Múrmansk, una ciudad a la carrera

"Lada" en Murmansk. Fuente: Alberto Caspani

"Lada" en Murmansk. Fuente: Alberto Caspani

A la séptima vuelta corriendo alrededor de 'Aliosha' , un veterano cubierto de condecoraciones abandona su orgullosa frialdad y me dirige miradas cómplices. Conozco bien esa expresión, que se parece tanto en todos los rostros de los abuelos que se mueren de ganas de contar su juventud, pero que no se atreven a interponerse en los oscuros manejos tecnológicos de las nuevas generaciones.

Observa mi máquina fotográfica, apuntada como una ametralladora a los más de 40 metros del 'Defensor del Ártico Soviético durante la II Guerra Mundial', pero cuando se enfrenta a estas lucecitas intermitentes y a las teclas miméticas, no sabe a qué carta quedarse.

Pocos segundos después vuelve a la carga, sacando un cigarrillo con sus dedos callosos, quizá deformados por los numerosos tiros disparados contra el ejército alemán, pero se detiene un momento en las frases poco tentadoras escritas sobre el paquete y se lo piensa mejor. Cuando una atleta rubísima pasa como una flecha ante nuestros ojos en su octava vuelta, ve llegar su oportunidad: “Vaya, vaya. Nosotros tampoco nos rendíamos nunca”. Hecho. Está cargando la munición. “Imagina: estábamos atrincherados allá abajo, justo en el punto al que mira Alesha: ¡el Valle de la Gloria! Así lo llaman ahora, pero en aquel entonces solo era un erial de hielo lleno de cuerpos sepultados”.

Las fotos de ciudad Murmansk. Fuente: Alberto Caspani

Novena vuelta y la rubia no muestra signos de querer abandonar. “¡Cáspita, cómo corren las chicas! En Múrmansk corren todos, hasta la propia ciudad tiene prisa hoy. Casi no la reconozco ya: lo único inamovible es él, Alesha. Pesa cinco mil toneladas ¿lo sabías? Es la segunda estatua más grande de toda Rusia, después de la de la Madre Patria en Stalingrado”. Sí, ha dicho Stalingrado, no Volgogrado.

Es inútil ponerse puntilloso y recordarle que ese nombre se eliminó hace muchos años. Para hombres como Víktor, que todavía llevan en los ojos el horror de la guerra y el sacrificio de los mejores, Stalingrado es Stalingrado. Y punto. Querría hacerme de guía en el Museo de la Marina, pero solo abre de jueves a lunes, por lo que, al final, se conforma con describirme la potencia de los rompehielos y los torpedos que custodian el Océano Ártico.

Mientras desfilamos bajo las placas que conmemoran las medallas a la heroica resistencia de las ciudades soviéticas, Alesha ni pestañea. Quién sabe cuántas veces habrá escuchado las historias de Víktor. Imperturbable, su impresionante mole de cemento armado sigue mirando al horizonte, con el fusil en bandolera y el pesado abrigo abotonado hasta el cuello: él y Víktor vigilan cada día la actividad del gigantesco puerto al pie de la colina, donde decenas de grúas amarillas se afanan en cargar carbón en los convoyes que salen hacia el Este.

“Aquí siempre ha sido la guerra la que ha dictado las decisiones”, añade, algo incómodo, el anciano veterano. “Múrmansk nació para abastecer a las tropas rusas en la I Guerra Mundual. Después fue utilizada para los suministros de la contrarrevolución contra los bolcheviques, sucesivamente para pasar la ayuda contra la invasión alemana y otra vez para acoger a la flota soviética. Todo el mérito lo tiene la corriente del Golfo, que mantiene navegables las aguas cercanas al puerto. Pero ahora el clima está cambiando y también el resto del Ártico ruso está libre de hielo durante varios meses”. Saca pecho. “Sí, Múrmansk será dentro de poco la escala más importante y más rápida para alcanzar Ámerica por mar”.

