Los suministros de gas ruso a la UE: ¿cuestión económica o geopolítica?

Fuente: Reuters / Vostock Photo

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Aunque sería de interés mutuo el refuerzo de la relación bilateral en el ámbito de la energía, los desencuentros políticos entre Rusia y la UE dificultan ese objetivo.

En toda relación comercial existe una parte que desea vender un producto, del que dispone de mayor cantidad de la que consume, y otra parte que quiere comprarlo por ser deficitaria. El precio suele ser resultado del balance entre la oferta y la demanda, y una vez fijadas las condiciones contractuales la venta se ejecuta en beneficio de todos.

Ese podía ser el caso de las exportaciones de hidrocarburos rusos a la Unión Europea. Sin embargo, en el caso del gas los criterios meramente economicistas han dejado paso a un complejo juego geopolítico, que se materializa en una creciente desconfianza mutua, así como en sucesivas disputas comerciales y legales.

Para complicar más la cuestión, la Unión Europea ni siquiera tiene una posición común, sino que las decisiones de las instituciones de Bruselas en múltiples ocasiones difieren de las de los principales Estados miembros, lo que genera una gran incertidumbre, dada la importancia que Moscú otorga al sector energético, considerado clave para su economía.  

Las cifras del negocio

Según las estadísticas anuales elaboradas por BP, en 2012 Rusia fue el segundo productor mundial de gas (tras EE UU) con 592 bcm (miles de millones de m3), de los cuales 416 fueron consumidos en el propio país, quedando 176 disponibles para la exportación. Teniendo en cuenta que Rusia dispone de unas reservas probadas de 32.900 bcm, podría continuar produciendo al mismo ritmo durante otros 55 años.

El gigantesco consorcio estatal Gazprom domina este sector, ya que abarca desde la producción a la comercialización, pasando por la propiedad de la red de gasoductos. El precio en el ineficiente mercado interno se mantiene deliberadamente bajo por decisión política, por lo que la compañía sufre pérdidas que compensa con su monopolio sobre las exportaciones.

Por lo que respecta a la UE, aunque está conectada por gasoducto con Noruega y Argelia, y tiene una capacidad creciente de recibir gas natural licuado (LNG) por vía marítima, Rusia sigue siendo su suministrador clave, en especial de los miembros más orientales (como los países Bálticos, Eslovaquia, Rumania o Bulgaria) que dependen casi por completo de Gazprom.

Además, las exiguas reservas del mar del Norte se agotarían al ritmo actual de producción en tan solo 12 años, y los 160 bcm extraídos no cubren ni de lejos los 477 consumidos. Para paliar en parte ese déficit, Rusia exportó en 2012 a la UE 110 bcm por gasoducto, una cantidad que todos los estudios prospectivos estiman que aumentará de aquí al año 2035. 

Los contratos de suministro a largo plazo fijan los precios a los del petróleo, y en la actualidad se pagan en torno a los 400 dólares por cada 1.000 m3, lo que representa para Rusia un volumen global de negocio de 45.000 millones de dólares. 

Los problemas geopolíticos

Aunque existen fuentes alternativas de suministro, regiones como el norte de África y Oriente Medio son geopolíticamente inestables, como se ha puesto de manifiesto con la primavera árabe, mientras que los suministros de LNG se encuentran sometidos a las múltiples amenazas para la seguridad marítima.

Por ello, Rusia aparece como el suministrador más adecuado para la UE, como de hecho lo ha venido siendo desde el periodo de la Guerra Fría, incluso en la caótica etapa presidencial de Yeltsin en los años 90 del pasado siglo.

Sin embargo, esa visión cambió tras la revolución naranja en Ucrania, país de tránsito del 80% de las exportaciones rusas de gas a la UE. Hasta 2005 Kiev pagaba a Rusia por sus consumos un precio muy inferior al de mercado, pero la actitud hostil de las nuevas autoridades hizo que Moscú plantease una importante subida.

La falta de acuerdo llevó a Gazprom a cortar el suministro en el invierno de 2006, y Ucrania reaccionó apropiándose a cambio del gas que tenía por destino final la UE. La misma situación se reprodujo en 2009, lo que provocó el corte total de gas durante dos semanas a Europa del Este, en uno de los inviernos más fríos de la década.

Esas dos guerras del gas fueron interpretadas de manera muy distinta: para la Comisión Europea y algunos miembros orientales, la culpa era de Rusia como suministrador, por usar el gas como un arma geopolítica; para algunos miembros occidentales, la responsabilidad recaía exclusivamente en Ucrania como país de tránsito poco fiable.

En consecuencia, Bruselas promovió la diversificación de las rutas de suministro, por ejemplo con el fallido Nabucco, diseñado para transportar gas desde el mar Caspio sin pasar por territorio ruso. Además, se aprobó el Tercer Paquete Energético, muchas de cuyas medidas están específicamente diseñadas contra Gazprom, a la que se quiere obligar a segregar actividades y a que facilite el acceso de terceros a sus redes de transporte.

Por el contrario, Alemania logró un vínculo directo con Rusia por el fondo del Báltico mediante el gasoducto Nord Stream, por el que puede recibir hasta 55 bcm anuales. El proyecto de duplicar la capacidad de esta infraestructura, así como el de construir el South Stream en el mar Negro, haría innecesario el tránsito por Ucrania, dejando sin valor a su red de transporte.

Conclusión

Aunque el problema del gas podría resumirse en que Rusia necesita vender y la UE necesita comprar, y que su vecindad geográfica debería facilitar el suministro, el hecho es que la energía se ha convertido en una de las cuestiones más polémicas de la relación bilateral.

Por ello, y ante la actitud contraria de la Comisión y de algunos estados miembro, Rusia ha optado inteligentemente por una estrategia de divide y vencerás, estrechando lazos políticos y comerciales con Alemania para que sea Berlín la que defienda los intereses comunes frente a Bruselas.

En todo caso, bien haría Rusia en potenciar los mercados alternativos al europeo, dado el creciente estancamiento económico de la UE frente a zonas emergentes como el Asia-Pacífico.

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