin.

El último periodo viene marcado por el gobierno de Vladímir Putin. El inicio de  esta etapa está "marcada por la guerra de Chechenia y la reforma de las pensiones", aclara Zorkaya. Gracias a las reformas y a los altos precios del petróleo que habían permitido un aumento y mejora de la economía rusa, el poder se vio legitimado. Prueba de ello es el amplio apoyo y confianza de la ciudadanía a Putin, que en el periodo 2007-2008 se situaba en torno al 87-88%.

Después de la crisis de 2008-2009, a comienzos de 2010 la situación cambió radicalmente. Se produjo cierto descontento en dos niveles dentro de la estratificación social rusa. "Por un lado- remarca Natalia Zorkaya- entre las clases situadas en las las provincias creció el descontento por la reducción de las políticas sociales. Están acostumbrados a las políticas paternalistas del Estado. Por otro lado, la clase media urbana demandaba más derechos de propiedad, libre concurrencia de partidos a las elecciones y más derechos relacionados con la libertad de expresión".

Sin embargo, como señala Zygmunt Baumann, las protestas actualmente explotan fácilmente pero también se enfrían con la misma rapidez, como hemos visto en países como España, Turquía o Grecia.

Parece que la desafección política que tan solo dos años atrás tenía unos niveles relativamente altos y que iba dirigida principalmente a la élite gobernante, ahora está afectando en mayor medida a la oposición. De acuerdo con un estudio realizado por el Centro de Análisis de la Opinión Pública de Rusia (VTsIOM), la oposición se ha quedado básicamente sin apoyo popular. En concreto, la popularidad de los principales líderes opositores ha descendido radicalmente. Solo el 6,7% de la población confía en la figura de Ziugánov (líder del Partido Comunista ruso), seguido del ultranacionalista Zhirinovski con el 6,3%, quedando en unos márgenes residuales figuras como Alexéi Navalni (bloguero adalid de la anticorrupción) con apenas un 0,5%, Serguéi Mirónov (líder socialdemócrata) cuenta con un 1,2% de apoyo. Atrás quedaron los tiempos en los que las clases medias reclamaban un cambio político en el país. Nunca antes se había vendido tanto merchandising relacionado con la efigie de Putin, al que se considera prácticamente un héroe.

Teniendo en cuenta estos datos, nos podríamos preguntar qué es lo que ha pasado para que la ciudadanía pierda la confianza en la oposición y avale en más de un 60% la política del actual Gobierno ruso. La crisis ucraniana y la incorporación de Crimea parecen estar en la base de esta renovada confianza de la población en su presidente y Gobierno.

También debemos señalar el incremento de la propaganda, tanto  occidental como rusa, en la guerra mediática iniciada con el conflicto ucraniano. Lo que ha quedado claro es que si alguna vez perdieron los rusos su identidad con la desintegración de la URSS ahora parecen que la han recuperado. El orgullo de sentirse ruso se ha exaltado, provocando una mayor legitimidad y una mayor cohesión de todas las clases sociales en torno a este sentimiento.

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