Eduard Dubrovsky: el último cineasta científico

Fuente: Ana Novikova

Fuente: Ana Novikova

Eduard Dubrovsky se encontraba de viaje de placer por Sudamérica cuando le llegó una invitación de la Agencia Federal de los Asuntos de los Compatriotas Rusos en el Extranjero (Roossotrudnichestvo) para que diera una charla en la famosa Casa de Rusia de Buenos Aires. Lo tomó como una oportunidad de conocer gente nueva y recopilar información para su próxima película, que va a tratar sobre la diáspora rusa en Argentina.

No se hizo cineasta de un día para otro: antes de entrar al Instituto Pansoviético Guerásimov de Cinematografía, trabajó como minero de carbón en Ucrania Oriental, como buscador de oro en el río Kolimá (extremo noroeste de Rusia) y como cargador maderero y periodista. Recorrió la inhóspita península de Chukotka, conoció a presos de los gulags de la zona y participó en un experimento social impulasado por jóvenes comunistas. 

En otras palabras, ha hecho uso de su experiencia vital para plantear y analizar cuestiones humanistas mediante técnicas propias del ‘séptimo arte’. 

Entre las películas expuestas la semana pasada en la Casa de Rusia se encontraron: “Desde el punto de vista de Brézhnev”, sobre la controvertida figura el líder soviético y “Una Venecia danubiana”, sobre los ‘viejos creyentes’– partidarios del formato eclesiástico ortodoxo existente antes de la reforma del siglo XVII.

Nacido en 1937, Eduard Dubrovsky es guionista y novelista, ha ganado algunos de los premios más importantes en el área del cine documental. Es miembro de la Academia Rusa de la Televisión y profesor de los Cursos Superiores de Cineastas Profesionales. Sus películas y series se siguen incluyendo en la programación de los canales más importantes, mientras los temas que elige para investigar y escribir guiones pertenecen al ámbito histórico y social. 

Las dos películas han recibido una acogida cálida por parte de los que asistieron al encuentro. También se abrió un turno de preguntas, que le dieron pie a Dubrovsky para hablar sobre el arte, la historia y sus propios recuerdos. 

“Soy el que marca el camino” 

“La importancia de un guión es fundamental. Un director de cine aporta su ángulo de visión, mientras el objeto, al que se mira, es generado y esquematizado por el guionista. La función del guión, por lo tanto, consiste en organizar la atención del espectador. Yo no pretendo convencer a nadie de nada, pero soy el que marca el camino.” 

“Soy el último guionista de lo que en la Unión Soviética se llamaba ‘cine científico para el pueblo’: es una rama de cine documental, cuya principal característica consiste en describir y aplicar hipótesis, basadas sólo en hechos reales y con marcos teóricos correspondientes al área. 

Este tipo de películas pueden parecer ‘sosas’ por no admitir ningún recurso escandaloso, de los que muchas veces se usan para documentales ‘más divertidos’. En consecuencia, no se trata de cine comercial. Y lo que no es comercial, hoy no sobrevive. De los estudios que antes hacían el ‘cine científico’ ahora no queda ninguno en Rusia. Los proyectos de este tipo se llevan a cabo según la circunstancia.” 

“Creo que el capitalismo no nos aportó nada. No es que sea malo, pero en el ámbito humanista se nota una especie de estancamiento. No me refiero a niveles de creatividad o al volumen de la producción artística actual, sino a la calidad y oportunidades para trascender.  A nivel cotidiano vivimos en un ambiente poco seguro. 

Recorrer el país, tal como lo hice yo por mi cuenta a finales de los 50, hoy puede ser peligroso. En general, a las cosas le empieza a faltar el alma”. 

Un experimento utópico 

“En 1958 estuve trabajando con un grupo de jóvenes comunistas en Chukotka como voluntario en condiciones extremas. Nos sobraba energía, éramos idealistas. Y a mí personalmente me atraían las ideas de Tomaso Campanella y las utopías… 

Bueno, resolvimos que éramos unos ‘constructores de comunismo’ suficientemente avanzados, como para crear una comunidad con todos los beneficios anunciados por el comunismo: eliminaríamos la circulación de dinero dentro del grupo; el comedor sería gratuito; si alguno necesitaba plata para enviarle a la familia o comprarse algo afuera, podría simplemente ir a la banca común y sacar de ahí… 

Todos tendrían que trabajar bien, y al que trabajara mal se le haría el boicot – en el sentido de no dirigirle la palabra. El nombre que nos pusimos era “La República del Sol”, y esperábamos convertirnos en un ejemplo para toda la Unión Soviética. 

Sin embargo, prosigue Dubrovsky,”…al poco tiempo empezamos con problemas: como éramos todos iguales, la carencia de estímulo y diferenciación en el trabajo hicieron que algunos trabajaran al límite de sus posibilidades, y los otros no hicieran nada. Comiendo igual… Hubo que crear medidas punitivas, y en vez de la comuna ideal estuvimos a punto de caer en una dictadura. Yo hacía de periodista en el diario local y publicaba todos nuestros avances. 

Cuando ya estaba claro, que el proyecto fracasó, llegaron las autoridades del distrito y nos mandaron a “dejar todo como estaba”: a desarmar la caja comunal, introducir de nuevo el pago del comedor, etc. Pero no nos castigaron ni fuimos víctimas de represalias”. 

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