Fuente: Antonio Benítez Barrios. Cámara: "Lubitel"
¿Qué supone este proyecto en su trayectoria fotográfica?
Llevaba unos cuantos años tratando temas sociales y, de alguna forma, quería dar un giro. Me puse Chernóbil como reto, quería mostrar una ciudad fantasma que sigue desolada después de 25 años de la catástrofe. Al principio tampoco me sentía muy cómodo con la fotografía de arquitectura porque los espacios interiores son difíciles de resolver.
Los permisos, además, se dilataron bastante, más de un año. Aproveché para iniciar otro proyecto, “Fading Europe”, en el que exploro los cadáveres que deja a su paso, en forma de ruinas, la crisis. También cómo está cambiando nuestro entorno: los cines desaparecen, las fábricas se deslocalizan… Analizo las ruinas contemporáneas en todo el territorio europeo.
Después de una catástrofe nuclear, una de las sensaciones que más impresionan a quienes regresan es el silencio. El jefe de bomberos que dirigió los trabajos de emergencia después del accidente nuclear de Fukushima dijo que “había un silencio que creaba un miedo especial”. ¿Cuáles fueron sus sensaciones?
Cuando sucedió lo de Fukushima yo estaba en la India y ni siquiera me enteré. Desconocía estas declaraciones pero precisamente experimenté la misma sensación en Prípiat. Pasé siete días recorriendo, en jornadas de ocho horas, la ciudad con el trípode, acompañado de un militar, un traductor y un guía.
Durante las sesiones fotográficas, sin embargo, me quedaba solo. Pasé por momentos muy inquietantes. Por ejemplo, en el hospital las ventanas no tenían cristales y el único sonido era una pequeña corriente de aire y algún que otro portazo. Si a eso le sumamos el frío, la nieve y que cada disparo duraba al menos 6 minutos… las jornadas se parecían más a una película de miedo que a sesiones fotográficas.
¿Qué precauciones tuvo que tomar?
Me ofrecieron un medidor de radioactividad, pero decidí llevar el mío. A juzgar por lo viejo que era el televisor que había en el apartamento donde me alojé, me alegro de haber tomado esa decisión.
Técnicamente, lo que más me preocupaba era que las baterías de la cámara, a bajas temperaturas, se descargan más rápido: en una jornada agotaba seis. El día a día fue complicado porque, en un principio, no me daban permiso para entrar en los edificios. Poco a poco el aburrimiento fue venciendo a las personas que me acompañaban y eso me permitió ir más a mi aire.
Dentro de los edificios tenía que ir con cuidado con el hielo, incluso clavar el trípode sirviéndome de una piqueta para evitar el deslizamiento y andar con tiento. Era una situación en parte cómica, porque al moverme con tanta cautela parecía que no quisiera molestar a nadie.
Los alrededores de Chernóbil se han convertido en un destino de 'turismo extremo'. Según Helen Clark, jefa del Programa de la ONU para el desarrollo, es “una excelente oportunidad para aumentar la conciencia de la tragedia y la importancia de la seguridad nuclear”.
El turismo de masas nunca me ha interesado, aunque sí creo que una visita tanto a Chernóbil como a los antiguos campos de concentración nazis puede ayudar a concienciarnos y resultan muy didácticos.
El problema está cuando se desvirtúa el mensaje y eso se convierte en un negocio. Hay un tour una vez a la semana desde Kiev. En mi caso fui como periodista y pude moverme con relativa facilidad. Cada vez que veía llegar uno de esos autobuses del que salía una manada desorientada de turistas huía a toda prisa. Creo que la fotografía es un vehículo importantísimo de transmisión de mensajes, como el de lo sucedido en Chernóbil. Recuerdo la primera imagen que vi de la catástrofe: un autobús lleno de gente con trajes blancos y máscaras. Me impactaron esas miradas desesperadas, en blanco y negro, que tal vez hayan sido el motivo de que 25 años después me encontrara en el mismo lugar.
En 2007, el gobierno ucraniano dio un giro a la situación y declaró la zona de exclusión como área de reserva de la vida salvaje. Se prevé, incluso, que se convierta en el mayor santuario de vida salvaje de Europa.
