Fuente: Lori/Legion Media y Alexandra Chárskaia
Valaam es la isla más
grande de un archipiélago homónimo situado en el lago Ládoga.
Debido a las particularidades de la composición geológica de las
islas y su situación geográfica, el archipiélago disfruta de un
microclima singular. Esto obedece a la base rocosa de las islas,
junto con la circunstancia de que el Ládoga es el más grande de
Europa.
La isla de Valaam es conocida principalmente por el Monasterio masculino Spaso-Preobrazhenski (‘de la Transfiguración del Salvador’), con su majestuosa catedral y su campanario de 72 metros. A lo largo de los siglos, alrededor del monasterio y en las islas del archipiélago, los monjes construyeron ermitas, capillas y cruces. Capítulo aparte en la historia del monasterio merecen las construcciones de ingeniería: pozos en las rocas, canales navegables y sistemas de drenaje.
Los monjes cultivaban todo tipo de productos agrícolas, desde frutas y verduras hasta carne y aves. En los invernaderos de la isla crecían sandías que llegaban a pesar hasta ocho kilos y melones de hasta tres kilos. Cultivaban plantas medicinales, y pacientes incluso de la capital del Imperio Ruso acudían para consultar a los médicos locales. En varias ocasiones el monasterio fue visitado por los zares y los miembros de la familia real rusa.
Desde 1842, con la apertura del transporte fluvial entre San Petersburgo, la isla de Valaam y la ciudad de Sortavala, el monasterio se convirtió en destino de peregrinación. En los días de grandes celebraciones religiosas llegaban a instalarse en los hoteles de la isla hasta 4.000 visitantes.
En Valaam se puede admirar los acantilados y los bosques de pinos. No en vano, sirvió de fuente de inspiración para los pintores Iván Shishkin, Arjip Kuindzhi, Nikolái Rerij, Rockwell Kent y, en el siglo XIX, los estudiantes de la academia de artes plásticas de San Petersburgo pintaban aquí sus trabajos de fin de carrera. Acudían escritores y poetas, en particular Fiódor Tiútchev, Nikolái Leskov, Alejandro Dumas (padre), los compositores Piotr Chaikovski, Alexánder Glazunov, el viajero Nikolái Miklujo-Maklai y el creador de la tabla de elementos químicos, Dmitri Mendeléiev.
Además de la excursión estándar de un día de duración, que incluye la visita al recinto del monasterio y de las ermitas de la Resurrección y de Getsemaní, es posible ponerse de acuerdo con los habitantes del lugar y alquilar una barca para pescar. O bien, con la brisa, dar una vuelta por los canales de la isla, darse un baño y comprar a los pescadores locales pescado ahumado. El sitio asombra por su belleza y la abundancia de pescado. No es de sorprender que los primeros habitantes aparecieran en la isla mucho antes de la era cristiana. Como legado, dejaron círculos de piedra e inscripciones rúnicas.
Las primeras menciones de comunidades cristianas en la isla se remontan al siglo X. Se habla de los santos Serguéi y Guermán, monjes griegos llegados del Este para difundir la palabra de Dios. El papel que desempeñaron en la fundación de la primera comunidad monacal es indiscutible, pero la época de construcción del primer monasterio sigue siendo motivo de disputa: hay discrepancias en torno a si fue en el siglo X-XI o en el XII-XIV.
Se puede afirmar con total seguridad que el monasterio ya existía en 1407, porque aparece mencionado en fuentes escritas. Para entonces en el archipiélago vivían ya cerca de 600 monjes. En aquel tiempo los monasterios no sólo se construían como centro espiritual y docente, sino como fortalezas para defender las fronteras primero del principado y, después de 1478, como resultado de las expediciones de Iván III, de todo el Estado Ruso. En 1617, después de la firma del acuerdo de paz entre Rusia y Suecia, el archipiélago, junto con el monasterio, pasó a mano de los suecos.
Al terminar la guerra del Norte entre Rusia y Suecia, conforme al Tratado de Nystad de 1721, Rusia recuperó Carelia. Los monjes, con paciencia y tesón, se dedicaron, más que a reconstruir el monasterio, a volver a construirlo prácticamente desde la nada. A la isla se llevó suelo fértil para el cultivo de árboles frutales y arbustos de bayas y, sacando provecho al microclima insular y a los invernaderos, en Valaam se empezó a cultivar sandías.
El florecimiento de la
institución religiosa coincide con la época en que era dirigida por
el abad Damaskín, el superior del Monasterio de la Transfiguración
del Salvador. A lo largo de 42 años, desde 1839, estuvo a cargo del
convento y fue él quien logró atraer a la isla al brillante
arquitecto
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