Diálogos con el archivo fotográfico

Gimnasta, foto de Valeri Katsuba

Gimnasta, foto de Valeri Katsuba

Sucede que la fotografía aún nos depara sorpresas. En el ingente Archivo Estatal de fotografía y cine documental (CEAFCD ) de San Petersburgo todavía existen tesoros del pasado a la espera de ser contemplados por un espectador del presente. Negativos sobre los que incidirá la luz por segunda vez. El soporte físico tradicional aún permite la sorpresa del descubrimiento, algo mucho más difícil en el laberinto borgiano de los discos duros y las nubes virtuales. Al igual que un reciente hallazgo en Siberia ha permitido regenerar la planta más antigua de la era glacial, las fotografías también recuperan tiempos pretéritos que creíamos irrecuperables.

En la calle Malaya Sadovaya una escultura de bronce no se cansa de tomar fotografías a los paseantes. En una mano sujeta un paraguas mientras que con la otra enfoca una cámara de gran formato. Un pequeño bulldog aguarda, entre las patas del trípode, a que su amo, de aspecto prusiano y tocado con un bombín, presione el disparador. Es el momento previo a la congelación del instante. Karl Bulla, a quien está dedicada la escultura, abrió su primer estudio fotográfico en el número 61 de esa calle. Es un ejemplo del fotógrafo cuyo trabajo emerge del conocimiento profundo de la química y la técnica del laboratorio. Empezó como mensajero de una firma de componentes fotográficos, después pasó al departamento de manufactura de negativos de vidrio, luego se estrenó con un negocio propio de material fotográfico para después alcanzar la fama como el gran retratista de San Petersburgo. Su destreza técnica, sumada a una intuición artística refinada, le valió en 1886 un permiso oficial de la policía, que le otorgaba libre acceso a todos los rincones de la ciudad. Y aprovechó la situación. Hay pocos fotógrafos, incluso ahora, que hayan dominado con igual destreza un abanico de géneros tan amplio, desde la street photography hasta el retrato, desde el paisajismo hasta el puro documentalismo. Y, todo ello, con una cámara de gran formato. Alcanzó el zenit de su carrera al convertirse en fotógrafo oficial de la corte zarista y de la ciudad de San Petersburgo. Esta urbe sería mucho más desconocida para todos sin los más de cien mil negativos que se conservan de Karl Bulla. Nada ni nadie escapó a su lente: las infraestructuras, los retratos de la corte, las estampas íntimas de los Romanov, la intelectualidad, las catástrofes, la gente anónima, los desfavorecidos, las grandes hazañas. Fue el fotógrafo total.

De entre toda la enciclopedia visual de Karl Bulla, Valeri Katsuba, en su interés por conocer la vida de principios del siglo XX, centró su atención en las sociedades deportivas de San Petersburgo, ciudad que entonces marcaba las tendencias comerciales y culturales de Rusia y Europa. Nuestra relación con el cuerpo no es sólo un acto íntimo, sino que en ella está codificada toda la cultura de nuestro tiempo. Katsuba nos habla del primer club de fitness en San Petersburgo, abierto en 1885, de la voluntad del príncipe Volkonski para incorporar la gimnasia rítmica entre las mujeres o el sistema del doctor Vladislav Kraevski y sus tablas de pesas para alcanzar una buena forma física y belleza exterior. Asistimos al boom del cuidado personal, que cien años más tarde nos parece algo cotidiano, incluso la democratización de la cirugía plástica, el diseño del cuerpo a la carta.


De la autoafirmación de los deportistas en el estudio de Bulla al ejercicio del poder sobre la vida de los seres humanos descrita por Michel Foucault, hemos recorrido un buen trecho. Primero se purgó el deporte de las «reliquias burguesas». El objetivo primordial era el fortalecimiento de toda una sociedad enferma por la guerra. La URSS instauró el programa GTO obligatorio, en virtud del cual todos los estudiantes debían alcanzar unos estándares: es la construcción de una imagen del estado físico de una nación. Podemos remitirnos a las fotografías de Magaziner de las sociedades deportivas, previas al triunfo de la biopolítica de los años treinta y cuarenta, esto es, el realismo socialista bajo la forma de grandes desfiles en la Plaza Roja, pirámides humanas. Para la celebración de las Olimpiadas de 1980, la URSS se había convertido ya en un país de atletas. Y ya no se hacían distinciones, cualquier modalidad era buena para enviar un mensaje triunfal al mundo.

Conversamos con Valeri Katsuba sobre su serie «Physcultura» y sus nuevos proyectos y exposiciones.

  

Ferran Mateo (RH).- ¿Cómo llegaste a la fotografía?

