Poco después de la Segunda Guerra Mundial, en 1947, con motivo del 800º aniversario de Moscú, el Consejo de Ministros de la Unión Soviética aprobó un colosal y majestuoso plan arquitectónico para la modernización de la capital. El plan contemplaba la construcción de ocho rascacielos en las partes más importantes de la ciudad.
En apenas diez años, se erigieron siete de los proyectados: la Universidad Estatal de Moscú, el Ministerio de Asuntos Exteriores, el Edificio Administrativo de la Plaza Roja, los hoteles Ucrania y Leningrado, y los edificios de viviendas de Kotelnicheskaya y Kudrinskaya. Por su semejanza, se dice que pertenecen a una misma familia: las Siete Hermanas de Stalin. Los edificios se convirtieron pronto en hitos del paisaje urbano e iconos de la ciudad surcada por el río Moscova.
Pero aunque eran únicas, las Siete Hermanas de Moscú no estaban solas. Entre finales de los años 40 y principios de los 50 del siglo pasado, se diseñaron y construyeron torres más bajas, pero altas, de estilo estalinista en buena parte de Rusia (San Petersburgo, Barnaul...) y de la Unión Soviética (Kiev,Riga...).
Travesía por el desierto
Con la muerte de Stalin, sin embargo, la familia dejó de crecer. El octavo y más imponente de los rascacielos contemplados en el plan de Moscú nunca se erigió, al igual que otras torres en la extensa Unión Soviética. El decreto “sobre la liquidación del exceso arquitectónico” promulgado por Kruschev en 1955 catalogaba el costo de estos edificios como inaceptable. La cantidad y la funcionalidad eran los nuevos principios de un programa que apostaba por proyectos masivos de viviendas baratas y básicas.
En las casi cinco décadas siguientes ni en la Unión Soviética, primero, ni en Rusia, a partir de 1991, se construyeron apenas rascacielos. Solo dos torres en la época soviética y una en 1995, todas en Moscú, superaron los 130 metros.
El presente se yergue...
Hasta el año 2003. Desde entonces, la familia de las Siete Hermanas se ha ampliado en cantidad y ha crecido en altura. En la última década, se han construido en toda Rusia 30 edificios de más de 130 metros. Moscú ha concentrado el mayor número (25) de torres y las más elevadas.
La cota ha ido además creciendo de forma progresiva. En 2003, 264 metros; en 2007, 268 metros; y en 2010, 302 metros (Torre Moscú, 76 pisos) han batido sucesivamente el récord de edificio más alto de Moscú, y en el último caso, hasta mediados de 2012, de Europa.
Dos torres completadas en 2008 y 2009 también superan al Edificio de la Universidad, la más alta de las Siete Hermanas. Y, por si fuera poco, se construyen en la actualidad la Torre Ciudad de Mercurio, de 339 metros, y las Torres Vostok y Zapad que está previsto alcancen el año que viene 560 metros y 93 pisos, devolviendo a Moscú el dudoso privilegio de albergar el edificio más alto del viejo continente.
También se han construido rascacielos en otras ciudades de Rusia. En 2010 uno en San Petersburgo y Saratov. En 2011 dos en Ekaterimburgo (uno, el Visotski, de 188 metros, el más alto fuera de Moscú), y cinco en Grozni.
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… torcido
Pero si son muchas las torres construidas, son solo una pequeña parte de las que se han diseñado y aprobado en la última década. Y muchas de las que se acaban alzando son versiones modificadas, habitualmente más feas y no siempre más baratas, que las originales.
En algunos casos, los problemas financieros de las empresas promotoras y, con mayor frecuencia, la intervención de los alcaldes o los funcionarios y la oposición de la opinión pública, han cancelado, modificado sustantivamente o dilatado los proyectos.
El rascacielos de Gazprom en San Petersburgo es tal vez el que ha desatado mayores ríos de tinta. Cuestionado por entidades locales y ciudadanos, y motivo de amenaza por parte de la UNESCO, ni siquiera su reubicación a nueve kilómetros del protegido centro histórico parece garantizar su construcción. Pero este es solo un proyecto de muchos. Las grandes estrellas de la arquitectura, como Norman Foster o Zaha Hadid, ambos premios Pritzker, no se salvan de cancelaciones, mutilaciones, dilaciones y polémicas.
Hacia el equilibrio
El futuro, en todo caso, no pinta tan oscuro. Como en tantas otras cosas, Rusia parece estar llegando a un equilibrio. Todo parece indicar que se alzarán menos rascacielos, pero muchos, y probablemente mejor, en los próximos años. La respuesta no es ni un sí ni un no a los grandes edificios.
Moscú aprobó este agosto un reglamento sensato: densidad desigual, modernización heterogénea. Hay barrios y edificios antiguos de valor histórico y cultural que deben ser preservados. Su débil protección ha limado el acervo en las últimas décadas. Pero quedan muchos monumentos por los que seguir luchando.
Las ciudades son, en cualquier caso, organismos vivos y dinámicos, y no infinitos espacios museísticos en los que admirar seguros la gloria de otra época. Para empezar porque nunca fue todo honorable. Muchos de los viejos barrios y edificios son triviales, redundantes y poco funcionales.
Así que, hay que conservar lo singularmente valioso, pero no momificar un pasado de valía disímil. El reto radica en proteger y restaurar el patrimonio y renovar lo antiguo, interpretándolo para darle usos económica y socialmente actualizados.
Pero también en erigir nuevos edificios, algunos quizás sí rascacielos. Amenazadas por el declive demográfico, muchas ciudades rusas necesitan ser más densas. La cuestión es el dónde, el qué y el cómo.
El emplazamiento debe ser central y respetar al tiempo el patrimonio histórico. También debe ser amplío y ser o poder transformarse en una zona con suficientes servicios, en la que pueda gestionarse la congestión indisociable a los edificios altos. El progreso en esto ha sido desigual.
El edificio debe, por su parte, cuidar e integrarse en el contexto, ser digno de perdurar y tender a la sostenibilidad, partiendo de la base de que los rascacielos, por definición, no son ejemplo de ello.
Los diseños de Foster para Moscú o los de RMJM para San Petersburgo avanzan en lo segundo y tercero, pero no en lo primero. Y, aún así, son excepciones. Muchos de los diseños contemporáneos no complementan ni agregan valor a la herencia existente. La resta es doble, por lo que se quita y lo que se pone.
Los rascacielos deben finalmente hacer parte de un programa (un orden) concertado a escala metropolitana, municipal y barrial, donde más se notan los impactos.
Pericles ya enseñó que la ciudad es su gente. La que protesta por los rascacielos. Y la que, con razón o sin ella, por convicción o pereza, no lo hace. No es solo arquitectura. Es urbanismo. Y cotidiana política. Aquí los pasos, si los hay, son de centenaria tortuga. Quizá sea posible convenir en que merece la pena renovarlo.
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