Traductoras rusas en la Guerra Civil Española

Francisco Largo Caballero, Presidente del Gobierno en 1936–1937. Fuente: AP.

Francisco Largo Caballero, Presidente del Gobierno en 1936–1937. Fuente: AP.

Una voz interna susurraba a Adelina Abramson antes de partir rumbo a España en agosto de 1936: “¿Serás capaz de cumplir con lo que te encomiendan?”. Con tan solo 17 años, contestó segura: “Sí”. Estaba dispuesta a traducir del ruso al español ante los servicios soviéticos para la República. Pronto partiría hacia España con pasaporte falso junto a su padre Benjamín. Su identidad permanecería oculta bajo un seudónimo. Sería Adelina Regis, miembro del Ejército Rojo.

204 intérpretes soviéticas llegaron en plena Guerra Civil al campo de batalla. Su tarea consistiría en traducir las conversaciones entre miembros del ejército republicano y los diplomáticos soviéticos, que llegaron hasta la península para prestar ayuda internacional al Gobierno legítimo de la República. Muchas de ellas se formarían en el entonces Instituto de Nuevos Idiomas en Moscú.

Aquellas intérpretes cumplieron una labor encomiable: supieron descifrar mensajes de estado entre embajadores y jefes de gobierno, mantener el silencio y dejar huella de mujeres valientes en la memoria colectiva. Algunas de ellas dejaron su vida en el campo de batalla, como fue el caso de Sofía Bessmernaia, que murió en la batalla de Brunete. María Fortus, Sara Majovich, Elizaveta Párshina, María Levina, Olga Filipova, Adelina y Paulina Abramson son solo algunos de estos nombres.

En diciembre de 1936, Francisco Largo Caballero, por aquel entonces Presidente del Gobierno, envió una solicitud al primer embajador de la URSS en España, Marcel Rosenberg. Una larga carta en la que, además de aviones y tanques, pedía a la URSS, especialistas en aviación, armamento, ingenieros aeronáuticos, instructores, y, cómo no, traductores que ayudasen a mejorar la estrategia militar de un gobierno democrático asediado y sin fuerzas aliadas.

La respuesta llegaría cinco días más tarde, aunque para la URSS fuese un contratiempo inesperado convertirse en una pieza clave de la política exterior española. “A pesar de que durante los cuatro años de guerra hubo más de 2.105 soviéticos en territorio español,  en un mismo periodo la cifra no alcanzaba más de 550 personas, 70 de las cuales fueron traductoras”, afirma Ricardo Miralles, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco.

Ante la imposibilidad de los asesores de hacerse entender por los españoles, el cuadro de traductoras era un grupo fundamental para los republicanos. Miralles señala: “de no haber sido por las intérpretes nada de lo propuesto por los soviéticos se habría materializado”.

A todas las desavenencias de la República, habría que sumar la falta de entendimiento que existía entre los cuerpos de seguridad hispano rusos. Incomunicación que no compartía el bando contrario donde los aliados italianos y alemanes tenían mínimos conocimiento de español. La barrera lingüística pasaría factura, a pesar de que Górev, agregado militar del Estado Mayor Soviético, procuró en todo momento que no faltara un traductor por asesor. Sin embargo, la tarea resultó imposible.

La lista de intérpretes era muy extensa. Entre ellos, también se encontraban los llamados rusos blancos, antiguos emigrados políticos de la época de la revolución de 1917, contrarios al régimen soviético en origen que, sin embargo, acabaron colaborando como traductores.

Entre estos, el caso más destacado es el de Costant Brusilloff en el Frente Norte. Miralles señala que este grupo fue 'prácticamente obligado' a través de serias amenazas y coacciones a colaborar con el NKVD, la policía soviética encargada de controlar políticamente a los rusos en España. La vida de Brusilloff estuvo plagada de vicisitudes. En 1919, huyó de los bolcheviques, asentándose posteriormente en España. Durante sus años de obligada labor como traductor e intérprete, redactaría un informe muy crítico sobre la preparación militar de la República y la labor soviética en la zona.

La misión en España del NKVD fue básicamente reprimir la disidencia en el campo republicano. El gobierno de Stalin no permitiría que las maniobras soviéticas quedaran bajo el desconocimiento de Moscú.

“Había una importante necesidad de información militar sobre las actuaciones soviéticas en la Guerra Civil. Stalin no dejó nada al libre albedrío”, destaca Miralles. Tal era el control de todos los miembros del Ejército Rojo, que a mediados de 1937 ya se consideraba al NKVD como una especie de oficina ajena al Ministerio del Interior, conocida como Grupo de Información. Paulina Abramson, hermana de Adelina, recuerda en aquellas circunstancias, como eran las entrevistas, a modo de manual, para entrar a formar parte del servicio de traducción. El requisito se adivinaba en una sola pregunta: ¿Sabe usted callar?

 

Una labor enigmática y comprometida

Tras su llegada clandestina a España, Adelina Abramson consigue establecerse en el Hotel Metropol de Barcelona donde recibiría instrucciones para ser trasladada por los servicios soviéticos a Valencia. Tenía entonces 17 años. Por sus conocimientos de español, nació y vivió su infancia en Argentina, se le destina como intérprete y traductora en la Aviación para el Estado Mayor de las Fuerzas Aéreas de la República, con sede en Albacete.

En su libro de memorias, Mosaico Roto, Adelina narra cómo el general Douglas le propuso un singular destino. “Para mí la pregunta era enigmática pero me fascinaban las palabras trabajar en la aviación. Inmediatamente consentí”. Recuerda cómo en un principio el servicio soviético la quiso mandar como responsable de un grupo de guerrilleros. Sin embargo, su carácter frágil, que ella misma asemeja a un tango argentino de su infancia, no era el adecuado para acompañar a nadie en esta arriesgada aventura, aunque su atuendo demostraba lo contrario; una chaqueta negra de cuero era su seña de identidad.

Durante aquellos meses de lucha contra el fascismo, su trabajo permitió entablar amistad con los pilotos, mecánicos e ingenieros españoles y soviéticos. La barrera cultural que existía entre ambos grupos arranca en la memoria de esta nonagenaria alguna anécdota jocosa, como la que le sucedió con el General Grigoriev en un curso para capacitar pilotos de bombardeo. “Al terminar su explicación, el coronel preguntó '¿Está claro?'. Se produjo un silencio sepulcral. En ese momento, uno de los futuros pilotos intentó cortejarme con una pregunta. El coronel me pidió que tradujese lo que me había dicho. Ante una risa general, no me atreví a responder”.

Un año más tarde, Adelina volvería a la tierra del frío. Su labor en España la haría merecedora de la máxima condecoración por méritos militares en la URSS: la Estrella Roja. Aunque Adelina Abramson, su hermana Paulina, y otras tantas mujeres que actuaron como traductoras en la Guerra Civil, no son nombres conocidos de la historia. Todas ellas tuvieron la modestia de los héroes que caen en el olvido.

Todos los derechos reservados por Rossíiskaia Gazeta.

Esta página web utiliza cookies. Haz click aquí para más información.

Aceptar cookies