Fuente: Kommersant.
Cuando era niño, Serguéi Stárostin cantaba en una capilla de Moscú. Un día llegó allí un profesor de clarinete, colocó a todos en fila y dijo: “Abrid la boca”. Los incisivos frontales de Serguéi eran muy adecuados para el clarinete y desde entonces se especializó en instrumentos de viento.
A los años en la escuela y la capilla le siguió el
conservatorio. Allí conoció a la que se convertiría en su mujer:
una estudiante de primer curso de la facultad de teoría de la música
que le propuso ir a un ensayo de música folclórica y 'cargar la
grabadora'. Sin pensárselo demasiado, Serguéi fue. Mientras su
conocida grababa canciones populares de la región de Riazán, el
músico iba con ella, y con la grabadora a cuestas.
“En un
pueblo situado en los alrededores de Riazán fuimos a casa de una
abuela. Nos hizo sentar, nos dio té y se puso a cantar. Nunca había
oído un timbre similar, tan natural, étnico... Y también me
sorprendió que una persona sin educación pudiera ser capaz de
cantar de una manera tan impresionante que no hiciera que pudiese
pensar en nada más”, explica Serguéi.
La
música étnica se ha modernizado, y el folclore ruso no es una
excepción. Peter Gabriel, el conocido vocalista inglés, lanzó en
Inglaterra un disco del grupo Pokrovski, otro de los peterburgueses
'Terem kvartet' e, incluso, del maestro de tuba Ondar Kangarool.
Además, organizó una gira de la banda de tuba 'Juun-Juur-Tu' por EE
UU, Japón y Europa, creando un gran interés entre el público
además de lanzarlos comercialmente.
A lo largo de los
siguientes cuatro cursos Stárostin visitó frecuentemente al
grupo folclórico del conservatorio. Después del servicio militar
volvió al mismo conservatorio, esta vez, para trabajar. Durante
varios meses al año iba por diferentes regiones rusas en busca de
canciones populares e instrumentos de viento que ya en aquel entonces
se consideraban una rareza: “Encontré el cuerno de Tver, que toco
en la actualidad, varias kalyukas (flautas entonadas) y muchos más
instrumentos. Durante las expediciones etnográficas recogí miles de
canciones. Poco a poco fui recogiendo instrumentos”.
El
propósito de la gente que se interesa por revivir la cultura popular
consiste, entre otras cosas, en despertar en la gente amor hacia la
música de su pueblo. Y donde hay amor, hay interés y deseo por
saber más. “La antigua fiesta popular, Maslenitsa se llamaba
'Krivosheika' (cuello torcido), pero en la actualidad casi nadie lo
sabe. El nombre no es una casualidad, durante la Maslenitsa la gente
iba de casa en casa, observando a través de las ventanas cómo la
suegra recibía a su yerno. En el alféizar de la ventana había una
pila de platos preparados. En los alto de estas pilas se asomaban
personas torciendo sus cuellos para saber quién era la mejor
suegra”, explica Serguéi.
En el año 2002, Serguéi fue nominado al premio 'World music' que otorga la BBC. Los organizadores del proyecto intentan encontrar cada año a los músicos más interesantes del mundo dedicados a la música étnica.
“Creo que nos encontramos
ante una grave situación, ya que la generación más joven ha dejado
de lado su propia cultura. Sin embargo, nuestra iniciativa pretende
revivir la verdadera música popular apoyando a los músicos. Va
creciendo gradualmente, como una gran bola de nieve. Deseo que esto
nos ayude a encontrar el camino hacia nuestro
pueblo”.
Stárostin colabora estrechamente con músicos
étnicos de Europa y Asia. En su proyecto, el auténtico material
popular se mezcla con un bajo eléctrico o una batería, obteniendo
un sonido funky o ritmos de vanguardia. Esta música 'modernizada' va
acompañada de melodías étnicas e historias populares.
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