El calentamiento global afecta y afectará a la Federación. Hacemos un balance de los impactos positivos y negativos. Fuente: ITAR-TASS
Muchos consideran en Rusia el cambio climático un mito. Y pocos de los que creen le conceden importancia. La mayoría piensa que, en tanto país más frío del mundo, el cambio climático podría incluso ser benigno. Pero en un país tan vasto y ante un fenómeno tan complejo, las cosas no parecen tan sencillas.
Beneficios
Es indudable que el calentamiento brindará a la Federación elementos positivos. Por un lado, acortará la duración y amortiguará la dureza de los meses de invierno, lo que contraería la necesidad de calefacción y reduciría las enfermedades y muertes asociadas con el frío. Por otro, extenderá la época y fertilidad de las cosechas en buena parte del país. Además, este será más habitable y podría dispararse el turismo.
Pero lo más mencionado es el deshielo del Ártico. Donde algunos advierten agonizantes osos polares, muchos rusos ven una oportunidad histórica. Por una parte, para acceder a reservas de gas y petróleo. Por otra, para abrir una nueva ruta de comercio marítimo. Hace dos años un petrolero ruso lo hizo con ayuda de rompehielos. El trayecto entre los océanos Atlántico y Pacífico (entre Europa y Asia) es por aquí casi un tercio más corto que por el canal de Suez. El deshielo gradual del océano Glacial Artico haría la ruta más rápida, barata y segura. Y se podrían construir oleoductos y gasoductos. También se harían accesibles nuevos caladeros para la pesca. Así que, efectivamente, el cambio climático favorecería a la Federación en varios sentidos.
Costos
Pero lo anterior es solo una parte de la verdad. Primero, porque en el norte no todo será un cuento de hadas.
Se prevé que el deshielo del permahielo, que sirve de base y cimiento, y el aumento de las lluvias y nevadas provoquen daños severos en la infraestructura existente. Se calcula que el 50% de los edificios, las infraestructuras y los oleoductos deberán ser reforzados, sustituidos o reconstruidos antes de que culmine su ciclo de vida. Además, la afectación de los ecosistemas amenaza la supervivencia de la flora, la fauna y los pueblos indígenas.
Segundo, porque confunde la parte con el todo. Aunque son parte de ella, Rusia no es solo Siberia, el Ártico o el norte. En un país tan grande, los cambios en el clima afectan de distintas maneras. El calentamiento del centro y del sur podría acarrear efectos negativos. Allí podría aumentar la necesidad de refrigeración, las sequías y la expansión del cólera, la malaria y el dengue.
Tercero, porque omite la importancia de los eventos hidrometeorológicos extremos, como tormentas, sequías u olas de calor, cuya recurrencia e intensidad está previsto se incremente en todo el país. Inundaciones e incendios tendrían mayor probabilidad de desatarse, extenderse y prolongarse.
Balance
Es claro, por tanto, que habrá costos y beneficios. Pero, ¿qué primará? ¿Están equivocados quienes indican que el cambio climático es bueno para Rusia? Sí, profundamente. Para empezar, porque, según análisis detallados, los costos podrían ser iguales a los beneficios. Eso sucedería en la agricultura y las zonas de hielo permanente.
En segundo lugar, porque esa afirmación desconoce la magnitud del desafío. Los rusos viven mayormente en el oeste y el sur de Rusia, no en el norte. Y es allí, y no en el norte, donde se ha acumulado inversión y experiencia. Desarrollar el norte implica movimientos de población y construcción de nueva infraestructura para albergarla, y generar nuevos conocimientos, lo que tiene un costo y toma tiempo.
El balance de un país depende, a fin de cuentas, del contexto al que se asoma y su capacidad de hacerle frente. La amenaza de Rusia es menor (pero no pequeña) que la de otros países (costeros o tropicales), pero su vulnerabilidad es, en muchos aspectos, sobresaliente.
Y aunque las oportunidades son grandes, la capacidad para aprovecharlas parece limitada. Solo algunos de los beneficios tendrán impactos automáticos. El resto son solo potenciales. La mayoría de los costos tendrán, en cambio, efectos inmediatos. Por el momento, en el norte, el deshielo está provocando daños sustantivos.
Los optimistas también olvidan que el cambio climático que se prevé no será una cuestión de pocos años y de agradables grados. Los expertos aseguran que los países de latitud elevada, como Rusia, podrían disfrutar eventualmente de complejos beneficios netos (más ahorro de calefacción que gasto en aire acondicionado, menos decesos por olas de calor que reducción de muertes por olas de frío) con un aumento gradual de hasta 2 ó 3 grados centígrados. Pero esto solo ocurriría hasta mediados de siglo. Después, y durante mucho tiempo, las temperaturas aumentarían más (hasta 4 ó 5 grados centígrados) de forma acelerada. Y ahí los costos serían mayores que los beneficios.
El desafío es hoy
Se puede pensar, con razón, que 40 años son muchos. Pero la cuenta atrás comenzó hace tiempo. Hay al menos tres razones para ser efectivos. A menos que se actúe de manera decida, no podrá evitarse un cambio de clima peligroso, por encima de los dos grados centígrados. Se ha emitido y se emite demasiado para que sigan valiendo las excusas.
Aunque se reduzcan las emisiones, el cambio climático tendrá lugar en el futuro. Y se está expresando ahora. Hay sólidas evidencias y preocupantes impactos. En 2010, Rusia registró las temperaturas, en intensidad y duración, más altas desde hace más de 130 años. Incendios, sequía y muertos fueron las consecuencias. Este verano, el litoral del Mar Negro sufrió las peores inundaciones de su historia.
Y, al final y al cabo, actuamos todo el rato. Los buenos estudiantes saben que estudian menos si lo hacen a tiempo. Las decisiones de hoy definen los riesgos del presente y marcan las oportunidades futuras.
No se construyen ni se cambian ciudades, no se erigen infraestructuras, no se inventan tecnologías ni se aprenden hábitos de un día para otro. Pero se trabaja en ello casi todos los días. El reto es aquí y ahora.
¿Lo sabe el gobierno ruso? A medias. La Federación aprobó la política de cambio climático en 2009, dando prioridad a la adaptación. Desde entonces, el discurso del gobierno también se ha afinado. Pero las responsabilidades y las metas no eran claras y los avances han sido precarios. Aunque ha habido algunos progresos, el grueso de la adaptación al cambio climático sigue dependiendo de los efectos secundarios de políticas sectoriales.
No parece suficiente. Se sabe que el cambio climático es significativamente incierto. Pero también que hay que adoptar medidas específicas. Dependen del contexto, del reto y la cultura, y son más sencillas de lo que a veces se cree. Más que ingenio, se requiere voluntad. Y visión estratégica.
Mientras el tiempo corre, el clima cambia: los riesgos crecen, las oportunidades se acaban. Siempre es momento de hacer más. Sobre todo cuando hay evidencias y los costes se pueden convertir en interesantes ganancias.
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