La voz sumergida del pasado

En los montes Urales encontramos monumentos que nos cuentan historias del pasado.

La ciudad de Kaliazin en la región de Tver: casas abandonadas con los postigos abiertos. Las golondrinas vuelan a ras de suelo y rozan con la cola los árboles que crecen a la orilla del pantano. El río Zhabnia se ha quedado en silencio esperando la tormenta. La afilada aguja del campanario sumergido parece querer perforar el cielo.

No todos los monumentos arqueológicos lograron sobrevivir a los proyectos hidroeléctricos de la URSS. Durante la construcción del pantano y de la central hidroeléctrica de Uglich, no lejos de aquí, el centro histórico de la ciudad de Kaliazin quedó completamente inundado.

Estaba previsto que todos los edificios que se encontraban en el área que iba a ser inundada se transfiriesen a otro lugar o fuesen destruidos. Pero transportar la iglesia de piedra de San Nicolás era imposible, y la iglesia fue demolida. El campanario, de 74 metros de altura, tendría que haber sido reciclado como centro de paracaidismo, pero para ello era necesario quitar la campana, que pesaba 8,2 toneladas. Durante las operaciones de transporte, la estructura temporal de la que pendía la campana cedió y la pesada campana se precipitó hacia abajo a través de las vigas construidas a tal efecto, pulverizándolas y destrozando también el suelo de los pisos inferiores, para terminar en los sótanos del edificio. Después de las crecidas del río, se descubrió que los subterráneos de la iglesia estaban completamente inundados.

Si damos crédito a las historias de los lugareños, la campana había sonado sola varias veces para advertir a la gente de desgracias inminentes: la primera, la víspera de la II Guerra Mundial (Gran Guerra Patria para los rusos); después, tocando a rebato, para anunciar la batalla de Berlín y, finalmente, antes de la guerra en Afganistán.

A principios de los 80 se envió desde Tver una draga para limpiar el edificio de la iglesia y eliminar los daños causados por el agua y el hielo. Además, debía construir un gran banco de arena alrededor del campanario. Desde entonces, la iglesia se yergue sobre un islote, aunque un tercio de la altura del edificio está oculto bajo tierra. La campana no ha vuelto a sonar.

La ciudad de los carros que cantan

Estamos en el sur de los Urales, en el valle de Arkaim. La estepa, con sus pendientes salpicadas de verdes oasis de bosques de abedul, la stipa o lino de hadas ondea al viento, y los omnipresentes tábanos dormitan a la sombra.

En 1952, fotos aéreas y satélites transmitieron las imágenes de insólitas figuras geométricas que se adivinaban en el suelo. Enormes círculos concéntricos perfectamente formados, semiocultos por la hierba, se delineaban claramente en el paisaje uniforme de la estepa. Los científicos creyeron que se trataba de objetivos militares e interrumpieron sus investigaciones.

20 años después, en el valle de Arkaim se estaban efectuando los preparativos para inundar la zona y transformarla en una cuenca hidrológica que permitiera regar la árida estepa circundante. Una pequeña expedición, compuesta por dos arqueólogos y un grupo de estudiantes llegó para examinar el lugar elegido para la inminente construcción.

Fue un descubrimiento sensacional: la antigua ciudad de Arkaim, contemporánea de Stonehenge y hallada por los estudiantes de la expedición arqueológica ha sido el primer lugar arqueológico de la historia de la URSS que logró hacer que se detuviera un colosal proyecto estatal de construcción

Arkaim es denominada 'la ciudad de los carros que cantan' o 'del arco iris'. Ahora los investigadores de todo el mundo debaten qué función podría haber tenido: se piensa que fue un campamento de avanzadilla, un templo, un observatorio o un centro científico. Está situada en la misma latitud que Stonehenge (52º norte), la más cómoda para observar los fenómenos astronómicos relacionados con la salida y la puesta de los cuerpos celestes. Cuatro entradas, perfectamente orientadas hacia los puntos cardinales, conducen hasta la calle principal, de 6 metros de largo, en la que podían circular sin dificultad dos carros de dos ruedas por sus respectivos carriles.

Los arqueólogos están convencidos de que, justo aquí, además de haberse inventado el carro, el hombre domesticó caballos por primera vez y construyó el primer horno metalúrgico para la fundición del cobre.

En la actualidad, en los Urales meridionales se han descubierto varias decenas de aldeas del mismo tipo que Arkaim, que datan de hace 3800 - 4000 años. El conjunto de estos asentamientos de la Era del Bronce se llama 'el país de las ciudades', y se encuentran todos en una zona susceptible de sufrir fracturas tectónicas de la corteza terrestre.

Hermanos de llanto

Estamos en los Urales septentrionales, en la meseta de Manpupunyor. La taiga, eterna, está llena de árboles tronchados por las tormentas. Bajo los pies cruje el blando musgo.

En la cima de este altiplano hay siete pilares de piedra, modelados por el viento que ha erosionado las rocas: una maravilla natural única en el mundo. El nombre de Manpupunyor ha llegado a nuestros mapas procedente de la lengua del pueblo mansi, que explica la aparición de estas formaciones rocosas con la leyenda de siete gigantes que querían alcanzar Siberia cruzando las montañas.

Los gigantes querían aniquilar a los mansi, pero, cuando subían al monte Manpupunyor, su jefe vio la cima de la montaña sagrada de Jalpingner y del miedo, los siete guerreros se convirtieron en piedra. Según otra leyenda, las siete rocas habrían sido siete hermanos que no quisieron concederle la mano de su hermana a un chamán, y este les lanzó una maldición que los transformó en estatuas de piedra.

El altiplano de Manpupunyor es un lugar sagrado para esta tribu indígena de los Urales. Los mansi afirman que en los días en los que el viento sopla con violencia se pueden oír las voces de los 'hermanos de piedra', y que quien quiera que ose acercarse a ellos, recibirá un castigo sagrado.

Música helada

Montes Urales, mes de julio. Una cueva de brillantes. Al respirar, el aliento forma penachos de vapor y las manos están torpes por el frío. En cualquier periodo del año, en las Cuevas de Hielo de Kungur, la temperatura permanece debajo de los 0º. Cuando entra el viento del exterior, las milenarias columnas de hielo responden con un canto polifónico, como si fuesen flautas.

Las cuevas tienen una longitud total de 5,6 kilómetros; la temperatura a lo largo del recorrido oscila entre los 0 y los -32 grados. Este patrimonio natural cuenta con 70 lagos, 48 grutas y unos 150 'tubos de órgano' o pozos naturales, el más alto de los cuales mide 22 metros. Las cuevas de Kungur son famosas por su microclima, que hace que estén prácticamente libres de microbios nocivos. Estas cavernas tienen unos 10.000 - 12.000 años de antigüedad; durante mucho tiempo, la población local las ha utilizado como depósito para alimentos y como frigorífico para conservar el pescado. Sin embargo, para la mayor parte de los lugareños estas grutas siguen siendo un lugar sagrado, y los indígenas las llaman “los hielos cantarines”.

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