Skólkovo en la Biennale de Arquitectura de Venecia

Viktor Vekselberg (en el medio) , presidente de la Fundación Skólkovo. Fuente: Servicio de prensa.

Viktor Vekselberg (en el medio) , presidente de la Fundación Skólkovo. Fuente: Servicio de prensa.

La XIII Biennale Internacional de Arquitectura de Venecia, que comenzará a finales de agosto, es uno de los principales eventos del sector. Cada dos años, más de 50 países presentan obras de arquitectos contemporáneos o proyectos de escala nacional. El título elegido para esta ocasión es 'Common Ground'. El público podrá conocer la instalación estadounidense 'Spontaneous Interventions: Design Actions for the Common Good', que representa una ciudad del futuro que ofrece a sus habitantes la máxima comodidad; la contribución suiza será una muestra de arte colectiva; Tailandia llega con 'Common Collage', entre muchas otras propuestas. Por su parte, Rusia presentará su proyecto de ciudad inteligente, la Skolkovo Innocity, diseñada para convertirse en el Silicon Valley ruso, complejo último modelo para la creación y comercialización de nuevas tecnologías. Entrevistamos a un experto en el tema, el comisario y miembro del Consejo de urbanismo de Skólkovo, Grigori Revzin.

Este año, la Bienal de Arquitectura de Venecia comenzará a finales de agosto. ¿Có sera el proyecto que exhibirá Rusia?

 

La muestra es sorprendente: los arquitectos rusos intentaron crear un espacio con un equilibrio entre lo físico y lo virtual. Nunca habíamos tenido un proyecto tan sofisticado.

 

El pabellón tiene dos pisos. En la planta baja se muestra el modelo soviético: ciudades científicas cerradas, inaccesibles para los ciudadanos comunes. Los visitantes tienen la oportunidad de descubrir parte del pasado y lo que era la vida de unos pocos en la URSS. Por su parte, en el segundo piso se encuentra la moderna y accesible Skolkovo Innocity, como si se comparara con el secretismo comunista de las ciudades cerradas.

 

¿Qué proyectos y arquitectos compitieron para representar a Rusia este año?

 

El Ministerio de Cultura considera que siempre el proyecto que represente a Rusia en la Bienal de Venecia sea un gran proyecto a escala nacional. Por ejemplo, en 2004, cuando se reconstruyó el Teatro Bolshói y se presentó el Teatro Mariinski, nosotros exhibimos la muestra 'Dos Teatros'. Si bien la Bienal es una exposición de arte moderno y, como regla, no se permiten los monumentos arquitectónicos, el proyecto de reconstrucción nos dio esa singular oportunidad.

 

El problema es que hay pocos proyectos nacionales para competir en la muestra: Sochi-2014, la isla Russki en Vladivostok, Gran Moscú, la reconstrucción del centro de San Petersburgo y Skólkovo. La Innocity ha unido a profesionales rusos y extranjeros y creemos que sería interesante utilizar dicha mezcla.

 

Además, tuvimos que considerar el tema económico: construir un pabellón demanda cerca de un millón de dólares. El Ministerio de Cultura afronta un tercio del gasto. La Fundación Skólkovo pudo conseguir la cantidad requerida; el auspicio nunca es nuestro principal criterio en la elección de nuestro representante, pero sí tiene cierta importancia. 

 

¿Por qué la mayoría de los proyectos que hay en Rusia son ejecutados por arquitectos extranjeros? Por ejemplo, en Skolkovo Innocity la infraestructura está a cargo de empresas japonesas, suizas y francesas.

 

Los arquitectos rusos solo recibían encargos del exalcalde de Moscú Yuri Luzhkov. Nuestras autoridades federales siempre han elegido especialistas occidentales. Siempre les digo que tenemos arquitectos con talento y que me permitan traer a alguien. Pero me responden: “No, gracias, nunca escuchamos hablar de nadie”.

