El oro ruso es verde

Rusia degrada notablemente sus ricos recursos naturales, con negativas consecuencias en la salud, la economía y la seguridad. El gobierno persigue compensar en los últimos años décadas de muy pobre inversión. Aunque el mercado es complejo, España debe aprovechar sus valiosas ventajas.

La amplitud tiene sus índices. El país más extenso del mundo, Rusia detenta una gran variedad de entornos y recursos naturales. La Federación posee las mayores reservas de activos forestales, minerales y energéticos (primero en gas, segundo en carbón y octavo en petróleo). El país dispone además de la cuarta parte del agua dulce no congelada del planeta. También se baña en los océanos Ártico y Pacífico y los mares interiores Báltico, Negro y Caspio.

Estos ricos recursos naturales han soportado su desarrollo económico. Rusia es el mayor productor de gas y petróleo, conocido como oro negro, y el séptimo productor de madera. Las exportaciones de la Federación dependen en cerca de un 80% de estos recursos. El consumo interno se nutre también de ellos, más allá del 15% del PIB que representa el sector primario. Pero el modelo ruso de explotarlos provoca una degradación mayúscula. Las demandas de suelo y agua y la generación de residuos líquidos, sólidos y gaseosos son un problema en Rusia. Los promedios asustan.

Recursos degradados

Aunque casi todos los hogares disponen de agua potable (65 millones de litros cúbicos al año), su calidad para el consumo humano es habitualmente pésima, como atestigua la prosperidad de filtros purificadores y agua embotellada. El 70% del agua residual, unos 16.500 millones de metros cúbicos anuales en 2010, es  evacuada sin ningún tratamiento.  

La gestión de los residuos no es mejor. Apenas el 30% de los con frecuencia tóxicos desechos industriales son reciclados o procesados. Aunque la cifra por habitante y año (unos 450 kg) es todavía reducida, solo un 10% de los 50 millones de toneladas anuales de residuos sólidos urbanos (RSU) son tratados. Rusia acumula 80.000 millones de toneladas de RSU en 100.000 hectáreas de vertederos y 200.000 hectáreas contaminadas por ellos.

La mitad de los rusos (65 millones de habitantes en 141 ciudades) respira aire altamente contaminado. Rusia emite al año alrededor de 20 millones de toneladas de gases contaminantes a la atmósfera, 400.000 de sustancias peligrosas.

En las regiones del centro, el noroeste y el sureste, más pobladas, se agudizan los problemas vinculados con la demanda de agua y la generación de residuos sólidos urbanos; más industriales, en los Urales y el sur de Siberia, los asociados con la contaminación del agua y del aire.

Causas múltiples

La conciencia medioambiental de Rusia ha sido históricamente pobre. En un país con tan ingentes recursos naturales, el medioambiente ha parecido siempre una hucha sin fondo. El gobierno se ha limitado tradicionalmente a aprobar leyes y distribuir competencias. Pero los mecanismos de control y sanción son torpes y tímidos, y las inversiones más pequeñas y esporádicas de lo necesario.

El adelgazamiento del sector público tras la caída de la Unión Soviética no fue compensado con la entrada de capitales privados. La consecuente falta de inversión ha comprometido la cobertura y el funcionamiento de los servicios medioambientales. El 65% de las instalaciones de aprovisionamiento y el 50% de las de tratamiento de agua están deterioradas y el 60% saturadas. Además las formas de gestión son obsoletas. Con mejoras en la operación los residuos tratados podrían duplicarse.

Las reducciones en el impacto de las actividades económicas al medio ambiente y los recursos naturales se explican de hecho más por estrecheces económicas que por buenas políticas. En periodos de crecimiento, las mejores noticias han sido solo ligeros descensos.


Consecuencias

La salud humana (dificultades respiratorias, cardíacas y estomacales) es la primera víctima. Un mejor acceso al agua podría aumentar hasta 7 años la esperanza de vida. También sufre el bolsillo. Los gastos energético y de personal son sensiblemente mayores que en la Unión Europea.

