Narva-Ivangorod: la frontera más antigua de Rusia

En los viejos billetes estonios de 5 coronas aparecen los castillos de Narva e Ivangorod y un curioso parte meteorológico: de Rusia sólo vienen nubes negras. Esto recuerda un poco al dicho portugués, de que de España nunca llegan buenos vientos ni casamientos. Las relaciones entre países fronterizos son de por sí tumultuosas, más aun cuando uno es mucho más grande que el otro.

 

Fuente: Fran Martínez

Ya en 1256 el reino de Dinamarca estableció en los asentamientos de Narva un fuerte para defender las rutas comerciales que se adentraban en el actual territorio ruso. El fuerte se convirtió en castillo y los siglos trajeron diferentes dueños occidentales: la orden teutónica, caballeros livonios y súbditos suecos. El nombre se debe al río y en ugro-finés significa ‘aguas rápidas’.

En 1492, año de la conquista católica de Granada y del descubrimiento occidental de América, el Zar Iván III (príncipe de Moscovia) mandó construir un fuerte de contención al lado oriental del río Narva. Al asentamiento se le dio el prosaico nombre de Ivangorod (ciudad de Iván).

Estas tierras fronterizas atestiguan continuas reconquistas y míticos combates, como el librado por ejemplo entre los ejércitos del rey Karl XII de Suecia y Pedro el Grande de Rusia. De hecho, no fue hasta la victoria de éste último en Narva que San Petersburgo quedó confirmada como nueva capital del imperio.

En la actualidad, Narva e Ivangorod ejercen de frontera entre la Unión Europea y la Federación Rusa. Tras la Segunda Guerra Mundial Estonia fue ocupada por la Unión Soviética y Narva, devastada por los combates, fue reconstruida y repoblada tras 1948.

Sin embargo, la disolución de la URSS trajo la frontera de vuelta; como dicen los narcocorridos mexicanos, “yo no crucé la frontera, la frontera me cruzó”.

Para Katri Raik, directora del Narva College, Narva sigue funcionando como un estado dentro del estado estonio. La imagen de Narva en la opinión pública del país es bastante negativa y pocos estonios se mudan a la ciudad fronteriza. De hecho la población ha bajado de 89.000 habitantes a 65.000 en veinte años.

La paradoja es que el 96 % de los habitantes de Narva son ruso-hablantes y la mitad de ellos tienen pasaporte ruso. En julio de 1993, el entonces alcalde de Narva convocó un referéndum para independizar la región de Estonia e hipotéticamente devolverla a Rusia. El 54 % de los residentes participaron, y el 97 % de los votantes optaron por apoyar la secesión. Aun así, el Tribunal Constitucional estonio no reconoció los resultados.

Hoy pocos se acuerdan de ese referéndum y los vecinos de Narva parecen haberse adaptado a su posición de ‘otro’ dentro de Estonia y a la excepcionalidad de la frontera. Vicka y Natasha, de 18 años, dicen que la frontera no les impide llevar una vida normal, “ni siquiera sentimos que está ahí”.

Calle Pushkin, correspondiente monumento al gran poeta ruso, letreros en cirílico, tacones altos, babushkas, pelmeni, remont… “Aquí toda la gente es rusa, así que es normal que se parezca a otras ciudades de Rusia”, afirman Vicka y Natasha. Y concluyen: “No sabemos lo que ellos piensan, allí en Tallin y Tartu. Nosotras no solemos ir a esos lugares. Hemos pasado toda la vida en Narva y nos gusta”.

Me paro en la calle Tuleviku y le pregunto a seis vecinos qué significa esa palabra en estonio. Cinco reconocieron directamente que no lo sabían, que no conocen ese idioma. La sexta persona, una mujer de mediana edad, me pide tiempo para pensar… y responde: “Creo que significa algo así como ‘el tiempo pasado”. En estonio, calle ‘Tuleviku’ significa ‘calle del futuro’.

Hablo con la recepcionista de mi hotel y me recomienda el club ‘Geneva’ para tomar algo y bailar. Darya me dice que es el mejor, ‘porque no hay otro’. Para Darya la frontera también es un negocio. ¿Pero no vendrían más turistas si se eliminara el régimen de visado? Y responde: “Sí, vendrían más turistas, pero también más inmigrantes. Lo mejor sería abrir un corredor para visitar los dos castillos sin visado”.

Me paso casi tres horas en el club ‘Geneva’. Es sábado por la noche y unas 200 personas bailan y beben en el local. Oigo inglés, español, alemán, portugués y por supuesto ruso. Pero ni una palabra en estonio. En la ciudad hay muchos ingenieros extranjeros trabajando para Alstom, corporación francesa dedicada a la generación de electricidad y la fabricación de trenes y barcos.

Las corrientes del río Narva son propicias para la central hidroeléctrica. También para los pescadores. Decenas de pescadores prueban suerte en las aguas que separan Rusia y la Unión Europea. En zonas fronterizas suelen coincidir fascinantes parajes con ridículas instalaciones administrativas. Narva-Ivangorod lo corroboran.

Vitali es uno de esos pescadores. Ciudadano ruso, vive en Narva e insiste en quedar más tarde para comer y explicarme todo lo que quiera saber. La pesca requiere silencio… “Mira los dos castillos”, me dice, “Uno muestra donde comienza la civilización, el otro donde acaba”.

Vitali se encarrila: “No tengo ningún interés en conocer lo que hay al otro lado. Lo sé. Alcoholismo y desempleo. Si quiero saber sobre Rusia veo la tele y me entero de lo que pasa en Moscú y San Petersburgo”.

Volodia también es pescador, aunque ha terminado la faena y se cambia de ropa en una cabaña del delta. Él se queja de que “al otro lado de la frontera hay muchos más arándanos, moras, setas y pesca. También el bosque es más rico. Así que la frontera me molesta. Además, si no hubiera frontera sería posible crear más empleo también allí, no sólo a este lado. Ahora mismo tardamos una hora sólo para cruzar la frontera”.

Sin embargo, Tamara, de Ivangorod, considera muy positivo que exista la frontera, “porque la gente tiene que ser controlada. Esto no es África”.

Otros vecinos simplemente se resignan. Como Valentina, “¿Qué le vamos a hacer? Ya nos hemos acostumbrado. Antes estábamos juntos, ahora separados. Nuestro destino es pensado por mentes inteligentes que están muy arriba”. O Vladímir, quien dice: “Aquí todos somos rusos, pero parece que alguien necesita la frontera”.

Unos 28.000 turistas visitan Narva cada año. Según la procedencia, los más numerosos son estonios, rusos, finlandeses, letones y suecos, por este orden. Unos 550 coches (A/B), 120 camiones (C) y 8 autobuses (D) cruzan diariamente la frontera.

Narva e Ivangorod se han convertido en un monumento en sí mismas; una zona fronteriza que habla de cambios, sometimientos e imperios; donde lo excepcional se considera normal y la política afecta con más intensidad.

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