Valeri Katsuba.- Antes de dedicarme a ello fui marinero. Escogí esa profesión porque enrolarme en un barco era la manera más sencilla de conocer mundo. Tenía la obsesión de que si no ampliaba horizontes mi vida pasaría sin pena ni gloria. Conocer otras coordenadas mediante el viaje se convirtió en mi tabla de salvación. Luego resultó que el tipo de experiencia que obtenía navegando se volvió insuficiente. Así que me dediqué a otra profesión, la de escritor y periodista. Pero la escritura también dejó de satisfacerme, así que la abandoné. Durante esa crisis creativa -corría el año 1999-, me dio por ir a la biblioteca y ponerme a leer las noticias de los periódicos de 1901, acerca de cómo había acogido San Petersburgo la llegada del nuevo siglo… precisamente el siglo que nosotros estábamos a punto de abandonar. Y surgió en mí la pasión por la historia. Además de las bibliotecas visité el Archivo estatal de fotografía y cine documental para saber más de esa época.

El archivo fue una pequeña epifanía. Contemplaba rostros de épocas pasadas, sus ojos brillantes y llenos de esperanza, cuando me di cuenta de que toda esa gente, en plena celebración del nuevo siglo y ataviada de disfraces, se vería inmersa unos años más tarde en la Primera Guerra Mundial, luego la Revolución… y entendí que esas fotografías me decían muchas más cosas que los periódicos. La mayoría habían sido tomadas por Karl Bulla, que se convirtió en una inspiración para mí, un ejemplo de sencillez, claridad y fuerza expresiva a la hora de inmortalizar a sus contemporáneos. Entonces decidí probar suerte y transmitir lo que yo quería decir a través de la fotografía. Y así empezó todo.

RH.- Háblanos un poco de tu experiencia literaria.

VK.- Mis tentativas como escritor y mi profundo amor por la literatura, en particular por Chéjov y Cervantes, se reflejan en mis «historias visuales». Por ejemplo, «Lejos de casa», un proyecto que he iniciado y no sé adónde me llevará, es la historia de un marinero que ha perdido su casa, el amor, también a sí mismo, y se pone a viajar con la esperanza de encontrarse. Me está sirviendo de espacio de experimentación. Hoy se pueden fotografiar muchas cosas pero ¿cómo se fotografía un verso, o el canto de la cigarra?

RH.- ¿Qué es lo que más te ha sorprendido de la obra de Karl Bulla?


VK.- La simplicidad con la que representa a las personas y los acontecimientos. Su habilidad para fotografiar a los individuos dentro de un contexto, un paisaje, un club deportivo o una fábrica. Son escenas sencillas pero, en ellas, a través de una clase de baile, un paseo de la familia imperial por el jardín o un barrendero limpiando la calle, transmite la historia del tiempo, el «Zeitgeist». Si reuniéramos todos los disparos de la cámara de Karl Bulla obtendríamos un retrato enciclopedista de toda una época. Una colección de imágenes a las que sólo les falta el pie de foto. Evidentemente, ese tiempo ya no volverá, cualquier pasado es irrepetible. La sencillez es esencial en la fotografía, el detallismo también. Bulla sorprende por su gran calidad, lo cual le ha permitido superar el examen del tiempo. Sus imágenes desprenden tanta vida como hace un siglo. Se percibe el enorme esfuerzo que hay detrás de cada imagen, comparable al de un pintor, un Ilyá Repin, un Isaac Levitán. Entonces no se podían hacer tantas pruebas, disparar decenas de fotografías hasta conseguir algo que valiese un poco la pena… todo dependía de la destreza. El fotógrafo era como un bailarín solista en escena, no tenía margen de error.


RH.- ¿Se podría decir que tu fotografía también nos habla de un mundo perdido?


VK.- Seguramente me haces esta pregunta por la serie «Las estaciones, mis amigos». Al ver fotografías del pasado, nos parece que un tiempo feliz se ha ido para siempre. No hace mucho volví a Rozhdesveno, una población cerca de San Petersburgo donde, durante tres años, un amigo muy querido, Yura Vinogradov, y yo alquilamos una pequeña casa a orillas del Oredezh, justo en frente de la mansión de Vladímir Nabókov. Allí recibíamos a nuestros amigos y pasábamos el tiempo entre baños, paseos y conversaciones. En todo había inocencia, pureza e ingenuidad, tal vez igual que hace cien años. Nos parecía que lo mejor estaba por llegar. Hace poco murió Yura y volví a Rozhdesveno. Contemplé aquella casa, ahora ocupada por otras personas, y comprendí que aquel era un «paraíso perdido». Mi serie fotográfica habla de que en la vida siempre nos acompaña un «paraíso perdido».


