La gran retrospectiva de Malévich inicia su gira por Europa

El museo Stedelijk es la institución que atesora el mayor número de obras de Kazimir Malévich fuera de Rusia. En el marco del Año Dual Holanda-Rusia y con motivo del centenario del estreno de la ópera futurista 'Victoria sobre el sol' en cuya escenografía aparece por primera vez el cuadrado negro de Malévich, Ámsterdam se convierte en la capital mundial de las vanguardias rusas hasta el 2 de febrero. La retrospectiva, además de recorrer todo el arco intelectual y artístico de Malévich, pone en contacto por primera vez dos de las colecciones más importantes de arte ruso de este periodo utópico: la de George Costakis y la de Nikolái Jardzhiev. En diciembre le tocará el turno al Museo Ruso, que el 4 de diciembre inaugura la exposición 'Kazimir Malévich, antes y después del cuadrado negro'.

Es una de las exposiciones del año. El flujo de visitantes no decae desde la apertura de puertas. Por primera vez las dos grandes colecciones privadas sobre las vanguardias rusas -reunidas pieza a pieza cuando éste era un arte prohibido en la Unión Soviética y casi desconocido en el extranjero- se mezclan con el rico catálogo de arte ruso del Stedelijk, museo adonde fue a parar buena parte de las obras que Malévich dejó en Berlín tras su viaje de 1927. El pintor de Kiev es el denominador común de estas tres colecciones, con cuyos fondos y los de otras 25 instituciones internacionales se ha contextualizado esta retrospectiva. Gracias a esta suma de esfuerzos, el visitante puede recorrer el ambicioso ideario de una generación de artistas irrepetibles capitaneados por Malévich, su más insigne adalid.

'Kazimir Malévich y las vanguardias rusas' se divide en diez secciones. En ellas está representada, según un orden casi cronológico, toda la evolución artística de este innovador iconoclasta. De la figuración a la abstracción, volviendo al punto de partida en sus últimos años por imperativo de la censura, el ideólogo del suprematismo utilizó todos los materiales que tuvo a mano (dibujo, pintura, maquetas arquitectónicas, materiales pedagógicos, diagramas conceptuales, diseños de vestuario y escenografía…).

Al final del recorrido el visitante sale habiendo conocido mejor a un creador total, visionario, que experimentó con las principales tendencias de principios de siglo como el simbolismo, el fauvismo, el neoprimitivismo o el cubofuturismo, hasta que presentó en sociedad su ideario personal en la muestra “0,10. Última exposición Futurista” de 1915. Entonces declaró triunfal: “Las cosas han desaparecido como el humo, para alcanzar una nueva cultura artística”. Ningún otro movimiento artístico en Europa pudo hacerle sombra en originalidad.

La labor invisible de dos coleccionistas rusos

Uno de los atractivos de esta retrospectiva es el diálogo entre dos de las colecciones privadas de las vanguardias rusas más importantes del mundo. Son las que acumularon George Costakis (1913-1990) y Nikolái Ivánovich Jardzhiev (1903-1996), que constituyen el armazón de la retrospectiva. Ambas son el resultado de dos biografías tan curiosas e interesantes como el contenido de las colecciones.

De padres griegos que sobrevivieron la revolución y la guerra civil rusa, el moscovita George Costakis es el ejemplo del coleccionista de arte que, sin una formación artística y teórica previa, forjó un gusto y una intuición personal gracias a las cuales se salvó gran parte del legado de las vanguardias. El contacto con el arte de Costakis fue casual. Su trabajo en sucesivas delegaciones diplomáticas en la capital rusa (griega, primero, y finlandesa y canadiense después) le abrieron las puertas de galerías y anticuarios rusos, a rebufo de la curiosidad de los diplomáticos de paso por la Unión Soviética.

Sin embargo, el encuentro con la obra de constructivistas y suprematistas fue todavía más azaroso si cabe. “Durante toda mi vida quise hacer algo importante: diseñar un avión, escribir una novela… y me dije: si sigues coleccionando viejas pinturas será como si no hubieras hecho nada”, contó Costakis en 1973.

Había empezado a coleccionar pintura clásica holandesa, y aunque no era una persona especialmente adinerada, invertía todo lo que podía en nuevas adquisiciones. “Incluso si un día encuentro un Rembrandt, lo máximo que dirán de mí es que fui un tipo con suerte –se dijo-. Entonces, en los oscuros días de la posguerra, alguien me ofreció tres cuadros vanguardistas de colores deslumbrantes y fueron como una señal. No sabía muy bien lo que eran… pero entonces tampoco nadie sabía nada de ese periodo”.

