El extraño encanto del suburbio ruso

El gris es un color de muchos tonos, de plata a oscuro hay un buen trecho. Sin embargo, cuando hablamos de los suburbios rusos parece no haber término medio. O te gusta, y lo idealizas, o te parece horrible, e intentas evitarlo.

Todos los que hemos vivido en Rusia tenemos memorias suburbanas, historias que contar, anécdotas de las que reírse. Los garajes, la arquitectura (Le Corbusier - Satán y Dios), los terrenos baldíos y los espacios verdes no dejan indiferente.

La selva laberíntica de puertas metálicas que se abren con un imán siempre me recordó a Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas. Puertas que abren mundos muy dispares y patios poblados de figuras hilarantes que te invitan a entrar o te persiguen.

La distancia entre el apartamento 1 y el 54 puede ser grande, pero la diferencia de entrar en uno o en otro es aún mayor. Yo recuerdo visitar los suburbios para cosas tan dispares como visitar a un dentista ilegal, recoger DVD’s con imágenes de la guerra en Abjazia o ir a una fiesta en los que los jóvenes esnifaban pegamento y chicas salían desnudas del baño.

La periferia de las ciudades rusas es un buen lugar para hacer arqueología contemporánea. Lo podemos ver en cómo la gente hace propias estructuras pensadas para otra función, en el número de cigarros fumados, en el contraste entre coches caros (y limusinas) y las casas soviéticas de paneles, en las antiguas tiendas ‘produkti’, ahora sustituidas por anodinos centros comerciales.

En la periferia se disimula menos y los habitantes son más diversos - nacionalistas e inmigrantes, taxistas e investigadores, peluqueras y farmacéuticas conviven en el mismo bloque.

Otros modelos de fachadas en la periferia de Moscú. Fuente: Francisco Martínez

A los curiosos nos gusta mirar a través de las ventanas con cortinas y descubrir decoraciones kitsch: empapelados con delfines, tapetes rococó, manteles tropicales y figuras que son pura fantasía por impredecibles. Es la entropía del suburbio ruso, donde los procesos de urbanización fueron gigantescos y cortísimos, llevados a cabo en unas pocas décadas.

La construcción de los suburbios rusos se resume a la perfección en los dos primeros minutos de la película Ironia Sudvy (Ironía del Destino, 1975). El proceso de urbanización no sólo se hizo rápido, sino también en un periodo de racionalismo y fe en la idea de progreso exagerados, y bajo un régimen totalitario y burocrático.

Entre 1926 y 1939, el número de ciudades en la URSS con más de 100.000 habitantes pasó de 31 a 82. En 1926, la proporción de población urbana en Rusia todavía era menor que la de Inglaterra, Francia o Prusia tres décadas antes. Sin embargo, ese número subió de 6,5 a 16,1 millones de personas. En ese período, la ciudad que más creció fue Gorki (Nizhni Novgorod, la ‘Detroit’ rusa), que pasó de 222.000 habitantes a 644.000 en apenas una década. En 1939, Moscú tenía 4.137.018 habitantes. Setenta y cinco años más tarde la ciudad se ha multiplicado por cuatro.

Anastasia Fedorova relata en un reciente artículo la dificultad de encontrar el número exacto entre la jungla de hormigón, como un fractal de espejos. Para Vladímir Frolov, experto en arquitectura moderna y editor de la publicación ‘ProjectBaltia’, “los bloques soviéticos hechos con paneles también son tema de discusión en otros países, incluso en occidente. Se entienden en un contexto de cambios sociales para la industrialización”. Y añade: “yo nací en una de esas casas de los años 70. ¿Cómo puedo describir la vida allí? La metáfora más simple y correcta es la de un hormiguero. Ahora vivo en el centro histórico de San Petersburgo y estoy muy contento de ello. La reciente obsesión por la estética socialista es una tendencia errónea, un ejercicio mental que propone adorar algo que es inhumano, algo que no puede agradar. El intento de encontrar algo positivo en la arquitectura de aquel tiempo o algún ejemplo de éxito urbanístico es delirante”.

Garajes en Moscú. Fuente: Francisco Martínez

Le preguntamos también a Oleg Pachenkov, sociólogo de San Petersburgo: “yo no comparto la actitud romántica hacia los suburbios de San Petersburgo, donde he vivido el 90% de mi vida. Yo veo los suburbios cada día desde mi ventana del decimoquinto piso y prefiero tenderme en el sofá y mirar al cielo de San Petersburgo, mucho más bonito que estos bloques de la periferia. Espacio, mucho espacio y potencial, siempre. Pero grandes áreas permanecen vacías y lo que parece una ventaja se convierte en lo opuesto. Luego está el tamaño y la escala, de alguna manera inhumanos. Bloques de 9, 12, 15, 17, 20, 15 pisos separados por 50, 100, 200 metros en calles anchísimas. Las únicas dos cosas que me gustan es que en dos minutos tengo el metro que me permite llegar al centro en otros veinte minutos. Y que cuando vuelvo a casa, en el último metro, el 90% de mis vecinos son jóvenes, diversos e interesantes, posiblemente personas preparadas y que comparten mis valores y forma de ver el mundo, gente con  la que me siento bien. Esto me reconcilia con el suburbio”.

 La vivienda socialista

También está la experiencia de tomar la elektritchka, aunque eso ya nos llevaría más allá de lo que se considera ‘ciudad’. Si te atrapa el revisor sin haber comprado el ticket sólo tienes que pagar una multa de 50 rublos (1,5 euros) y podrás seguir tu trayecto sin problema.

La diversidad también reina en la elektritchka. En la siguiente parada se podrá bajar el señor que va a buscar setas, la pareja que busca desconectar en su dacha o la joven que visita a la abuela. Incluso es posible comenzar un romance en el tren de cercanías, como en la película Moskva s lezam ne verit (Moscú no cree en lágrimas, 1980). 

Según un reciente estudio de la Academia Rusa de las Ciencias, más del 40% de las chicas de quince años ha perdido ya la virginidad. La investigación, estadística, se llevó a cabo con 650 adolescentes de los suburbios de Moscú, confirmando que con 17 años todas las chicas habían tenido ya su primera experiencia sexual. ¿Pero se pierde antes la virginidad en el extrarradio que en el centro?

En Rusia también existe la figura del ‘poligonero’ (equivalente del chav inglés), el ‘garrulo’ con chándal Adidas y pelo rapado allí llamado ‘gopnik’. Pero esto ya merece otro artículo.

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