1914. De la paz a la guerra de Margaret McMillan. Editorial Turner.
El atentado contra el heredero del trono del Imperio austrohúngaro a finales de junio de 1914 encendió la mecha de un conflicto global que este año cumple su centenario. Dos meses después de aquella fecha, escribe la historiadora Margaret McMillan, autora de un excepcional ensayo sobre la Paz de París, “el olor a humo impregnaba el aire” una vez desatado “un odio irracional e incontrolable entre pueblos que tanto tenían en común”. En humo desvaneció la paz del periodo 1871-1914 (si bien era una paz armada, siguiendo el lema “Si quieres la paz, prepara la guerra”) y supuso el fin de los grandes imperios: el otomano y el austrohúngaro desaparecieron del mapa, y el trono alemán y ruso fueron decapitados.
La Primera Guerra Mundial inauguró la historia contemporánea después de un periodo de optimismo y dio paso a una nueva forma de entender la guerra gracias a los avances técnicos.
Para McMillan, reyes y emperadores vieron en el conflicto bélico una manera de recuperar las riendas y, como mucho, creyeron al principio que se trataba de una crisis balcánica más. Sobre las responsabilidades de Rusia, McMillan ha declarado: “El país eslavo también tiene su responsabilidad porque no tenía por qué movilizarse en todos los frentes. Algunos defienden que Francia tiene su parte de responsabilidad por empujar a la guerra a su aliada Rusia, pero creo que no tenemos datos suficientes sobre las conversaciones de aquel verano entre el presidente francés, Raymond Poincaré, y el zar”.
En 1914. De la paz a la guerra, apasionante fresco de las circunstancias y las personalidades que estuvieron implicadas en el conflicto, la historiadora canadiense reconoce que “quizá tengamos que aceptar que nunca habrá una respuesta definitiva, porque cada argumentación existe una contraargumentación sólida”.
Karl Marx. Una vida decimonónica de Jonathan Sperber. Galaxia Gutenberg
Marx siempre está de vuelta. El manifiesto comunista fue el título más vendido en la Feria del Libro de Madrid de 2012. Como escribe el investigador y ensayista norteamericano Jonathan Sperber, “para muchos historiadores y biógrafos, la vida de indagación intelectual y lucha política a la que va asociada El manifiesto fue la de un contemporáneo nuestro, un personaje del siglo XIX capaz de desentrañar el futuro y contribuir a encarrilarlo, para bien o para mal”.
En otras palabras, se ha solido estudiar a Marx desde el presente. Porque si Marx es el autor de la literatura científica más citado, ¿es entonces el más influyente? No fue hasta la década de 1970 que la antigua República Democrática Alemana se embarcó en la edición filológica de todos los textos originales de Marx. Con la caída del muro, tamaño proyecto no se recuperó hasta finales de la década de 1990. Es lógico, entonces, que la indagación biográfica e intelectual de Marx vuelva a la arena editorial.
Unas veces se le ha tenido como causante de todos los males, en otras parece el último reducto donde encontrar una explicación de la deriva del mundo. Ahora, incluso, se acaba de publicar también El capital en versión manga. Sperber aporta su granito de originalidad relacionando los detalles de su vida personal con el ecosistema cultural que lo rodea -una realidad donde el capitalismo todavía es un hecho marginal pero pujante- y evita la contemplación teniendo en cuenta la historia posterior, como la lectura que hizo Lenin de Marx. Y, sobre todo, Sperber pone el énfasis en la faceta periodística del segundo, cuyos textos para este medio, apunta, son los más coherentes e iluminadores, los que hicieron de él uno de los padres de las ciencias sociales.
El caso Orlov. Los servicios secretos soviéticos en la guerra civil española de Boris Volodarsky. Editorial Crítica.
Han corrido ríos de tinta sobre la influencia y participación de la Unión Soviética en la España de la Guerra Civil. Desde el conocido como “oro de Moscú” -el traslado de toneladas del preciado metal en monedas de las reservas del Banco de España hasta la capital soviética-, a los tentáculos del NKVD en la península y la eliminación de la amenaza troskista en varios países europeos. Lev Nikoslki, conocido como Alexander Orlov, fue una de esas figuras ambiguas y escurridizas encargadas de ejecutar las órdenes del Kremlin en la erradicación en el extranjero de partidos disidentes.
Tal vez el nombre más destacado víctima de la obsesión estalinista y sus sicarios de la policía secreta soviética sea Andreu Nin, fundador del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista). Orlov llegó a Madrid el 15 de septiembre de 1936 como agente de enlace entre el NKVD y el Ministerio de Interior del gobierno de la República española. Tenía 41 años y hablaba un español torpe. Stalin tenía muy claro que la eliminación del “enemigo interno” estaba por encima, incluso, que de atentar contra Franco. El papel en España de este espía “de una inteligencia mediocre que falló en todas sus misiones de inteligencia” poco a poco ha sido mejor definido gracias a la desclasificación de archivos y a la lectura crítica de los libros que Orlov escribió una vez desertó a los Estados Unidos en 1938, en la peor fase de las purgas estalinistas.