Pero quizá la peor afectada es la seguridad a corto y medio plazo. Los accidentes en tuberías o vertederos se reparan con dinero. Pero hay impactos de recuperación más lenta e incluso irreversibles. Nadie sabe dónde está el límite de los ecosistemas. Todos sabemos en cambio que algunos se están quebrantando y otros pueden estar muy cerca de hacerlo. Y que será desastroso si ocurre. La degradación actual se produce sobre ecosistemas sometidos a presiones históricas.

Nuevos aires

La preocupación ciudadana por el medio ambiente ha crecido en los últimos años, vinculada más a  iniciativas puntuales que a prácticas cotidianas. El gobierno ha mostrado su intención de avanzar decididamente, amparado en su buen desempeño económico y espoleado por las reivindicaciones de países vecinos afectados y la financiación de la comunidad internacional.



La inversión en activos medioambientales se ha dilatado en la última década. Entre el 2000 y el 2008, año de un gran empujón, los recursos destinados al sector de agua, aire y suelo se multiplicaron por 4.5, hasta sumar el récord de 100.000 millones de rublos, unos 2.500 millones de euros. El incremento parece haberse detenido en los dos últimos años. En 2009 cayó un 20%; en 2010 apenas creció un 9%. Sectorialmente, el agua concentró en 2010 más del 50% de la inversión, muy por delante del aire y el suelo, por las diferencias en el impulso de 2008 y la evolución posterior.


Horizonte benigno

La continuidad del crecimiento económico y la reducción del déficit podrán financiar un aumento del gasto público. Prioridad política y social, la inversión ambiental reproducirá previsiblemente el auge reciente. Rusia quiere acercarse a los estándares europeos. Con instalaciones tan insuficientes y decrépitas, cerrar la brecha anticipa un esfuerzo titánico. El récord de 2008 parece incluso corto.

Se espera que la inversión del gobierno ruso se vea por ello acompañada de organismos financieros internacionales y capitales privados. Leyes recientes han impulsado colaboraciones público-privadas. Además se prevé una extensión de la privatización de la prestación de servicios públicos. La gestión privada podría cubrir el 16% de la población en el corto plazo. El establecimiento de mecanismos para fomentar la transparencia en las compras públicas facilitará la entrada de empresas foráneas.

Presencia española

La participación de firmas españolas en la provisión y gestión de equipos, instalaciones y sistemas de prestación de servicios públicos en Rusia es actualmente débil. Esto responde a la endogamia histórica de este mercado, complejo y no siempre transparente. La gestión del agua y los RSU es ejecutada en la Federación casi totalmente por empresas rusas, sobre todo de carácter municipal y propiedad pública, cubriendo el resto compañías privadas autóctonas. Las empresas extranjeras están vetadas en la operación de los sistemas de agua municipales, y no hay claridad sobre cómo se puede cambiar. Además faltan incentivos económicos y sobran costes y dificultades logísticas. La competitividad de los servicios y equipos españoles depende de si se privilegia precio (ruso) o calidad (extranjero).

Pese a ese pasado y presente, el mercado de equipos y servicios medioambientales ofrece excelentes perspectivas para España. La necesidad de financiación externa y la referencia a los estándares europeos está suponiendo un cambio notorio. Los equipos tecnológicos, los servicios de construcción y gestión, y los fondos extranjeros tienen una presencia creciente. Las empresas españolas disponen de tecnologías modernas y de experiencia en la prestación de estos servicios. No en vano el Partenariado de 2010 priorizó este sector. Aprovechar esta oportunidad exigirá ajustar características técnicas y precio y establecer relaciones fluidas con importadores de equipos y administraciones locales.

La Conferencia de Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible que se celebra este año tiene un título elocuente: Río+20. Es probable que ésta sea, sin embargo, la primera de las cumbres de Río que Rusia que puede asumir seriamente. En 1992 era un país abatido. Ahora debe demostrar su madurez. Con el mundo, por supuesto. Pero sobre todo con los ciudadanos que viven en un entorno marcado por un agua, un aire y unos suelos fatalmente contaminados. 20 años después es hora de que Rusia se acuerde de sí misma. La riqueza de Rusia, tan vasta, no está en el petróleo, sino en su medioambiente. El oro ruso es verde. Volcada al mundo con la crisis interna, España tiene razones para encontrar allí un nuevo continente. Y una manera distinta de contribuir a la historia.

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