Nostalgia y rastros

En la URSS las cosas ‘se conseguían’, no se compraban. Fuente: Fran Martínez.

En la URSS las cosas ‘se conseguían’, no se compraban. Fuente: Fran Martínez.

En el espacio post-socialista encontramos numerosos lugares donde personas de lo más diverso venden objetos que evocan a la nostalgia. Todos ellos comparten cierto malestar con el capitalismo contemporáneo y no acaban de encontrar su sitio en la civilización actual.

“La diferencia entre los hombres que crecieron en economías socialistas y los europeos es que ellos saben arreglar cualquier cosa y vosotros no”, me acusó no hace mucho una chica nacida al este del telón de acero.

En la Unión Soviética la economía se organizaba de acuerdo a criterios de producción, no de consumo. Con frecuencia acontecía que lo que necesitabas no estaba allí, y si estaba era de pésima calidad, por lo que los ciudadanos invertían su propio tiempo en reparar muebles, casas, ropa, coches…  A veces sí existía lo que buscabas, aunque la forma de conseguir esos vaqueros, películas o cortinas no era el canal oficial sino el de tu red de amigos y conocidos.

Las cosas ‘se conseguían’, no se compraban. El esfuerzo invertido hacía que apreciaras más el objeto. Así, el tiempo de vida de cualquier prenda, electrodoméstico o jarrón era más que generacional, reciclándose para otras funciones o guardándose 'para el futuro', 'para cuando crezcan' o 'por si acaso'. Por supuesto, el concepto de moda y estilo era muy distinto al actual…

Ese diferente acercamiento a lo material todavía pervive en muchos ‘flea-markets’ (mercado de pulgas o rastro), sobre todo los postsocialistas. La particularidad está no sólo en los objetos que se ofrecen sino también en las personas que los habitan: babushkas que venden su pasado en prendas sueltas para poder comprar ‘kasha’, y homos sovieticus que, en cuclillas y vestidos de negro, ofrecen piezas de reparación y medallas enrobinadas. También por quienes vamos a esos mercados: hipsters sedientos de lo retro, inconformistas que buscan alternativas a los precios tiranos del mercado y aspiran a crear su propio estilo con retales, y fetichistas adoradores de todo aquello relacionado con aquel régimen demoníaco que desafió la primacía de Estados Unidos (es decir, de souvenirs).

Todos ellos comparten cierto malestar con el capitalismo contemporáneo y no acaban de encontrar su sitio en la civilización actual. La investigadora Svetlana Boym lo describe como una 'nostalgia reflexiva', diferente de la nostalgia recuperadora (que restaura tradiciones, mitifica pasajes de la historia e impone rituales y símbolos) y la melancolía (pena individual que lleva a desentenderse de lo que pasa).

Fuente: Kirbuturg.

La nostalgia reflexiva se hace consciencia a través de pedazos y fragmentos. Con ella los objetos evocan tiempo, como un palimpsesto, como un espejo, como la magdalena de Proust, y te posicionan en el presente. Así, la nostalgia no añora el socialismo (que ya no volverá y fue opresivo para la mayoría de los ciudadanos), sino que manifiesta el desencanto por todo lo fallido que vino después.

La nostalgia tiene algo de liberadora y emancipadora. Conlleva crítica con el presente y una búsqueda de alternativas a través de los futuros que no se dieron. Este tipo de nostalgia es satírica, juguetona, ecléctica y blasfema. No es plana, ni tampoco práctica o estable, ya que combina lo amargo con lo dulce, el miedo con la fascinación, la memoria y la ironía, el silencio con la diversión.

Al final, cualquier rastro está compuesto por personas, objetos y actividades, y no hay un modelo monolítico de cómo debe funcionar. Además, está emplazado en un determinado lugar y barrio, lo cuál condiciona lo que hay o deja de haber.

Por ejemplo en Moscú y San Petersburgo, los dos mercadillos más auténticos y relevantes se encuentran en áreas marginales, donde gran parte de la población no pondría un pie por miedo (desconfianza y desconocimiento) de lo que pudiera encontrar allí.

