Anna Netrebko se estrenará en el Liceu

Después de inaugurar por segundo año consecutivo la temporada del Metropolitan de Nueva York, la soprano rusa paseará por Europa el último personaje lírico de Chaikovski, Iolanta, la joven princesa que vive sin ser consciente de su ceguera. Será la primera vez que cante en Barcelona, los días 10 y 13 de enero.

Casi cuatro décadas después de la muerte de Maria Callas, un aura distinta rodea a la pléyade de sopranos del siglo XXI. “Una diva, además de cantar e interpretar, tiene que ser una diosa en la vida cotidiana”, sentenció la soprano de origen griego, responsable de marcar en el inconsciente colectivo los parámetros de este oficio, a medio camino entre la idealización mitómana y la sublimidad artística.

Este tipo de mujeres, no sólo en la ópera, se convirtió, a mediados del siglo pasado, en un modelo para tantas otras féminas por su estilo y su fuerte personalidad en un mundo dominado por hombres.

No fue hasta Maria Callas, por ejemplo, cuando se rompió la tendencia de que fuera el tenor el intérprete principal de las obras líricas. Pero, en cualquier caso, para que a una cantante se le cuelgue la etiqueta de diva es necesario que posea una personalidad arrolladora, muchas veces reforzada por una ascensión meteórica al estrellato.

La propia Netrebko, hace poco más de veinte años, trabajaba en el Teatro Mariinski como limpiadora para poder estar cerca del escenario. Tras una audición, Valeri Guerguiev la convirtió en solista y la dio a conocer en Estados Unidos. Luego arrasó en el Festival de Salzburgo. El resto es ya parte de la historia.

En la memoria de la ópera queda la noche en que Callas, a media función, huyó por la puerta trasera de la Scala porque un resfriado no le permitía estar a la altura del público milanés. «Nessuno può sostituire la Callas», gritó la platea.

Aunque nadie es irrepetible, sí somos sustituibles, y el testigo del divismo operístico descansa ahora en otras manos. Por otra parte, ya no se potencia el mismo misterio. No existe una grabación en vídeo de una actuación completa de Maria Callas, pero a Anna Netrebko la podemos ver actuar para el cine y en alta definición. O bien podemos conocer su lado íntimo a través de su videoblog.

Espontánea, expansiva, enérgica, la soprano de Krasnodar ha abierto el mundo de la ópera a un público muy amplio que exige ya no sólo la excelencia de la voz, sino también la presencia y el magnetismo de las actrices de la gran pantalla. Y eso hace torcer el gesto a más de un purista.

La carrera de Anna Netrebko se encuentra en plena transición. Además de formar una familia con el bajo-barítono uruguayo Erwin Schrott, su voz ha ganado en peso y oscuridad, espoleándola a debutar en papeles más dramáticos. Nueva situación, nuevos retos: la Tatiana de Eugenio Oneguin o la Elsa de Lohengrin. En un pequeño alto de su gira, Rusia Hoy conversa con la prima donna rusa. 

Ahora está inmersa en una gira europea con la versión en concierto de Iolanta. Hace muy poco inauguró la temporada del MET, cantó en el Teatro alla Scala, recibió el premio ‘Menschen in Europe’ por su contribución al arte... Su agenda debe de exigirle una gran fortaleza física y mental.

Cuando eliges la ópera profesionalmente sabes que tienes que estar dispuesta a todo. Este tipo de vida, sí, es un poco alocado, diferente al del resto de la gente. Pero ¿qué puedo hacer? Conozco bien este mundo y lo que quiero conseguir. Desde luego, con la llegada de mi primer hijo todo se ha ‘complicado’ un poco, pero no pasa nada. Es mi problema y nadie tiene que darse cuenta. Y menos el público. Pero trato de pasar el máximo tiempo posible con mi familia.

¿Cómo es el personaje de Iolanta, que está interpretando?

Es una princesa ciega que no sabe que lo es. Entonces llega un joven apuesto que le descubre su condición, que existe un mundo visible. Se enamoran a pesar de su ceguera y ella recupera la vista. Dicho así, parece una historia un tanto simple, pero es extremadamente bella y sensible. Se trata de la última ópera de Chaikovski y, a pesar de ello, tiene un final feliz, lo cual no es muy corriente en las óperas rusas. Hace solo unos años que la incorporé a mi repertorio.

Últimamente, no se programa tanta ópera rusa en los teatros europeos y americanos, ¿cree que es una moda pasajera?

No lo sé, cada temporada hay unas obras o autores que se ponen de moda. Hace unos años parecía que todos programaban La Bohème, La Traviata… Hoy puede ser Wagner y mañana otra cosa. A veces da la impresión de que una obra se repite de un teatro a otro. Hace unos años la ópera rusa sí tenía una presencia más fuerte. Es cuestión de tendencias.

Aparte de en tu país natal, Rusia, vives entre Estados Unidos y Austria. Otra cultura está muy presente en tu vida, la latinoamericana, por tu marido. Hace un año y medio Schrott publicó en el sello Sony Rojo Tango. ¿Crees que algún día cantarás en español?

