Serbia y Rusia, ¿hacia un nuevo paneslavismo?

La historia de la amistad ruso serbia ahonda sus orígenes en la lucha por la independencia librada por los serbios a lo largo del siglo XIX. Fuente: AP.

La historia de la amistad ruso serbia ahonda sus orígenes en la lucha por la independencia librada por los serbios a lo largo del siglo XIX. Fuente: AP.

Tras la elección del nacionalista Tomislav Nikolić a la presidencia de Serbia, Rusia tiene la oportunidad de recuperar su rol histórico en los Balcanes, jugando la carta de la 'hermandad eslava' que tanta importancia ha tenido a lo largo de las relaciones entre Belgrado y Moscú.

Serbia, la Rusia de los Balcanes

Nacido en Kragujevac en 1952, Tomislav Nikolić ha sido durante años el líder de la oposición conservadora al proceso de integración de Serbia en la Unión Europea. Colaborador cercano de Vojislav Šešelj, con quien en 1991 fundó el Partido Radical Serbio (SRS), en 2008 el líder nacionalista creó una nueva formación, el Partido del Progreso Serbio (SNS). Desde aquel entonces, Nikolić se ha acercado a posiciones más europeístas, declarándose en favor de la adhesión Serbia a la Unión Europea, a condición que esto no impida a Belgrado seguir reivindicando la soberanía sobre Kosovo y el restablecimiento de relaciones privilegiadas con Rusia.

La historia de la amistad ruso serbia ahonda sus orígenes en la lucha por la independencia librada por los serbios a lo largo del siglo XIX. Movida por los vínculos de hermandad con los eslavos de los Balcanes sujetos al yugo otomano, Rusia se convirtió en el mejor aliado de Serbia, cuya independencia fue finalmente reconocida en 1878. Aliados en las dos guerras mundiales, rusos y serbios tuvieron una ruptura a finales de los años cuarenta, cuando la entonces Yugoslavia, bajo el mando del mariscal Tito, rehusó a convertirse en un satélite de la Unión Soviética de Stalin. Tras la caída del comunismo en ambos países, las guerras de los Balcanes y la expansión de la OTAN hacia el Este, Moscú y Belgrado se han acercado nuevamente, redescubriendo la esencia eslava y ortodoxa común que hace de Serbia la 'Rusia de los Balcanes'.

El nudo kosovar

Un tema en el que tanto Vladímir Putin, como su predecesor Dmitri Medvédev, han demonstrado todo su apoyo a Belgrado es el de la independencia de Kosovo, proclamada unilateralmente por Pristina el 17 de febrero de 2008. No por casualidad, como gesto de gratitud hacia Moscú, una de las primeras medidas de la nueva política exterior anunciadas de Nikolić ha sido anunciar el posible reconocimiento serbio de Osetia del Sur y Abjazia. Ambos territorios cuentan con un reconocimiento parcial por parte de la comunidad internacional, así ocurre también con Kosovo.  

Sin embargo, mientras que la soberanía de Osetia del Sur y Abjazia cuenta con el apoyo diplomático de apenas cinco países, la independencia de Prístina ha sido reconocida por noventa estados, entre ellos influyentes miembros de la Unión Europea, como Reino Unido, Francia, Alemania e Italia. 'Candidato potencial' para la adhesión a la UE desde 2007, Serbia obtuvo el estatus de candidato oficial el pasado 2 de marzo, tras la conclusión de un acuerdo mediante el cual Belgrado reconoció a Kosovo el derecho a participar en foros regionales.

Las relaciones de cooperación entre Serbia y la Unión Europea son muy estrechas, ya que los 27 constituyen el primer socio comercial de Serbia, cubriendo el 56% de los intercambios. Además, un acuerdo que entró en vigor en diciembre de 2009 permite a los ciudadanos serbios viajar sin visado al espacio Schengen. Sin embargo, el callejón sin salida constituido por la voluntad serbia de rehusar a reconocer la independencia de su exprovincia – condición necesaria para la adhesión a la UE – y la recesión que azota a la Eurozona, hace cada día menos atractiva la perspectiva de ser parte de un organismo en profunda crisis, no sólo económica, sino también política y de identidad.  Esto lleva a Belgrado a tomar en consideración otras alternativas de integración económica a nivel regional.

La alternativa eurasiática

En este sentido, la Unión Eurasiática propuesta por Putin una de las opciones que más valor da a la posición geoestratégica de Serbia, ya que Belgrado vendría a constituir la avanzada occidental de un inmenso bloque comercial extendido desde los Balcanes hasta el Pacífico. Con un acceso privilegiado a los ingentes recursos naturales de Rusia y Kazajistán, pero aún integrada con las economías de Europa por obvias razones geográficas, Serbia tendría todos los requisitos para convertirse en uno de los países más prósperos y desarrollados del continente, además de un puente virtual entre Moscú y Bruselas. Sin embargo, aunque algún día llegue a formar parte de la Unión Europea, Serbia seguiría siendo un importante punto de contacto entre Europa y Eurasia.

Demasiado europea para ser asiática, demasiado bizantina para ser occidental, Serbia nunca dejará de ver en Rusia la imagen reflejada de su propia identidad nacional, con todas sus contradicciones, pero también su riqueza. Naciones eslavas con un fuerte apego a la tradición cristiano ortodoxa, que ha desempeñado un papel tan importante en los momentos difíciles de la historia de ambos países, tanto Serbia como Rusia han tenido conflictos étnicos y aún pagan las consecuencias. De la resolución de esos conflictos, como el de Kosovo, dependerá no sólo el destino europeo de Serbia, sino también el futuro de la cooperación entre Bruselas y Moscú, única clave para construir una Europa verdaderamente segura, próspera y democrática.

La opinión del autor no coincide obligatoriamente con la de la redacción.

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