El infierno llega al Ermitage

El museo peterburgués acoge una exposición de los hermanos Jake y Dinos Chapman llamada “El final de la diversión”. Fuente: Alexey Danichev / RIA

El museo peterburgués acoge una exposición de los hermanos Jake y Dinos Chapman llamada “El final de la diversión”. Fuente: Alexey Danichev / RIA

En el Edificio del Estado Mayor del Museo estatal del Ermitage, en la parte destinada a la colección de arte contemporáneo, se ha inaugurado, a pesar de las tradicionales protestas de los cosacos, la exposición de los hermanos Jake y Dinos Chapman “El final de la diversión”, basada en su exposición ligeramente modificada “Fucking Hell”, un homenaje moderno a Goya, El Bosco y otros clásicos.

Para la exposición de los hermanos Chapman, el Ermitage preparó al público masivamente y con antelación. Hacía tiempo que de sus pretenciosos muros no salía una campaña tan agresiva. Los anuncios explicando que no es tan temible el diablo como lo pintan, se veían por todas partes.

 

Si esto se hacía para tranquilizar a la opinión pública, como si estuviese alarmada ante la inquietante llegada de este par de hermanos cínicos, todo resultó justo al contrario: incluso las personas que nunca habían oído hablar de Charles Saatchi, la exposición “Sensation” y los hermanos Chapman se enteraron de que en el Ermitage se estaba preparando algo magnífico y claramente ultrarradical.

"En las vitrinas de los Chapman está soldado el horror mismo, encerrada la crueldad. El mal de la esvástica está aislado, como un monstruo peligroso en un matraz de la Kunstkamera. No recomendamos visitar la exposición a menores de 18 años".  Dmitri Ozerkov, curador del programa Ermitage 20/21  (la parte moderna del Museo en el Edificio del Estado Mayor de la Plaza del Palacio) Sobaka.ru

“Escándalo”, “provocación”, “indecencia” son las terribles palabras, últimamente muy en boga en el Petersburgo neopuritano, que acecharon la Plaza del Palacio.

 

Para el ojo humano, que ha visto fotografías de los campos de concentración y reportajes del 11 S, que ha jugado al Doom y que además vive en el mundo de las imágenes de las noticias televisadas, las representaciones del Infierno creadas por los Chapman son percibidas como un alfabeto de la cultura visual contemporánea.

 

Nueve enormes vitrinas de cristal a modo de acuario, colocadas de tal manera que forman una esvástica a vista de pájaro, crean un único espacio compuesto por un volcán, un río, un lago, pasajes subterráneos, montañas, árboles, montones de piedra y miles de criaturas que habitan ese mundo. 

"Es una alegoría sorprendentemente potente. A mi modo de ver, los artistas han alcanzado la envergadura de su inspirador Hieronymus Bosch".

Marat Guelman, curador de arte, en su blog.

Este infierno que pueblan decenas de miles de figuritas son nazis que torturan a otros nazis. Unos todavía parecen humanos, otros son ya esqueletos. Torturas sofisticadas, masacres, orgías necrofílicas, una fábrica que produce Hitleres, Hitleres que dibujan una naturaleza desnuda al aire libre que vende el payaso Ronald McDonald, cabezas, manos y pies arrancados, cuerpos mutilados…

 

En calidad de antihéroe está el gran Stephen Hawking con su infierno personal de marihuana. Pero todo lo demás es una guerra interminable parecida a una condena eterna. Un puto infierno.

 

Precisamente también este trabajo de los Chapman se llamaba, en sus anteriores formatos, “Fucking Hell”. En el conservador Ermitage adoptó un nombre nuevo “El fin de la diversión” (End of fun) y un soporte “clásico” a modo de los aguafuertes de la serie “Los horrores de la guerra”, de Goya. 

“Hay que decir que no todos los espectadores perciben las exposiciones de los artistas contemporáneos en las salas del Ermitage de una manera positiva. A muchos les parece que nuestro hermoso museo sólo puede acoger arte clásico y que para las muestras de obras contemporáneas son más apropiadas las galerías. Por eso, como suplemento a las exposiciones del proyecto Ermitage 20/21, se ha creado un programa educativo que ayuda a muchos espectadores a entender mejor la nueva política de exposiciones del Ermitage. […] Por lo que respecta a la exposición de los hermanos Chapman, estos artistas británicos ya cuentan con diez años de fama internacional. Forman parte de la élite de maestros del arte contemporáneo mundial y encajan bien en el espacio del museo." Sofia Kudryavtseva, directora del centro educativo para jóvenes del Ermitage “Vecherni Peterburg”.

Lo cierto es que esta parte de aguafuertes de los hermanos está lograda: los bárbaros británicos pintaron en las imágenes de crestomatía sus propios horrores. Así, los monstruos antropomorfos de Goya tienen en la obra de los Chapman cabezas de monstruos informáticos del siglo XXI y se parecen a los personajes estilizados de “Mars Attack”, la película de Tim Burton.

 

La actuación del Ermitage ha sido crucial en dos sentidos. Por un lado, la excelente composición de los Chapman, alterada y repartida su disposición por distintos pisos, parece una concesión irritante del viejo museo al que le aburren los nuevos tiempos y sus gustos. Como si el museo se avergonzara un poco de los artistas contemporáneos.

 

Por otro lado, con el cambio del nombre y del contexto, el tono de la obra de los Chapman se ha transformado. Aquí ya no hay un juego de simulación de múltiples niveles en la modelación de un gigante infierno nazi en que el espectador se zambulle de cabeza, incluso sin quererlo.

 

Antes que nada trata de que el arte nunca ha sido sólo una cuestión de belleza, y los Chapman aquí son herederos directos de Goya tanto y más que El Bosco, Brueghel el Viejo, Rubens y Kokoschka.

Pero además es el “fin de la diversión”, el fin de los estudios posmodernos, el fin del cinismo cansado, el final del juego... La exposición resultante no es terrible, sino triste.

 

Y, en este contexto, ha quedado más claro que también los “Horrores de la guerra” de Goya fueron al principio a ojos de sus contemporáneos totalmente incomprensibles. Pero era tolerable. No obstante, cuando esas mismas imágenes empezaron a causar sólo tristeza y pena por la inocencia del pasado fue entonces cuando se volvió realmente aterrador.

 

Artículo publicado originalmente en Kommersant. 

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