La renovación del histórico hotel Artika, que sobresale por encima del resto del skyline de la última ciudad fundada en el imperio zarista, es el signo inequívoco de que han acabado los tiempos grises. Con el traslado del los submarinos atómicos a la cercana base de Severomorsk, en tiempos de la disolución de la URSS, Múrmansk sufrió un duro golpe. Ahora, sin embargo, en las calles del centro abren todos los días nuevos cafés, marcas de lujo presumen de sus deslumbrantes escaparates, incluso el número de hoteles se ha multiplicado por diez en los últimos cinco años. Por su parte, la administración local ha lanzado un portal en inglés para hacer frente a la creciente demanda por parte de los turistas extranjeros.

Poco importa, pues, que el mastodóndico proyecto 'Laponia rusa' se haya encontrado con un obstáculo inesperado: aunque no haya sido posible recaudar todos los fondos necesarios para completar las obras de una estación de esquí y centro etnográfico en los alrededores del lago Krivoe, con un presupuesto de 700 millones de rublos (21,8 millones de dólares), el número de turistas ha superado ya los 40.000 al año.

Ahora Olga llega a la décima vuelta. Con las rodillas dobladas para recuperar el aliento, muestra una original camiseta azul surcada de motivos amarillos y rojos. “Viene del festival Alluring Worlds”,  me explica con vivo entusiasmo. “Se celebra todos los años a finales de agosto en la plaza que hay enfrente del Palacio de la Cultura Kirov. En realidad, en Múrmansk es tradición festejar a los pueblos Saami y Pomor durante el invierno, pero la constante llegada de turistas en verano está impulsando la organización de muchos eventos también durante el periodo estival: si quieres familiarizarte con las danzas y coros de los pueblos indígenas o simplemente admirar sus preciosos trajes, ahora no hace falta esperar al Nord Festival de marzo. Desde que se descubrieron los nuevos petroglifos en las inmediaciones del lago Kanozero, aquí se ha producido una verdadera explosión de revival de las culturas tradicionales. Pero ahora tengo que irme volando, me estoy entrenando para los campeonatos de mountain bike”. Preparados, listos, ya. Una estela de perfume y Olga ha desaparecido.

Miro a Víktor y quizá empiezo a comprender realmente lo que quiere decir cuando afirma que la ciudad corre. Por otra parte, las cuestas de Múrmansk son más que una invitación al deporte: si el desnivel entre la colina de Alesha y la calle Cheluskintzev, excavada en la tierra, ha dado vida a un circuito urbano de competición para mountain bike, moverse a pie de un barrio a otro obliga a estar en plena forma. Como una enredadera, la ciudad va trepando por pequeñas alturas que regalan por doquier cristalinas vistas al puerto, pero no son pocos los escalones que hay que subir y bajar cada día. Los más jóvenes se las arreglan con la tabla de skate, hasta el punto de que las escalinatas enfrente de la estación de tren se han convertido en un punto de encuentro para los acróbatas de la tabla. Algunas señoras, por el contrario, prefieren recurrir a los caballos, dejándolos pastar, en una curiosa estampa, entre los exuberantes parterres que se abren en las terrazas.

Cada rincón ofrece una oportunidad para poner a prueba nuestras condiciones físicas: los edificios de viviendas están dispuestos en forma de semicírculo para adaptarse mejor a la morfología ondulada del terreno. Esto ha permitido construir un insólito número de parques públicos con equipamiento deportivo, donde a cualquier hora se puede encontrar gente practicando deporte o entrenándose.

No es ninguna sorpresa cuando, al lado de via Lenin, se alza de repente el estadio del Sever Múrmansk, el equipo de fútbol más al norte de todo el mundo. Este gran puerto, situado más allá del círculo polar ártico, confirma sin ambages su título de capital rusa del deporte invernal, aunque son cada vez más las personas que lo consideran un campo base ideal para descubrir la gran cantidad de tesoros diseminados por la península de Kola: las gemas de Apatity, la biosfera Lapland, el museo de los gnomos en Mochengork o los misteriosos laberintos neolíticos de las montañas Khibini . Quizá precisamente en esto pensaba Alesha mientras sus ojos se cerraban bajo las granadas alemanas. O en la inigualable luz rosa que hace que arda la noche y se insinúa delicadamente en el corazón, dejando que los amantes que pasean se susurren una tímida promesa. 

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