El proceso de Bolonia en las universidades rusas

En la realidad rusa el sistema de grado/postgrado es bueno solo sobre el papel. Fuente: PhotoXpress

En la realidad rusa el sistema de grado/postgrado es bueno solo sobre el papel. Fuente: PhotoXpress

En septiembre de 2003 Rusia se incorporó al proceso de Bolonia de unificación de sistemas educativos europeos. Sin embargo, entre los profesores universitarios no hay unanimidad a la hora de decidir si ha merecido o no la pena.

El 1 de septiembre cientos de miles de estudiantes en Rusia empiezan el año académico en la mayoría de los centros de enseñanza superior del país. En comparación a la situación hace 20 años, se ha realizado un enorme avance cuantitativo. Entonces parecía que la educación superior que no iba a volver a tener importancia. Durante los agitados años 90 en Rusia, los alumnos que terminaban el instituto querían dedicarse a cualquier cosa: abrir su propio negocio, formar parte de una banda, hacer la revolución... lo que fuera, excepto perder el tiempo en las sillas universitarias buscando conocimientos.

Actualmente la tendencia es otra, la educación superior está de moda y obtenerla se ha convertido casi en un punto obligatorio del programa vital. Lo que permanece invariable es la cantidad de estudiantes en busca de conocimiento: es mínima. Principalmente se buscan las 'tapas duras', que es como en Rusia se llama a los títulos.

Naturalmente, debido a tales aspiraciones era imposible que no se devaluara el valor de la educación superior a ojos de potenciales empleadores. Si antes poseer un diploma era una condición necesaria para conseguir un trabajo, ahora la experiencia laboral se ha convertido en el criterio principal.

Los centros de educación superior se han reproducido como setas en el país, y  entre la pléyade de marcas prácticamente idénticas que ponen su sello a aspirantes con currículums iguales, es extremadamente difícil encontrar instituciones que merezcan la pena.

Por desgracia, el sistema educativo ruso está construido de tal forma que incluso estudiar en una universidad de prestigio (como la Universidad Estatal de Moscú MGU) no garantiza la debida preparación.

Parte importante de culpa la tiene el culto a copiar en todas partes (cierto que ha empezado a disminuir en los últimos tiempos) y el proteccionismo por parte de la dirección universitaria (en lo que respecta a los centros privados). El cambio al sistema de Bolonia (el año que viene se cumplirán diez años de la firma de Rusia de la declaración correspondiente) ha atenuado un poco la situación, pero es evidente que tampoco ha ejercido una influencia milagrosa, como habían calculado los burócratas.

Marat Valitov, analista de recursos humanos, dice: “La idea es que el sistema de Bolonia sirva solo para ayudar al empleador. Este ve a un estudiante de grado que tiene una formación básica, pero su cualificación deja mucho que desear. Mientras que aquí tenemos uno de postgrado, con una especialización limitada, y, por lo tanto, es un profesional mucho más sólido. Pero la realidad es otra: los equipos directivos de muchos centros superiores entienden los programas de postgrado simplemente como una continuación de los de grado, y no como una adquisición de especialidades concretas. Y resulta que el graduado escoge entre un único itinerario de un grado con una especialización excesivamente general, mientras que debería hacerlo al menos de tres, y más limitadas”.

Siendo más claros, la mayoría de las universidades forman a personas de las que suele decirse: aprendiz de todo, maestro de nada. En los centros públicos serios la situación, por supuesto, es mejor. Allí el estudiante tiene una gran selección de itinerarios y puede elegir una especialidad realmente científica y, además, muy demandada en el mercado de trabajo. Sin embargo, esto solo es una gota en el mar de uniformidad que ofrecen las demás instituciones.

Las cosas andan más o menos igual andan en otros aspectos característicos del Sistema de Bolonia: los estudios en otros países. Las universidades de renombre hace mucho que normalizaron sus relaciones internacionales, y con la llegada del nuevo sistema solo han tenido que transferirlas al nuevo formato. Irina Ipatieva, licenciada de la universidad nacional HSE, cuenta: “En mi centro existen programas de intercambio con Gran Bretaña, Alemania, Francia y con otra serie de países. Así que cuando llegó el momento de definirse, lo más difícil fue elegir”.

Pero en las universidades privadas, que en el mejor de los casos existen desde hace 10-15 años, en muchas ocasiones la posibilidad de ir a formarse a otro lugar solo se presenta de forma ficticia. Desde el momento de la firma de la Declaración de Bolonia no se ha introducido ningún mecanismo que permita simplificar la regulación.

Alexánder Mályshev, doctor en Pedagogía, reflexiona: “En la realidad rusa el sistema de grado/postgrado es bueno solo sobre el papel. Otorga a los burócratas-auditores un control total de la situación: primero un paso, luego otro, todo está escrito y recogido en protocolos. Pero en la práctica es algo diferente: los directores de los centros de enseñanza superior tienen la posibilidad de transformar todos los detalles del sistema, lo que les concede una superioridad competitiva enorme. Mientras, en las universidades de segundo rango simplemente ha habido un cambio de nombre, de una formación de cinco años a una cuatro más dos. Pero no se ha añadido nada de provecho. ¿Tiene sentido sorprenderse de que los empleadores no vean normalmente diferencias profesionales entre un graduado y uno de postgrado?”

En Europa, por cierto, el sistema educativo de dos escalones también recibe críticas regularmente, y por causas similares. Horst Hippler, presidente del Consejo de Rectores de centros de educación superior de Alemania, ha declarado que el título de grado no infunde confianza a los departamentos de recursos humanos, pero no es posible un inicio más rápido de las carreras profesionales para los titulados.

Además, en opinión de Hippler, el proyecto de crear un espacio único universitario también se ha derrumbado. “Hay criterios diferentes según el centro, y por eso el traslado de una institución a otra va ligado a numerosos procedimientos burocráticos que con frecuencia acaban quitando las ganas de estudiar”.

Si tales complicaciones surgen en Alemania, donde se vela escrupulosamente por la calidad de la educación, ¿qué decir entonces de una universidad media rusa, con su culto a la copia, sus  pequeños pero regulares sobornos a los profesores y un sistema de prácticas ineficaz? Está claro que una persona con un título de un centro así se diferencia poco, a ojos de los rectores de las universidades occidentales, de una zanahoria, intelectualmente hablando. Es decir, en el fondo no tiene posibilidades de aprovecharse de todos los beneficios de un sistema educativo de dos escalones debido a la reputación desfavorable (si es que en realidad tiene) de su alma máter.

Por eso la reforma, de la que el Ministerio de Educación ha hecho propaganda activa, aun invitando a reducir de forma radical la cantidad de centros universitarios, tras mejorar la calidad de los que queden, no parece tan terrible. En realidad, si la educación no produce conocimientos y posibilidades, entonces ¿para qué existe?

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