Me parece una idea muy buena. Mi apartamento estaba en una zona militar y hay un perímetro de 30 km infranqueable. Todas las mañanas recorríamos unos 10 km en coche. Siempre iba atento a la posible vida salvaje que hubiera en la zona y poco pude descubrir, salvo algún ciervo a lo lejos.
En la exposición se compaginan imágenes tomadas con una cámara moderna con las de una Lubitel, una antigua cámara soviética de medio formato.
Nací en la época de la película fotográfica y siento cierta nostalgia hacia los carretes. Siempre intento compaginar digital y analógico. Para Prípiat, además, lo tenía claro desde el principio: debía disparar con una cámara soviética de la misma época, para situar al espectador lo más cerca posible del momento del accidente. La Lubitel es una cámara torpe, con una calidad mediocre, que forma parte del mensaje.
Fuente: Antonio Benítez Barrios
Antes de viajar hice algunas pruebas para evitar que los colores salieran demasiado perfectos. Dejé al sol los carretes 5, 10 y 15 días. Los de 10 días ofrecían el acabado que buscaba. En la exposición los dos formatos se combinan perfectamente. Sebastián Podadera, comisario de la exposición producida por el CAF, decidió con buen tino hacer copias más pequeñas de las imágenes obtenidas con la Lubitel, para que el público tuviera que acercarse como si estuviera leyendo un libro y contemplara los detalles.
¿Cuál ha sido su intuición a la hora de componer las imágenes?
Vengo de la diapositiva, donde se tiene que componer con precisión suiza, por lo que lo de componer sale de una forma natural, sin reencuadres posteriores. En cada situación todos los elementos cuentan.
Coincido con la reflexión de Pablo Juliá, director del CAF, que ha escrito el texto introductorio: “Es un planteamiento austero y sencillo. Composición basada en el motivo al centro, creando geométricas dispersas a su alrededor, con lo cual establece una lectura directa sin ventanas a priori, que enmascaren el discurso de las soledades de los objetos”.
¿Qué impresiones recabó de la gente que vivía cerca de la Zona?
Al principio, por mi condición de fotoperiodista, pensaba visitar a las familias que residen allí, pero, después de pensarlo bien, decidí centrarme sólo en la ciudad, que es un tema más desconocido.
Es fascinante que haya gente viviendo cerca de donde se produjo la tragedia, pero quería hablar de las personas que vivían en Prípiat a través de su ausencia. Además ya era suficientemente complejo trabajar en pleno invierno, así que concentré las energías en la ciudad.
Robert Polidori publicó Zones of Exclusionen 2001, una obra de referencia sobre el Prípiat posnuclear. ¿Qué cree que ha aportado con “Chernobyl + 25”?
Sin duda, Polidori es un autor muy relevante, aunque me conmueve mucho más lo que hizo tras el Katrina que su trabajo sobre Chernóbil. Son imágenes sorprendentes, pero no me interesa la intensa luz solar que aparece en ellas. Mi inconsciente me pedía situarme en Chernóbil a 20 grados bajo cero, con un cielo gris plomizo. Por eso, fui en enero. No consigo emocionarme frente a una desolada noria enmarcada en un cielo primaveral, así que busqué otra atmósfera.
En paralelo, está trabajando en otros proyectos relacionados con la extinta Unión Soviética. ¿Podría explicarnos de qué tratan?
Desde que tenía veinte años, he viajado sobre todo por América Latina, África y Asia, tocando temas humanos muy especiales y viviendo experiencias que jamás habría soñado.
Sin embargo, en la treintena, me empecé a sentir atraído por los países de la antigua Unión Soviética. Me centro en las ruinas de la Guerra Fría: bases militares en Alemania, cárceles en Letonia, parques donde se amontonan reclamos turísticos, estatuas de Lenin en Lituania, búnkeres, refugios antiaéreos… para construir una especie de inventario de una época en la que los rusos nos parecían los malos de la película.
“CHERNOBYL +25” de Antonio Benítez Barrios
Hasta el 15 de septiembre de 2013
Centro Andaluz de Fotografía
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