Dibujado por Nyaz Karim.
Este año, en la acción conmemorativa participaron más personas que en ocasiones anteriores. Centenas de rusos acudieron a rezar el oficio de difuntos y posteriormente leyeron los nombres de los ejecutados en el polígono de Bútovo, situado en las afueras de Moscú, lugar donde fueron fusiladas decenas de miles de personas durante el gobierno de Stalin. Fue la primera vez que se realizó un evento como este en Bútovo.
También hubo homenajes en Tula (ciudad situada a 165 kilómetros al sur de Moscú), Norilsk (en el círculo Polar Ártico), y otras ciudades de Rusia. En la ciudad de Blagovéschensk, capital de la provincia rusa del Amur (Lejano Oriente) se inauguró un nuevo monumento para honrar la memoria de las víctimas.
Miles de personas rindieron homenaje a sus padres, abuelos y bisabuelos.
Lo cierto es que es un día extraño y una situación extraña. Sería injusto decir que Rusia no honra la memoria de las víctimas del terrible siglo XX: se ha establecido una fecha conmemorativa, se han abierto museos dedicados al tema, hay monumentos en varias ciudades, capillas, catedrales...
Vladímir Putin depositó flores al pie de los monumentos y visitó el polígono de Bútovo, donde se erigieron una catedral y un museo en honor de los nuevos mártires.
Y cada año, en el cuarto sábado después de la Pascua de la Resurrección, el Patriarca de Moscú y de toda Rusia reúne allí a los clérigos para celebrar un oficio religioso, como lo hacían los primeros cristianos ante los féretros de los mártires.
Pero es imposible comparar el tributo que se rinde a las víctimas de la represión política con el que reciben las víctimas de la Segunda Guerra Mundial, que sufrieron un daño proporcional. O con el modo de honrar la memoria de las víctimas de la Shoah, los judíos exterminados por los nazis.
Pasados más de 55 años después de la ‘desestalinización’, abierta en el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) en 1956, y más de 20 años después del colapso de la URSS, tan sólo algunos entusiastas siguen rindiendo tributo a las víctimas de la época soviética.
No es una tradición nacional, mientras que la mayoría de los rusos ni siquiera quieren pensar sobre estas víctimas.
Según las encuestas realizadas por la Fundación de Opinión Pública (FOM, por sus siglas en ruso), durante los últimos diez años, creció el número de ciudadanos que niega las represiones masivas, del 8% al 16%. Mientras, el número de los rusos que reconocen este hecho histórico se redujo del 75% en 2001 al 62% en 2012.
La cuestión de la memoria histórica es un asunto complicado y una herida abierta.
Ante todo, no se puede acusar de causar todas estas víctimas a un enemigo externo, como hicieron con éxito los ciudadanos de los países del Báltico o Polonia. Además, una gran parte de la sociedad sigue asociándose con el pasado soviético.
Según algunos historiadores, las represiones masivas no se iniciaron en la época del gobierno de Stalin sino antes. Pero, aún hoy en día, la figura de Vladímir Lenin se considera buena. Incluso los políticos actuales con reputación de liberales consideran casi un sacrilegio la posibilidad de cambiar algo relacionado con el nombre de Lenin. Recordemos al viceprimer ministro ruso, Arkadi Dvorkovich, que hace poco confesó en público que no se había atrevido a cancelar un decreto relacionado con redes eléctricas firmado por el líder de la Revolución.
Se puede encontrar un consuelo en el hecho que no solo Rusia afronta este problema. La situación podría tener alguna similitud con lo que ocurre en España, que sufrió el régimen franquista. Allí también se acallan muchos hechos, los ciudadanos no coinciden respecto a la necesidad de exhumar los restos del dictador Franco y trasladarlos a otro lugar. Además, hasta hoy en día en varias pequeñas ciudades se pueden encontrar plazas nombradas en honor a Franco.
Los rusos tienen una mentalidad de vencedores y les ha sido impropio construir su identidad nacional en torno a las víctimas del propio régimen.
"Es un trauma terrible que desfiguró a la nación. Nuestro Estado y Gobierno temen abordar este problema y alguien hasta propuso la idea de proclamar a Stalin como héroe nacional”, dijo el politólogo Serguéi Karagánov que encabeza el grupo de trabajo para la memoria histórica del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia.
“Pero la causa principal consiste en que la mayor parte de la sociedad teme reconocer el pecado de sus padres y abuelos. Se realizó un genocidio cuando una parte de la población (que no era la mejor) exterminaba a la otra (la mejor)”, añadió.
Según Kiril Kaleda, arcipreste de la catedral de los nuevos mártires rusos en Bútovo, cuyo abuelo, mártir sagrado Vladimir Ambartsumov, fue fusilado y enterrado allí, la causa de esto es más profunda. “Esta memoria es incómoda, nos obliga a vivir de otro modo y no lo queremos”, dijo.
“A principios del siglo ХХ, nuestro pueblo se hizo ilusiones de que era posible crear un paraíso en la Tierra y derramó mucha sangre”, dijo Kaleda. “Ahora la mayoría de los rusos persiguen el objetivo de lograr la prosperidad. No se consiguió construir el paraíso en la Tierra, pero hoy queremos crear un paraíso en nuestros pisos o nuestros terrenos. Y si nos damos cuenta de que todo lo anterior fue erróneo, esto significará que nuestra actitud actual es impropia también. Y tendremos que cambiar de modo de vida”, añadió.
Mientras, no le parece extraño a nadie que las ceremonias fúnebres se celebrasen en Bútovo, que se ubica en el barrio de la provincia de Moscú nombrado en honor de Lenin.
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