Las tres telas de Olga Rózanova, integrante del grupo Supremus, fundado por Malévich, le descubrieron la existencia de un mundo totalmente nuevo, menospreciado en la Unión Soviética.

Costakis se lanzó a la búsqueda de estos tesoros perdidos por Moscú, Leningrado y otras ciudades de provincias: rastreó estudios y buhardillas, conoció personalmente a los artistas supervivientes y a sus herederos, a quienes compró directamente obras que ni ellos mismos valoraban. Poco a poco, pero con tesón, Costakis “rescató” obras de Kandinski, Chagall, El Lissitzki, Gustav Klutsis, Liubob Popova o Iván Kliun. Todas ellas atestaban su apartamento de Moscú, que se convirtió en lugar de peregrinaje para intelectuales, artistas, investigadores y diplomáticos, como lo habían sido en su momento las colecciones de las vanguardias parisinas de Serguéi Shchukin e Iván Morózov. Para Costakis, las vanguardias del Este formaban un ejército, Malévich y Tatlin eran sus generales, y él quería coleccionar aquel ejército al completo.

En 1977, la familia Costakis decidió volver a Grecia. El peaje a pagar fue la cesión al Estado soviético de la mitad de las obras reunidas durante tres décadas. Hoy forman parte del fondo de la Galería Tretiakov. El resto de la colección, más de un millar de obras, fueron compradas por el gobierno griego. Actualmente pueden visitarse en el Museo Estatal de Arte Contemporáneo de Tesalónica, cuya 4ª Bienal (del 18 de septiembre al 31 de enero) dedica una parte de su programa a que artistas contemporáneos dialoguen con estos fondos de arte soviético del museo.

Nikolái Jardzhiev es la otra cara de la moneda. Fue el primer investigador que, entre las décadas de 1920 y 1930, empezó a escribir una historia crítica de las vanguardias rusas. Vivió en primera persona y entró en contacto con sus más destacados miembros, entre ellos Malévich, Matiushin o Kruchenkij, pero también escritores como Ajmátova, Mandelstam o Jarms. Como parte de su actividad investigadora, hizo acopio de todo tipo de documentación relacionada con los distintos grupos artísticos y literarios de la época: folletos, correspondencia, impresos, dibujos, bocetos, manuscritos, etc. convirtiéndose en una figura clave para el redescubrimiento del arte de ese periodo a partir de la década de 1960.

Jardzhiev, después de años y años de trabajo silencioso e invisible sobre un arte declarado prohibido y con el miedo siempre presente de que su colección fuera confiscada por la KGB, decidió emigrar de Rusia con la llegada de Yeltsin, por miedo de que en la nueva situación social y política fueran las organizaciones mafiosas las que se hicieran con un legado de valor incalculable. Corría el año 1993 cuando el matrimonio de más de ochenta años desembarcó en Ámsterdam casi con lo puesto, sin la documentación en regla para quedarse en Holanda, y con parte del archivo en las maletas. Antes, Jardzhiev había hecho pasar de forma clandestina más de un millar de dibujos y pinturas de los futuristas rusos, junto con un archivo todavía más voluminoso.

El último episodio de la aventura de esta colección se parece más a un sórdido thriller con todos los ingredientes del género negro: asesores malintencionados, estafas, la muerte en extrañas circunstancias de la mujer de Jardzhiev, disputas diplomáticas entre Holanda y Rusia, tejemanejes de la galería que ayudó en el traslado de las obras...

Actualmente el museo Stedelijk gestiona gran parte de la colección, mientras que el resto permanece en Rusia, después de que en 1994 fuera interceptada en el aeropuerto, cuando un funcionario reconoció una fotografía de Maiakovski. Aunque se respetó  que el conjunto de obras eran propiedad de Jardzhiev, es en el Archivo Estatal Ruso de Literatura y Arte donde se custodia. Las conversaciones para componer un archivo único siguen su trámite lento y complejo.

Costakis y Jardhiev se conocieron en vida, cuando el primero quiso pedirle consejo en 1946-47. Jardhiev intentó quitarle de la cabeza al coleccionista en ciernes su interés por las vanguardias: “Querido Georgui Dionísovich, todo esto es de gran interés, pero es una causa perdida. A nadie le interesa hoy las vanguardias, están acabadas. Desde 1932, es tipo de arte está prohibido, ya no atrae a nadie, está muerto y enterrado”. Por suerte, Costakis no le hizo caso. 

Kazimir Malevich and the Russian Avant-Garde, del 19 de octubre al 2 de febrero de 2014. Stedelijk Museum, Ámsterdam. Más información, aquí.

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