Cuando las mujeres rusas eran de todos

ITAR-TASS
Los derechos de la mujer en Rusia, su emancipación y participación en el espacio público han ido variando de forma radical; pero los tiempos en los que el sexo era presentado como tragedia y revelación religiosa quedaron definitivamente atrás.

Si echamos la vista atrás (o alrededor) encontramos casos difíciles de comprender desde nuestra posición y esquema de valores. Acontecimientos como guerras, revoluciones y arrogancias que sacan a la luz siglos de patriarcado y lo peor del ser humano.

Los miembros de la Asociación Libre de Anarquistas de la ciudad de Sarátov debieron pensar que si podían nacionalizar campos, casas, comida y petróleo, por qué no intentarlo también con el cuerpo femenino. Así, el 28 de febrero de 1918 aprobaron un decreto que suprimía “la posesión privada de la mujer” y colectivizaba su cuerpo. “En el plazo de tres días”, decía el decreto, todas las mujeres de Sarátov que tuvieran entre 17 y 32 años “pasarán a ser libres”, es decir, propiedad pública.

El matrimonio quedaba consecuentemente abolido, por ser “un instrumento de la burguesía para escoger a las mejores especímenes”. De acuerdo con el texto, los antiguos maridos “podrán mantener el derecho de usar a sus esposas sin hacer cola”, aunque este privilegio “será revocado en caso de que se resistiese a la nacionalización de su mujer”.

Proyecto para un espectáculo en los años 20. En el cartel se lee:

El propósito era que los hombres entre 19 y 50 años tuvieran ‘derecho’ a ‘usar’ a una mujer tres veces a la semana durante tres horas. No obstante, y como acontecía con otras propiedades públicas, la adquisición del derecho requería un certificado del Comité Autorizado de Trabajadores y Soldados que confirmara el origen proletario del hombre en cuestión.

Lo habían planeado todo: las mujeres que quedaran embarazadas estarían exentas del abuso de los hombres durante los tres meses previos al parto y el mes posterior. En cuanto a los niños… una institución pública se haría cargo de ellos.

Cuando la noticia llegó a oídos de Lenin, el héroe de Petrogrado mandó un telegrama urgente a las autoridades regionales que decía: “¡Si se confirmara, arrestad a los canallas!”

La respuesta de los poderes de Simbirsk fue un tanto lacónica: “No se ha encontrado la confirmación al hecho”. Sin embargo, no tardó en conocerse el primer suceso relacionado con el frustrado intento de colectivización. Mijaíl Uvarov, dueño de un salón de té, más tarde descubierto como monárquico irredento, contrarrevolucionario, malévolo y malvado, fue al parecer ajusticiado por oponerse al provocador decreto anarquista.

Cabe recordar que por aquel entonces los anarquistas eran valiosos aliados bolcheviques en su guerra contra los blancos. Así, dirigentes anarquistas participaban activamente en los consejos soviéticos con un poder que no era apenas nominal, ya que podrían aprobar sus propios decretos y fusilar sin necesidad de acudir a un tribunal.

La orden anarquista no se llegó a poner plenamente en práctica en ningún lugar, aunque el texto fue reimpreso en otras ciudades el imperio, como Ufá, Vyatski, Vladímir y Medyani, además de en el distrito de Kurmyshski.

Tardó apenas medio año la prensa extranjera en hacerse eco y exagerar la extensión, intensidad y aplicación del utópico y animal decreto. Incluso el New York Times publicó la noticia el 26 de octubre de 1918 y el senador Overman lo utilizó como prueba de la necesidad de una caza de brujas antisoviética en Estados Unidos.

Las repercusiones de la supuesta colectivización del cuerpo de la mujer soviética tienen mucho de montaje, e incluso hay quien lo presenta como una farsa preparada para atraer apoyos al Ejército Blanco de Kolchak en el punto determinante de la guerra civil rusa.

Cierto es que muchos de los ideales tempranos de la revolución no se cumplieron. Como sabemos, la situación incluso degeneró en un termidor estalinista. Aún así, conviene recordar el trabajo realizado por Alexandra Kollontái (conocida como la Valkiria soviética) para promover la emancipación de la mujer rusa durante y después de la revolución.

Alexandra Kollontái

En los años 20, se decía en el congreso de los soviets que en la URSS era más fácil tener sexo que beber un vaso de agua. Ya en tiempos de Lenin se prohibió la literatura pornográfica, se persiguió la prostitución y se ampliaron los derechos de la mujer, introduciendo el divorcio y el aborto.

Lo que la Revolución de Octubre dio a la mujer obrera y campesina. Cartel de propaganda soviética de 1920. Las inscripciones en los edificios dicen “biblioteca”, “jardín de infancia”, “escuela para adultos”, etc.

Con Stalin en el poder, el tema sexual tendió hacia un cierto puritanismo verbal, afianzándose como pauta de cómo tratar el sexo públicamente hasta el final del experimento soviético. En la URSS no se permitían publicaciones sobre el tema y el peor ataque contra un autor literario era la calificación de ‘pornográfico’ (incluso podía dar con sus huesos en un sanatorio mental).

Tampoco había, “¿Señora Robinson, está intentando seducirme?” ni “Come on, baby, Light my fire”. En la música popular rusa (y en el rock) hablar de sexo se consideraba obsceno; tampoco hubo una película con sexo explícito hasta 1988, con las escenas quinqui de cama de Natalia Negoda en ‘Málenkaya Vera’ (La pequeña Esperanza/Vera).

En una de sus frases célebres, Marlene Dietrich arguyó que “en Estados Unidos el sexo es una obsesión; en otras partes del mundo es un hecho”. Al otro lado del telón de acero parecía ser lo contrario: los rusos tenían más problemas en hablar de sexo que en hacerlo.

La última anécdota nos la regaló Liudmila Nikoláevna Ivánova, presidenta del Comité de Mujeres Soviéticas. El programa ‘Las mujeres hablan con las mujeres’, grabado el 28 de junio de 1986 y emitido el 17 de julio, fue una de las primeras retransmisiones conjuntas soviético-estadounidenses. En él se conectaban dos estudios de televisión llenos de señoras, uno en Boston y otro en Leningrado.

Ante el comentario de una ciudadana norteamericana sobre la excesiva presencia de sexo en los anuncios publicitarios de su país, la camarada Liudmila Ivánova sufrió una reacción freudiana y respondió: “Nosotras no tenemos sexo y estamos categóricamente en contra”.

Al parecer quería añadir que en la URSS había mucho amor pero las risas pícaras de sus compañeras de plató la cortaron (y delataron). Tenía buenas intenciones, pero Liudmila Ivánova pasó a la historia como una mentirosa.

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