Fuente: Francisco Martínez
Tardaré en acostumbrarme a un Moscú sin quioscos. Cuando llegué en 2005 estos espacios interinos formaban parte de mi día a día. Recuerdo que siempre compraba la verdura y la fruta del tenderete de una babushka, quien pesaba todo con una balanza. Ella se reía de mí porque yo hablaba muy mal ruso y decía ‘poloniva kilo’ (“la mitad kilo”). Ya no recuerdo su nombre, pero sí sus manos de campesina y que tenía la verdura sin lavar, llena de tierra.
Por entonces sólo había un ‘produkti’ alrededor de la residencia de estudiantes del MGIMO. Era una tiendas pequeña, de unos 30 m2 y no muy bien surtida. A la noche, cuando rondaba con Nadezhda, Pablo y Patrice solíamos comprar cervezas y tabaco en algún quiosco camino del centro. A la vuelta (seis o siete de la mañana) los alemanes siempre se pillaban la última Pilsner-Urquell y nosotros unos piroshkis en alguno de los quioscos cercanos al metro Prospekt-Vernadskogo.
Después de ir a algún concierto, a la gorbushka, o a explorar la ciudad hacíamos una visita al Teremok o al Kroshka-Kartoshka para comer algo. En los alrededores de cualquier estación de metro había puestos de color amarillo con cientos de CDs piratas, DVD’s sin subtítulos, piezas de ordenador o cajas de fósforos cosmonáuticos.
Meses más tarde, cuando empecé a encontrarme con N., recuerdo teníamos que pasar por el quiosco antes de ir a su casa para comprar fruta y algún dulce si queríamos tener desayuno.
El programa para eliminar los quioscos de la capital
Serguéi Sobianin, alcalde de Moscú, ha eliminado unos 6.000 quioscos de las calles de la capital rusa en sus dos primeros años de mandato. Tras su campaña para demoler los adyacentes a las estaciones de metro, el número de quioscos ha pasado de 14.000 a 8.000 y su empeño es el de borrarlos todos del paisaje urbano.
Tras su designación como alcalde en octubre de 2010 por el entonces presidente Dmitri Medvédev, Sobianin (natural de Tiumén, Siberia) ha intentado desmarcarse de su predecesor en el cargo, Yuri Luzhkov. Para ello frenó varios programas inmobiliarios ya en marcha, cambió la política sobre patrimonio arquitectónico y emprendió una campaña total contra los quioscos de las aceras (ya amenazados por Luzhkov ‘porque daban mala imagen’).
Sobianin está favoreciendo la concentración de distribuidores, por lo que además de eliminar los quioscos ha reducido el número de nuevas licencias comerciales y perseguido los mercadillos tradicionales.
“Es verdad que los quioscos de Moscú – los tan feos, los tan cómodos, los de siempre – van desapareciendo, y su desaparición es un fenómeno que salta a la vista, especialmente en las zonas de las estaciones de metro o de tren. Primero, porque éstas se ven mucho más arregladas y limpias, segundo, porque se ha hecho casi imposible comprar rápido alguna cosa típica de las que necesitas a la hora de partir; el viernes pasado casi perdemos nuestro tren, porque mi marido se fue a comprar agua y tardó un cuarto de hora recorriendo en vano toda la plaza de la estación Kievsky. Parece que el hecho de quitar los quioscos es un paso más hacia el aspecto ‘europeo’ de la ciudad, el que no sé por qué tanto queremos conseguir. También se supone que disminuirá la delincuencia y la gente beberá (y, quizás, fumará) menos. De eso nada puedo decir, se verá con el paso del tiempo, pero ojalá sea una de las consecuencias ventajosas de esa medida”, nos cuenta Nastia, natural de Moscú.
“Creo que en los quioscos sólo se debería vender cosas como tabaco, flores o periódicos; en ningún caso alcohol. Muchos eran feos, estaban en el camino y realmente molestaban al peatón. Al lado de los que vendían alcohol se reunían personas raras. En mi opinión, pueden seguir, pero sin ser demasiados y todos con un mismo diseño. Por ejemplo, en el parque Gorki ahora han puesto unos quioscos muy bonitos donde se venden helados, refrescos y cosas así. Si no me acuerdo mal, nunca he comprado nada en ningún quiosco, no me convencía mucho la calidad de lo que se vendía y la prensa la leo en internet. Por cierto, he leído un par de reportajes sobre las condiciones de trabajo de los vendedores y daban pena. Aunque dependía del propietario del quiosco. No obstante, una amiga mía echa de menos el quiosco de un zapatero muy bueno que estaba al lado de su casa”, nos cuenta Olga, también moscovita.
Desde finales de los años 80 los quioscos han servido para la venta de cigarrillos y prensa. En los 90 ampliaron la gama de productos que ofrecían (comida, ropa, alcohol, tecnología, música…), y proliferaron como espacios interinos de economía informal; proveyendo bienes y servicios no consolidados por el Estado.
Los decretos de Sobianin coinciden además con la campaña del gobierno contra el consumo de tabaco, la cuál prohíbe a los 175.000 quioscos del país vender cigarrillos (Rusia es el segundo mayor consumidor del mundo).
“Los quioscos son nocivos porque los más jóvenes pueden comprar tabaco allí y las autoridades no pueden controlar a estos pequeños vendedores”, aseguró hace unos días la viceministra Olga Golodets.
En los corredores del metro, los túneles, las avenidas, los jardines y los bulevares… diferentes tipos de quioscos conformaban el paisaje cotidiano de la capital rusa. Ahora se han empezado a demoler por fuerza, por decreto, primero los ilegales y después los legales, pero todos sin excepción. Incluso puestos como Kroshka-Kartoshka o Stardogs.
Eric Le Bourhis, editor de la revista Regard sur l’est , nos cuenta que a pesar de las facilidades y proximidad de los quioscos, éstos tienen una imagen negativa entre los moscovitas.
“Su desaparición no disparará la nostalgia. Estos pequeños comercios son de hecho un símbolo de la crisis de los años 90, caracterizados por la corrupción, y en los que muchos ciudadanos tuvieron que dejar su profesión y abrir un quiosco para poder sobrevivir”.
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Según las autoridades municipales, el decreto para eliminar los quioscos de las calles tiene dos objetivos principales: promover nuevas formas de venta y servicios ‘más civilizadas’ y favorecer nuevas inversiones y oportunidades de negocio en la ciudad.
La capital rusa se está globalizando y cada vez se parece más a otras metrópolis mundiales. Sin embargo, la polarización social es más intensa que en la mayoría de ciudades occidentales. Además, Moscú suele ser tomado como modelo por casi todas las urbes de Rusia y países vecinos.
Según la asociación de quiosqueros, las nuevas regulaciones antitabaco pueden suponer la pérdida de un millón de empleos (ocupados en gran parte por inmigrantes). Sin embargo, el propio alcalde cargó hace un par de semanas contra los inmigrantes que viven en Moscú: “La gente que habla mal ruso y tiene diferente cultura estaría mejor en su país. Moscú es una ciudad rusa y así tiene debe permanecer. No china, ni tayika, ni uzbeka”.
Sobianin es actualmente alcalde en funciones. Tras dos años y medio al frente de Moscú ha dimitido hace unos días y convocado las primeras elecciones municipales en 10 años. Este movimiento ha sorprendido a la oposición, ya que Sobianin se va a presentar como candidato y sólo ha dado tres meses para preparar las elecciones.
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