Cronslot y Alejandro I, las ciudadelas olvidadas del golfo de Finlandia

Las fortificaciones se convirtieron en un obstáculo insalvable para los ejércitos enemigos. Fuente: ITAR-TASS

Las fortificaciones se convirtieron en un obstáculo insalvable para los ejércitos enemigos. Fuente: ITAR-TASS

Durante casi tres siglos varias fortalezas situadas en cadena a lo largo del golfo de Finlandia desempeñaron con orgullo el papel de garante protector desde el mar de la espléndida ciudad a orillas del Nevá.

Junto con las baterías ubicadas en la isla de Kotlin, un día fue la estructura defensiva más poderosa del Báltico. Su nombre es Kronstadt. Las fortificaciones, creadas por el ingenio de eminentes maestros y con las manos de trabajadores sencillos, se convirtieron en un obstáculo insalvable para los ejércitos enemigos.

 


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Aparecieron los fuertes de Cronslot, Tsitadel, Risbank (Pablo), Alejandro (Chumnoi), el príncipe Menshikov, Totleben, Shants, Krásnaia Gorka, Ino y muchas otras construcciones admirables, que se engarzaron en el “collar” de piedra y hormigón de Kronstadt, y que hoy en día siguen siendo grandiosas edificaciones artificiales que se levantan tanto sobre el agua como en tierra firme.

 

El carácter específico de la topografía del golfo de Finlandia es tal que el canal navegable de franja estrecha se extiende por aguas poco profundas y bordea la isla de Kotlin, lo cual comprobó el zar Pedro I en persona al constatar su profundidad a bordo de la fragata Standard. Allí el golfo se estrecha hasta alcanzar los quince kilómetros, y la isla, que mide 12 kilómetros de largo por alrededor de un poco más de 2 de ancho, bloquea, a modo de corcho, el paso del enemigo a Petersburgo.

 

Decidido a sacar partido de la situación geográfica de la isla y especialmente de la hidrografía del golfo de Finlandia, el propio Pedro I confeccionó una maqueta de madera de la futura fortaleza y, a finales de 1703, ordenó construir la primera fortificación con el nombre de Cronslot.

 

Para la edificación de la misma, se adoptó un procedimiento conocido ya por los habitantes de Arjánguelsk:  en invierno depositaban sobre el hielo armazones de madera, los así llamados riazhi, y los llenaban de piedras. A medida que se derretía el hielo, el riazh descendía hasta el fondo del golfo, formando una isla. A pesar de los plazos ajustados y de las difíciles condiciones de trabajo, en la primavera de 1704 se concluyó la construcción de la fortaleza. Equipada con una guarnición militar y una docena de cañones, aquel mismo año interceptó dos buques suecos, mostrando al enemigo su eficacia.

 

El barón Friedrich Hizen, el general-auditor de Pedro I, testigo de estos acontecimientos, informó de que Cronslot tenía unos ochenta y cinco metros oblicuos de diámetro y dos filas de cañones. Casi un metro y medio por encima del nivel de referencia, se elevaba una tarima de troncos sobre la cual se erguía la construcción de la torre, con forma de decaedro equilátero. Cada lado medía casi nueve metros de largo y contaba con una tronera para los cañones. Las paredes tenían un grosor de metro y medio. La torre culminaba con una techumbre piramidal, una plataforma de observación, una linterna y un mástil. Los contemporáneos se referían a la fortaleza en construcción como “los Dardanelos rusos”.

 

Pedro I estaba tan seguro de la inaccesibilidad de los fuertes que incluso invitó al embajador de Suecia a inspeccionar las estructuras construidas, para que así el enemigo se convenciera personalmente de que era imposible tomar Petersburgo desde el mar. Cabe destacar que tiempo después se firmó el Tratado de Nystad, que marcó el final de dos décadas de guerra en el Norte.

 

La fortificación de Cronslot se siguió ampliando sin tregua. Cronslot tuvo que soportar no sólo el ataque de naves enemigas, sino también los embistes, todavía más fuertes, de la naturaleza. Así, en 1824, durante las inundaciones, el agua se llevó varios flancos, y las partes restantes sufrieron tantos daños que necesitaron una restauración integral.

 

Nicolás I, gran aficionado a la construcción militar, se involucró personalmente en el diseño y supervisó con rigor los trabajos de reconstrucción. Visitaba a menudo el fuerte y fue el responsable de que se construyera una batería nueva, más tarde bautizada en su honor.

 

Sin embargo, a principios del siglo XX, el fuerte perdió su valor defensivo, debido a los avances producidos en la artillería: el fuego pasó a tener un alcance de 11 kilómetros y los proyectiles rompedores eran capaces de atravesar muros de tres metros de grosor.

 

El fuerte de Alejandro I


El segundo fuerte al que me referiré lleva el nombre del emperador Alejandro I. Estaba destinado a defender el canal sur de la incursión de los barcos enemigos. Su construcción se inició en 1836, después de que se aprobara el proyecto de Nicolás I.

 

La forma parabólica de la base evitaba que el agua impactara contra las altas paredes cuando el mar estaba agitado. En 1842, la base y la parte con zócalo se elevaban ya tres metros por encima del nivel del mar. En esta potente base se elevaron muros de tres metros de grosor, no menos sólidos, revestidos de granito.

 

Por cierto, pocos saben que en las partes de los zócalos estaba previsto un espacio para alojar cohetes defensivos, pues, a principios del siglo XIX, ya se habían inventado en Rusia los cohetes explosivos e incendiarios.

 

El talentoso ingeniero e inventor A. D. Zasiadko dio sus primeros pasos en la fabricación de cohetes en 1815 y, en 1820, se fundó una fábrica destinada a confeccionar en serie los cohetes concebidos por él. En los sótanos de la fortificación se disponían piezas que permitían lanzar cinco o seis cohetes por minuto a una distancia de cuatro kilómetros.

La fortificación Emperador Alejandro I se construyó en casi nueve años. En 1845, en presencia de Nicolás I y su numeroso séquito, se celebró su solemne inauguración. Los buques, a modo de saludo, dispararon una salva de cañonazos. La fortificación se convirtió en un referente de la maestría de los ingenieros rusos. Basta decir que sirvió de modelo para el famoso Fort Boyard de Francia y de varias fortificaciones de América.

 

A finales del siglo XIX el ministerio de la guerra excluyó el fuerte Alejandro I de la lista de estructuras defensivas y, aislado por completo, se convirtió en el lugar ideal para instalar un laboratorio para combatir la peste. Allí se fabricaban diferentes sueros y vacunas contra las epidemias de peste, de tifus y de cólera, que entonces habían brotado en el Imperio. Desde 1923, la fortificación se utilizó como almacén de minas y, sólo a comienzos de la década de 1980, antes de que se construyera un complejo de estructuras defensivas contra las inundaciones, se liberó de explosivos el territorio. La fortificación se abandonó y, en los atrevidos años noventa, allí se alojaron discotecas de música electrónica.

En la actualidad las fortificaciones no están vigiladas y lo que no pudieron hacer las escuadras enemigas lo han hecho los saqueadores. Han robado todo lo que tenía el más mínimo valor o bien se ha echado a perder. Hoy en día la fortificación de Cronslot y el fuerte Emperador Alejandro I son monumentos a la indiferencia y al olvido de la gloria de los antepasados. Moribundos entre las olas plúmbeas del Báltico, estos vestigios de la grandeza de la flota rusa, que presentan un gran valor histórico y cultural, miran con un reproche mudo a las naves que pasan junto a Kronstadt.

 

Artículo publicado originalmente en ruso en Travel.ria.

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