 

Por ejemplo, cuando Dimitri Medvédev fue presidente del Consejo de Custodia del Museo Pushkin en 2009, quería asignar la reconstrucción del edificio al arquitecto británico Norman Foster sólo porque conocía el nombre.

 

Intenté explicarle que Foster era el titular de una marca bajo la cual trabajan otras personas y que el maestro sólo dedica unos siete minutos al año a cada uno de sus proyectos. ¿Por qué fomentar este enfoque? Sin embargo, no logré que cambiase de opinión.

 

Me convertí en miembro del Consejo de Planeamiento Urbano de la Fundación Skólkovo porque escribí un buen artículo sobre la participación de los extranjeros en el proyecto, cuando esas oportunidades deberían utilizarse para promover la escuela de arquitectura nacional.

 

Me enfurecí mucho y, en consecuencia, propusieron que organizara una licitación entre arquitectos rusos. Borís Bernaskoni ya casi ha finalizado el primer edificio de Skólkovo, el Hypercube, el estudio SPEECH de Choban y Kuznetsov está diseñando el distrito D1, y varios arquitectos rusos jóvenes han ganado contratos para desarrollar barrios residenciales. Esa es otra de las razones por las cuales quería exponer Skólkovo en la Bienal.

 

Criticas al Estado por sus métodos en relación con los proyectos arquitectónicos…

 

Tendemos a hacer muchas cosas sin entusiasmo. No hay regularidad ni precisión; muchas iniciativas excelentes terminan corrompiéndose. En el Foro Económico celebrado en San Petersburgo, decidieron que cada año se asignarían mil millones de dólares de presupuesto durante la próxima década para reconstruir el centro. Es una buena cantidad de dinero, pero temo que no le haga ningún bien a la ciudad.

Grigori Revzin es historiador, comisario de arte, crítico de arquitectura y periodista. Nació en Moscú en 1964. Tiene una dilatada carrera académica y ha escrito más de 50 artículos sobre la historia de la arquitectura. También ha escrito en prensa: Kommersant, Gentelmnen's Quaterly (GQ) o Architectural Digest (AD). En el año 2000 y en 2008 fue comisario del pabellón ruso en la Bienal de Venecia. Desde 2011 es miembro del Consejo de urbanismo de Skólkovo.

 

Existe otra situación difícil en San Petersburgo en torno a la torre Gazprom. En términos económicos es algo clave para la ciudad. Habría que ser tonto para usar un proyecto tan atractivo a fin de causar un terrible problema entre las autoridades municipales y los residentes. La principal razón es que Alexéi Miller, director ejecutivo de Gazprom, que es un hombre muy inteligente, tuvo la idea de que un rascacielos de 300 metros representaría a su empresa de la mejor manera en la capital norteña de poca altura. Le hicieron cambiar de parecer y cambiar el sitio de construcción, pero, ¿a qué costo?

 

¿Es cierto que San Petersburgo estaba en peligro de perder su estatus como patrimonio mundial de la UNESCO debido a la torre Gazprom?

 

Pero ese no fue el peor problema. Lo peor es que a menudo destruimos conscientemente nuestro legado histórico, y así permitimos que se arruinen nuestros edificios y diseños urbanos. Con respecto a la UNESCO, es una organización burocrática y tímida que disfruta de grandes contribuciones de Rusia, que mayormente paga para lidiar con las discrepancias internas. Cuando Luzhkov pretendía el estatus de patrimonio mundial para la Catedral de Cristo el Salvador, la UNESCO protestó, pero esto no es lo que verdaderamente importa.

 

Lo principal es que, si un sitio está protegido por la UNESCO, automáticamente cae bajo la jurisdicción tanto del Ministerio de Asuntos Exteriores como del Ministerio de Cultura, y pocos se animarían a desafiar a ambas instituciones al mismo tiempo. Pero no deberíamos utilizar a la UNESCO como chivo expiatorio todo el tiempo; necesitamos lidiar con nuestros problemas de manera independiente.

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