Sobre Obama y los prejuicios

Dibujado por Natalia Mijailenko

Dibujado por Natalia Mijailenko

No considero en absoluto que, de haber sido presidente, Romney hubiera iniciado ningún tipo de aventura en política exterior. Puede que sí y puede que no. Yo estoy pensando en otra cosa. La diferencia entre Obama y Romney está precisamente en la relación que tienen con los prejuicios.

No se puede decir que el curso en política exterior de Obama haya sido especialmente prorruso. Y en caso de haber ganado Mitt Romney no habría sido una gran catástrofe para Moscú.  En cualquier caso, la mañana del día del triunfo electoral de Obama tuve un sentimiento de alegría y alivio.

 

En la vida política actual hay muchas cosas descabelladas e ilógicas. Pero la victoria de Obama da pie a la esperanza: Moscú y Washington no se pelearán por estructuras ideológicas viejas y ficticias, sino por las diferencias en sus respectivos intereses nacionales.

 

Hubo un tiempo en que Rusia fue el epicentro de la política exterior estadounidense. Hoy en día si seguimos siendo el epicentro es solo en el discurso de Romney.

 

Unos días antes de las elecciones estadounidenses me encontré en Moscú con un antiguo alto cargo del aparato del presidente republicano de los EE UU. Su actual ocupación depende de las buenas relaciones entre Rusia y América.

 

Demostró una sorprendente tranquilidad sobre los resultados de las elecciones, por no decir indiferencia: "¿Y qué puede cambiar en caso de que gane Romney? En los Estados Unidos de hoy en día, las relaciones en política exterior tienen un margen de posibilidades muy estrecho. Nuestros recursos hace mucho tiempo que no son los de antaño. Y la cantidad de puntos de fricción entre los intereses estadounidenses y rusos, para bien y para mal, son menos aún".

 

Una valoración así no es una excusa. China e Irán, esos son problemas que tanto los demócratas como los republicanos en Washington consideran hoy en día importantes.

 

Mientras que Rusia es el antiguo gran problema. Un país que se puede utilizar como material retórico para los ciudadanos que vivieron su juventud en la época de la Guerra Fría.

 

Pero ¿merece la pena menospreciar la importancia de la retórica en política? No, y mil veces no. La palabra y los pensamientos son materiales.

 

El único lugar donde los políticos toman decisiones basándose en necesidades vitales y en márgenes de posibilidades es en sus memorias. En la realidad, bajo la máscara del margen de posibilidades a menudo se ocultan los prejuicios.

 

Si nos fijamos, por ejemplo, en la decisión de participar de forma plena en la guerra de Vietnam, el líder estadounidense Lyndon Johnson, si nos atenemos a sus biógrafos, comprendió que destruiría el espíritu de su presidencia.

 

Johnson soñaba entrar en la historia del país como un gran reformador social, de ahí su consigna de la construcción de una "gran sociedad".

 

La cuestión vietnamita situó al presidente ante la elección: o la guerra o la "gran sociedad". Johnson estaba a favor de la gran sociedad, pero la mente del Presidente se encontraba bajo la concepción de política exterior de moda en el momento: la teoría del dominó.

 

La esencia de esta teoría era que si se permite a una ficha de dominó, un país del sudeste asiático, se hiciera comunista, entonces todos los demás estados de la región seguirían inevitablemente su ejemplo.

 

Pero la teoría del dominó resultó ser un prejuicio. El Presidente perdió la guerra y arruinó su sueño de una "gran sociedad".

 

Yo no creo que, de haber sido elegido presidente, Romney hubiera iniciado inmediatamente ningún tipo de aventura en política exterior. Puede que sí y puede que no. Yo estoy pensando en otra cosa. La diferencia entre Obama y Romney está precisamente en la relación que tienen con los prejuicios.

 

Obama es un pragmático con sangre fría, que no mira hacia el pasado, sino hacia el futuro. Romney es un político cuya relación con los prejuicios no está clara. Es imposible entrar en la cabeza de un hombre, y menos aún en la de un político. La pregunta de hasta qué punto uno u otro político cree en su propia retórica, está condenada a quedar oculta.

 

Pero cuantos más prejuicios haya en Washington más habrá en Moscú. Incluso durante el primer mandato de Obama en los círculos políticos moscovitas existía una enorme cantidad de disparatados prejuicios sobre la política de los EE UU.

 

Gente que parecía seria, por ejemplo, estaba convencida de que la "primavera árabe" era el resultado de algún tipo de ingenioso complot norteamericano.

 

Esa misma gente seria cree a pies juntillas que la aparición de la oposición en Rusia también es consecuencia de algún pérfido plan de conspiración estadounidense. Por más que todas las causas de nuestras perturbaciones políticas se encuentren dentro del país. 

Me da miedo incluso imaginarme hasta qué punto hubieran crecido los prejuicios antiamericanos en Moscú de haber ganado Romney con su incomprensible retórica de "enemigo geopolítico número uno".

 

Resumiendo. El segundo mandato de Obama no convierte a EE UU y Rusia en amigos del alma. Allí donde nuestros intereses no coincidan del todo o no coincidan absolutamente; Asia Central, el Cáucaso, la creación del escudo antimisiles en Europa, la rivalidad seguirá siendo igual de fuerte.

 

Pero hay posibilidades de que sea una rivalidad que no se base en los prejuicios. Para las habituales pugnas entre Rusia y EE UU, esto ya es algo.

 

Mijáil Rostovski es observador político del periódico "Moskovski Komsomolets".

 

Artículo publciado originalmente en RIA Novosti.  

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