Fuente: Oleg Pachenko y Lilia Voronkova.

De momento no he visitado ningún ‘flea-market’ en Rubliovka u Olgino, aunque supongo que sería con ‘face control’. En San Petersburgo destaca el rastro de Udelnaya, situado en un descampado entre las vías del tren de la estación del mismo nombre, y con un manicomio no muy lejos de allí. Existe desde hace 50 años, aunque durante el período soviético era ilegal. Unos 2.000 vendedores se concentran allí, la mayoría de ellos pensionistas o gente de escasos recursos económicos. Normalmente hay más vendedores que compradores, y existe una especial camaradería y comunicación entre la gente.

En Rusia, algunos incluso han conseguido el reconocimiento legal de mercado público, como el de Udelnaya, aunque otros han sido perseguidos por las autoridades, como la mayoría de los existentes en Moscú, que afeaban la ciudad Potemkin y megalómana del anterior alcalde Yuri Luzhkov.

En ruso se les llama ‘Bloshiny rynok’ o ‘bloshok’, que significa “mercadillo de las pulgas”. También se utiliza la palabra ‘barajolka’, en relación al lugar donde se consigue ‘barajlo’ (basura).

Los investigadores del Centro Independiente de Estudios Sociales de San Petersburgo, Oleg Pachenko y Lilia Voronkova, presentan a tres tipos de personas que habitan los rastros:

- Los ‘eks-liudi’, poco integrados en la sociedad contemporánea, marginados y perdidos tras el colapso de la URSS. Antiguos ciudadanos soviéticos que se ven forzados a participar en los rastros para vender sus pertenencias o encontrarse con personas en su misma situación.

- Jóvenes alternativos, descontentos e imaginativos.

- Vendedores profesionales, que hacen negocio con souvenirs.

Para Pachenko y Voronkova, los mercadillos son como un teatro donde vas a ver y a ser visto, un escenario donde se actúa, que ofrece una sensación de riesgo e incertidumbre y la posibilidad de encontrar algo inesperado (incluso un tesoro); además un rastro puede ser un espejo de la sociedad y albergar interacciones sociales diferentes.

Cuando voy suelo hacer dos rutas: la primera rápida mirando los objetos. La segunda, más detenida, observando a los vendedores y estableciendo la conexión con lo que venden.

La velocidad de la vida cotidiana y la multiplicación de los hechos históricos hacen nuestro día a día más complejo. El futuro parece estar siempre al alcance de un clic, y en las redes sociales y el trabajo nos tenemos que re-presentar constantemente. Tanto los rastros como la nostalgia ofrecen escenarios alternativos a ese tipo de post-modernidad, además de temporalizar el espacio. Igual por eso están cada vez más extendidos… como un virus.

Algunos links sobre ‘flea-markets’ en Rusia:

En Moscú destaca el rastro de Liazonovo, también entre las vías del tren y con babushkas como vendedoras.

http://see-you-in-moscow.com/blog/moscow_flea_markets/2010-03-26-72  (en inglés)

http://www.the-village.ru/village/people/people/108287-market-place   (en ruso)

http://louiseinyourpocket.blogspot.com/2010/06/11062010-moscow-flea-markets.html  (en inglés)

http://rt.com/news/prime-time/flea-market-antiques-moscow/  (en inglés)

https://www.youtube.com/watch?v=dRZ9GRZu654 (vídeo en inglés y ruso)

En Dushambe (Tayikistán):

http://englishrussia.com/2011/08/08/dushanbe-flea-market-hello-from-the-soviet-past/  (en inglés. Fotografías)

En Riga (Letonia):

http://retrospectrovintage.wordpress.com/  (en inglés)

En Tallin (Estonia):

http://www.tourism.tallinn.ee/eng/newsletter/article_id-11649?tag=4 (en inglés)

En Kiev (Ucrania):

http://file-magazine.com/citylikeyou/flea-market (en inglés)

Twitter: @fm_fronteraazul

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