Reforma de las fuerzas armadas rusas: la historia interminable

El ministro de Asuntos Interiores Vladímir Kolokolcev y ministro de defensa Serguéi Shoigú. Fuente: ITAR-TASS

El ministro de Asuntos Interiores Vladímir Kolokolcev y ministro de defensa Serguéi Shoigú. Fuente: ITAR-TASS

El pasado 6 de noviembre el presidente Putin decidió la destitución del ministro de defensa Anatoli Serdiukov y su sustitución por Serguéi Shoigu, hasta ahora gobernador de la región de Moscú. Este cese, que se ha relacionado con una supuesta malversación de fondos de la empresa pública 'Oboronservis', ha puesto de manifiesto una cuestión en general poco conocida, la complejidad de la reforma de las fuerzas armadas rusas, una tarea inacabada desde el final de la Guerra Fría y que incluye variables como la política de personal, la doctrina militar, la organización, el adiestramiento, el presupuesto, las relaciones cívico-militares, o la industria de defensa.

En enero de 1990 el ejército soviético contaba con cuatro millones de efectivos, medio millón de ellos desplegados en los restantes países del Pacto de Varsovia.

 La distensión entre bloques propició un primer proyecto de reforma, que preveía suprimir un millón y medio de soldados, reducir el presupuesto (que alcanzaba el 15% del PIB), comenzar la profesionalización de la tropa, y reconvertir parte del gigantesco complejo industrial-militar para producir bienes de consumo.

El intento de golpe de Estado de agosto de 1991 contra Gorbachov y la desaparición de la URSS en diciembre del mismo año hizo olvidar esos planes.

Ya en la presidencia de Yeltsin y con el general Grachov como ministro de Defensa se creó el Consejo Nacional de Seguridad, hubo una reducción de  medio millón de efectivos y se suprimieron los comisarios políticos.

Sin embargo, las reformas se vieron dificultadas por la caótica situación de seguridad en las restantes antiguas repúblicas soviéticas, por las reformas económicas radicales de esa etapa y por la rebelión del Parlamento contra Yeltsin, que finalizó con el ejército bombardeando la Duma el 4 de octubre de 1993.

En consecuencia, fue en la primera guerra de Chechenia cuando se puso de manifiesto la crítica situación del ejército, en gran parte porque de 1991 a 1992 el presupuesto de defensa cayó un 45%.

 Cuando en diciembre de 1994 se produjo el ataque sobre Grozni para someter a los rebeldes chechenos, las tropas rusas fueron incapaces de controlar la situación, a pesar de la extrema violencia empleada, y en agosto de 1996 se vieron obligados a retirarse, dejando atrás miles de muertos.

Tras esa experiencia traumática un nuevo ministro de Defensa, el general Rodionov, propuso en 1997 otra importante reducción del número de efectivos, la creación de un ejército profesional con movilidad y adiestramiento avanzados, una nueva estructura de mandos y fuerzas, y la recuperación de las capacidades industriales de defensa.

Pero de nuevo un evento externo, en este caso el colapso financiero de Rusia en agosto de 1998, echó por tierra esos planes, por lo que las Fuerzas Armadas rusas acabaron el siglo XX bajo mínimos. 

La reforma del sector de la defensa en la presidencia de Vladímir Putin

 En 2006 el presidente Putin rememoraba como en 1999, cuando supervisaba los planes para recuperar el control de Chechenia, fue informado de que del millón y medio de militares sólo 55.000 estaban en condiciones de ser empleados en combate, ya que el resto carecían de adiestramiento y armamento moderno.

Además, en agosto de 2000 se produjo el hundimiento del submarino Kursk, en el que murieron sus 118 tripulantes y se pusieron de manifiesto las lamentables condiciones en que vivían los militares rusos y sus familias.

Por ello, se planteó un nuevo programa de reformas, que en esta ocasión sí tendría cierto éxito tanto por el impulso político del presidente como por la recuperación de la economía rusa, que posibilitó su financiación.

Putin nombró en 2001 a Sergué Ivanov como ministro de Defensa, el primer civil en ocupar este puesto, como una forma de intentar someter a los altos mandos militares al poder político, ya que las fuerzas armadas gozaban de una amplia autonomía por su prestigio en la sociedad, legado de la victoria sobre los nazis.

La guía del cambio fue el documento titulado: “Tareas urgentes para el desarrollo de las fuerzas armadas de la Federación de Rusia”, aprobado en 2003.

 Sus ideas básicas no eran innovadoras: reducción del tamaño de las fuerzas, sustitución de los conscriptos por soldados profesionales, creación de un cuerpo de suboficiales (del que Rusia siempre ha carecido), mejoras en la formación de los oficiales, y una mayor supervisión política del presupuesto.

 Pero existen otros aspectos que representan cambios de calado, y que han hecho que casi diez años más tarde la reforma siga inconclusa.

Así por ejemplo, la nueva doctrina militar minimiza la amenaza de una invasión a gran escala y destaca nuevos riesgos como el terrorismo y los conflictos regionales de pequeña escala.

Sin embargo, la élite militar rusa se ha resistido al cambio, ya que todavía consideran posible una guerra convencional contra Occidente o China.

 Muchos mandos prefieren un gran ejército de leva forzosa, relativamente estático y orientado a la defensa territorial, a un ejército reducido, profesionalizado, y con capacidad de despliegue rápido.

En la actualidad las fuerzas militares superan el millón de efectivos, pero se estima que sólo 200.000 disponen de equipamiento moderno y adiestramiento de combate. 

 Presupuesto e industria de defensa: la base material de las reformas

 Nada de todo lo expuesto hasta ahora sería posible sin un robusto presupuesto de defensa y sin una base tecnológica e industrial adecuada.

 En lo referente a los recursos, el crecimiento de la economía en la última década (impulsado por los altos precios de los hidrocarburos) ha permitido a Rusia aumentar el gasto militar, que había tocado fondo en 1998 con 20.550 millones de dólares y que en 2009 alcanzó los 64.123 millones.

 En términos relativos, eso representa el 4% del PIB, pero en términos absolutos es sólo una décima parte del estadounidense y ya inferior al chino.

 Para paliarlo, en diciembre de 2010 se aprobó el “Programa estatal de obtención de armamento”, que con una asignación de 700.000 millones de dólares pretende que tras una década el 70% de los equipos y sistemas de armas sean de última generación, ya que en la guerra contra Georgia de 2008 se comprobó el retraso tecnológico ruso, a pesar de la victoria final.

 En lo referente a la industria de defensa, en los años 90 sólo las compañías que exportaban sus productos pudieron sobrevivir. Bajo la presidencia de Putin se reestructuró el sector, sometiéndolo a un mayor control del Estado, se agruparon las industrias en grandes clústeres sectoriales, y se creó la “Comisión Industrial Militar” para supervisarlos.

 Por otra parte, han crecido mucho las exportaciones al extranjero, canalizadas por la corporación estatal Rosoboronexport. 

 A pesar de esos avances, la corrupción hace que se malgaste hasta un tercio del total del presupuesto de defensa, lo que explicó el nombramiento en 2007 del ahora destituido Serdiukov como ministro, hasta entonces director de la Agencia Tributaria. 

No deja de ser paradójico que el encargado de luchar contra esta lacra haya perdido finalmente su puesto precisamente por un caso de corrupción.  Si a ello se une el cese el 9 de noviembre del jefe del Estado Mayor, el general Makarov, se abre una nueva etapa de incierto resultado para el programa de reformas, que cada vez se parece más a una misión imposible.

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