El excapitán de las fuerzas especiales Spetsnaz e historiador afincado en Gran Bretaña Borís Volodarsky ha presentado una de los títulos más completos sobre la inteligencia soviética en el período 1936-1938 en España con el que intenta desmontar algunos mitos y lugares comunes sobre esta cuestión.
Los asesinatos selectivos del NKVD en España fueron, según el historiador, no más de veinte y no puede compararse en número a los que el Kremlin ordenó en otros países como Polonia o Hungría. En todo caso, siempre fueron motivados por la defensa de los intereses soviéticos, no en beneficio de la agonizante República española: Stalin, afirma Volodarsky, nunca tuvo en mente “sovietizar” España y su intervención sólo buscaba despertar las simpatías de una parte de la opinión pública internacional y la experimentación de nuevas técnicas y estrategias de combate.
Lectura complementaria: Las armas y el oro de Ángel Viñas (Editorial Pasado & Presente). Además de poner fin a algunos mitos del franquismo, Viñas desmenuza los intentos del régimen franquista por recuperar el oro de la República.
Cuadernos de Rusia. Diario 1941-1942 de Dionisio Ridruejo. Editorial Fórcola
Jordi Gracia, catedrático de literatura española de la Universidad de Barcelona y uno de los mayores expertos en la obra del ensayista y político español Dionisio Ridruejo,
ha escrito que este poeta perteneciente de la Generación del 36 “asumió como responsabilidad ética y biográfica sus errores políticos de juventud y primera madurez, y dibujó así una trayectoria infrecuentísima de reparación: su capacidad analítica, su veracidad ética, su integridad moral y su don de prosa cristalizan en una figura histórica muy rara. Y además se murió sin poder disfrutar de nada de lo que contribuyó a reparar”.
Esos “errores políticos de juventud” fueron los relacionados con su apoyo inicial al franquismo: en 1941 marchó como soldado voluntario al Frente Oriental en las filas de la División Azul. Fue a su vuelta de Rusia cuando rompió con su pasado político en la Falange o como director general de propaganda para unirse al bando de la oposición. Un viaje de ida y vuelta que se convirtió en una auténtica metamorfosis interior. De la consigna política, su diario pasa al humanismo, sin descuidar en ningún caso la calidad literaria del texto. Un viaje de autoconocimiento, y de confrontación al mismo tiempo, con el pueblo ruso.
Missbehave de Simona Rota. Vibok works.
Fuente: Archivo personal
Un pequeña propuesta editorial, sufragado en parte mediante micromecenazgo, que nos habla de toda una época. La artista Simona Rota desarrolló un proyecto de documentación fotográfica de la arquitectura soviética de las décadas 1960-1990 en quince exrepúblicas que conformaban la URSS, un encargo del Museo de Arquitectura de Viena. Casas de la Cultura, Palacios de deportes, memoriales… todos y cada uno de ellos insuflados con la retórica que emanaba de Moscú pero que luego, en cada una de las antiguas repúblicas, adquirían algo de su idiosincrasia nacional.
Diez libros sobre Rusia: novedades desde la Feria de Madrid
Ahora son el recuerdo de unos días pasados y la relación con estas moles no siempre es fácil. Perduran las tensiones con una memoria que reclama reflexión. Es imposible obviar estas edificaciones: sus dimensiones dan cuenta de la escala del Estado respecto al individuo durante la era soviética. “El ‘dolor del Este’, si hacemos una traducción literal de la palabra y concepto Ostalgia, nació en 1989 -explica la fotógrafa de origen rumano- con la caída del muro de Berlín. Tal vez antes no se percibió hasta que la antigua Alemania Oriental, confrontada con los rápidos cambios y el proceso de disolución necesaria para la integración con su primo occidental, sintió nostalgia por su antigua identidad. Este anhelo, mezclado con la sentimentalidad occidental por el sistema desaparecido, han creado una nueva mitología sobre el antiguo Este”.
Las imágenes de estos tótems de la ideología del pasado se entrelazan con un proyecto anterior, Big Exit, una reflexión sobre la relación entre espacio interior e individuo cuya pregunta inicial también nos recuerda los tiempos de las kommunalkas: “¿Es posible que una (oscura) comisión haya decidido que yo viviera en un apartamento muy pequeño dentro de una gran ciudad?”. Más información en este enlace.
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