Tengo la suerte de que a veces cantamos juntos, en óperas, conciertos o galas benéficas. Estamos buscando también fechas para hacerlo en Latinoamérica. Cabe la posibilidad de que sea el próximo año, pero aún no hay nada seguro. Quién sabe si algún día lo haga en español, nunca digo no a nada… al menos, al principio. Erwin me fascina como cantante, tiene un talento extraordinario.

Existe una construcción social de la figura de la diva. Los medios –sobre todo los no especializados– y una parte del público, así como por exigencias de las casas discográficas en busca de atraer la atención, buscan a quien colgarle la etiqueta. ¿Se sigue con esta idea romántica del siglo pasado?

El mundo ha dado muchas vueltas, la escena operística no es como la de hace cincuenta años. En nuestro caso, intentamos vivir la ópera como parte de una gran familia. Además, con las nuevas tecnologías puedo estar en contacto con mis seguidores, chatear con ellos. Nunca me he creído ese papel de diva. Soy como soy y, al final, lo que importa de verdad es la voz. Sin ella, estaría vendiendo humo. No nos engañemos, lo esencial de una soprano es su voz. El resto es accesorio.

En los próximos años vas a interpretar personajes nuevos en los que habías mostrado interés, personajes más dramáticos, como Elsa o Leonora. ¿Qué le mueve a escoger uno u otro?

La mayoría de veces sigo mi intuición. Siempre se toman unos riesgos asumiendo este tipo de personajes, pero es lo que tienen los retos. Ya veremos dentro de unos años cuál será el veredicto del público. Es un proceso que requiere de mucho entrenamiento, estudio y saber avanzar pasito a pasito. Tengo muchas ganas de dejar atrás los papeles alegres e inocentes y penetrar en territorios más oscuros. Es también una consecuencia de los cambios naturales en mi voz, no tanto una cuestión de impulso personal. Mi personalidad nada tiene que ver con las mujeres que interpreto. Los escojo porque me gusta la partitura, la historia. Pero insisto, es por mi voz, que ha madurado con el tiempo. Para mí, ya no es un reto interpretar papeles de jóvenes.

El pasado julio actuó en una gala en el Marinskii, el teatro que la vio nacer como cantante solista.

Es una pena no poder hacerlo más a menudo, pero cada vez tengo menos fechas libres en el calendario para poder actuar en San Petersburgo. Ya no paso tanto tiempo allí, los contratos son los contratos. Pero siempre que puedo, entre compromiso y compromiso, me escapo.

La ópera es un género extremadamente exigente. ¿Alguna vez se ha sentido sobrepasada?

Por suerte, nunca he pasado por un periodo bajo. Sí que a veces he podido tener menos éxito, que las cosas no hayan salido del todo bien. Incluso con el mismo personaje cosechas un gran éxito en una producción y luego, en otra, pasas desapercibida. Pero no importa, incluso cuando tengo un día malo intento sacar fuerzas de donde sea.

Alguna vez ha contado cuando decidió que quería consagrarse a la ópera: al final de una función de Macbeth, en el Marinskii. Ha descrito el silencio que se produjo y la emoción, justo después del final. Qué le seduce más de ser soprano, ¿tener el control de los sentimientos del auditorio o vivir en la piel de otros personajes?

Sin duda escogí esta profesión para poder vivir otras ‘vidas’, pero siempre he tenido muy, muy claro lo que es verdad y fantasía.

¿Y cuál es su relación con el mundo de la publicidad?

Actualmente solo soy imagen de la firma Chopard. Los conozco desde hace tiempo. No me gusta atarme mucho. Con la ropa me pasa un poco lo mismo, me gusta variar de diseñadores. Últimamente visto a menudo prendas de Oscar de la Renta.

¿Y cómo lleva esta nueva posibilidad de ver en directo sus actuaciones en cines, donde se puede ver tan de cerca los gestos de los cantantes?

No tengo ningún miedo a las cámaras. Creo que es una iniciativa muy interesante. Si tuviera más tiempo no dudaría en ir al cine a ver ópera. No es lo mismo que en directo, pero no deja de ser atrayente y, por lo que sé, está teniendo una acogida bastante buena. Porque no se trata de una versión pensada para la pantalla sino una actuación en vivo. Así que el espectador encuentra en los intérpretes la misma energía que si estuviera en el teatro. Tenemos que cantar igual que ante un aforo de dos mil localidades.

Leí que Plácido Domingo decía que puede haber mucha gente que quiera ser famosa, pero sólo el público escoge a quién lo será. ¿Imagina por qué el público la ha escogido para ser una de las sopranos relevantes del siglo XXI?

Estoy totalmente de acuerdo con esa afirmación. En mi caso, no lo sé, sinceramente. El público decide quién les gusta y quién no. Se busca el talento, que tengas una imagen adecuada y que escojas un repertorio apropiado. Tiene algo de lotería.

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