RH.- ¿Cómo cree que abordó Karl Bulla el género del desnudo?


VK.- Karl Bulla era un naturalista. Yo sólo he puesto color a sus fotografías. Él veía a los deportistas como héroes. De alguna manera lo eran. Fotografió a campeones del mundo de lucha clásica. Se interesó por la esencia heroica de los deportistas y su cuerpo como instrumento de sus hazañas. En diálogo con la tradición clásica, creó algo así como un híbrido, la «fotoescultura». Y, al igual que Miguel Ángel, subrayó la naturaleza heroica del retratado, su naturaleza sublime. El más cercano a él tal vez sea Robert Mapplethorpe. Se podría decir de él que es un continuador involuntario. Ambos utilizan el desnudo como la forma más convincente para transmitir la esencia heroica, noble y frágil del hombre.


RH.- ¿Cómo crees que se trató esa temática en los EE. UU. en la primera mitad del siglo XX, con figuras como George Hoyningen-Huene y su generación, a quienes podemos relacionar, por ejemplo, con la pintura de Deineka?


VK.- Aleksandr Deineka y Georg Hoyningen-Huene fueron artistas contemporáneos y a ambos los admiro mucho. Nacieron y murieron en fechas similares. Uno, Deineka, procedía de la cultura obrero-campesina, mientras que el otro era aristócrata. Creo que los dos tenían la misma inspiración clásica, en dos lugares opuestos del mapa. Por ejemplo, en «Sebastopol, dispensador de agua Dinamo» (1934) de Deineka y «Horst con una modelo» (1930) de Hoyningen-Huene, vemos que hay similitudes formales, temáticas, pero al segundo le interesa más la luz y la composición, mientras que en el primero el protagonista es el volumen y el movimiento. Pero, de entre los dos, aunque compartan una misma sensibilidad y el sentido de la armonía, Deineka me resulta más cercano: primero vemos a sus héroes y sólo luego su desnudez. Actualmente suele pasar lo contrario: el fotógrafo se contenta con fotografiar la apariencia de la realidad, su envolvente. En cuanto a mí, ¿hasta qué punto me ha influenciado Aleksandr Deineka? Intento seguir el consejo de Leonardo: «aprende de la naturaleza». Por ejemplo, en la fotografía «Los hermanos Aliev luchando en el Mar Caspio» de la serie “Physcultura”, situé a los modelos en plena naturaleza. Tuve la idea mientras navegaba por el Caspio y vi cómo los jóvenes luchaban en la playa a modo de pasatiempo. Entonces apareció el color de Deineka.

 

 

RH.- También exploras otras disciplinas como la danza, el circo, el teatro. ¿Qué es lo que te atrae de ellas?


Uno de mis ídolos es Serguéi Diáguilev, que en los Ballets Rusos reunió a los mejores pintores, bailarines, músicos y coreógrafos del momento. El resultado de esa unión todavía sigue viva. Me interesa esa interacción entre las artes. Los bailarines, por su parte, trabajan con el movimiento y se acercan a nuestro ideal de belleza. Y los gimnastas aéreos hacen realidad nuestros deseos inconscientes de volar. Me inspira esa aspiración hacia un ideal.

 

 

RH.- ¿Cómo surgió la idea de «Air Flight»?


VK.- En mi infancia el circo soviético era muy popular y muchas veces lo emitían por televisión. Esa imagen, la de los vuelos circenses, se me quedó grabada en la memoria. Hace unos años, mi amigo Iliá Barkovski me invitó al circo. A él lo había invitado un acróbata. Luego fuimos a cenar con uno de ellos, Yevgueni Yefremóvich. Entonces le propuse tomar unas fotografías y a él le pareció bien. Yevgueni y su compañera Olga Golubevaia tienen una relación de mutua confianza, actúan sin red. ¿Cómo se puede expresar mejor la idea del amor? ¿Cómo negarme a tomar esos retratos?

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www.katsuba.net

 

Las series citadas en este artículo, menos «Air Flight», pueden consultarse en el catálogo «Phiscultura», de la editorial Turner.

 

Actualmente puede verse su obra en «ARTisARTisART» en el MOMA y próximamente en el International Art Edition Festival de Seúl.

 

Fotografías de Karl Bulla y Semión Magaziner gentileza del Archivo Estatal de fotografía y cine documental de San Petersburgo.

 En la Galería Sputnik de Nueva York participará en una exposición colectiva de fotógrafos rusos del 4 de marzo al 13 abril. www.sputnikgallery.com

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