Desde los tejados de Vitebsk, el mundo según Chagall

Ángeles, violinistas klezmer, parejas de enamorados, vacas voladoras, rabinos, samovares, sinagogas. El microcosmos de Vitebsk que hizo famoso Marc Chagall revive gracias a la pluma de Sfar. Si dijéramos que el libro es un simple homenaje o una biografía al uso del pintor estaríamos subestimando la mirada del ilustrador francés, cuyas últimas experiencias detrás de la cámara demuestran su versatilidad y, sobre todo, su capacidad para crear nuevas interpretaciones sobre personajes conocidos. “Chagall en Rusia” es un recuerdo de la infancia y una denuncia a través de una máscara.

Un recuerdo y una frase, unidos por un nexo común, son el origen de esta novela gráfica que relata las desventuras del Chagall preparisino decidido a convertirse en artista a toda costa. El recuerdo es el de las primeras pinturas que Sfar, de pequeño, vio en vivo en el Museo Chagall de su ciudad, Niza. Las obras de arte que sorprenden cuando uno no es prisionero todavía del llamado gusto y que penetran en el inconsciente por la puerta trasera de la infancia, tarde o temprano, acaban emergiendo en la producción del futuro artista. La explosión de color de Marc Chagall –capaz, como Franz Marc, de pintar una vaca amarilla o verde para enfado de los comisarios políticos- y su personal galería de motivos parecen interpelar directamente al niño, porque el mundo de Chagall, el Vitebsk ingrávido, es una reconstrucción de lo que ese espectador menor de edad vive en ese justo momento sin precisar de la memoria: la infancia. Ese Vitebsk, la ciudad floreciente cuya población era más de la mitad judía, fue testigo de los pogromos y de una Segunda Guerra Mundial que dejó en la ciudad tan solo 118 supervivientes, como recoge el ensayo “Vitebsk, the life of art” de Alexandra Shatskikh. Y de esa experiencia histórica se desprende la frase que Sfar, de familia argelina mitad sefardí y mitad askenazi, reconoce como inspiradora de toda su obra: “Quisiera coger a todos los judíos de mi pueblo y meterlos en mis pinturas; allí sí estarían a salvo”. Son palabras de Chagall.

Fragmento de «Chagall en Rusia». © Joann Sfar

 

La historia que plasma Sfar no es ni mucho menos amable y naif, como sería si se tratara de una lectura tópica de la obra chagalliana. A pesar del colorido y el trazo aparentemente infantil del ilustrador francés, no hay tiempo para florituras y ya en las primeras viñetas un personaje que se cree Jesucristo recibe palizas de unos y otros. Sí, hay bastante violencia, pero no es una violencia fruto de la imaginación de Sfar, sino de la propia Historia. Y para relatar la violencia extrema e incomprensible qué mejor que la ficción. Sfar conoce bien a Chagall, a él consagro su tesina, y fue uno de sus “vecinos” en Niza. Esa admiración hace que, a veces, creador y personaje se confundan, los papeles se intercambian. Físicamente, el dibujo de nariz puntiaguda y ojos azules de «Chagall en Rusia» es el pintor y muchos son los detalles y guiños de su vida que pueblan las viñetas, desde luego, pero por ahí también campa Joann Sfar disfrazado de Chagall, que nos habla de las matanzas de judíos, de personas que no entienden qué es el arte y lo aborrecen y del peligroso tedio que empuja a la violencia. Por eso no faltan los rabinos, un pragmático carnicero judío, el mundo del teatro en el que tanto se involucró Chagall, las cabras, la interpretación de los sueños, los teatros de ópera y un amor de juventud cuyo padre no cree que la pintura sea un trabajo respetable. Habla Chagall en la novela gráfica, pero también se evocan las ideas de Sfar. ¿Es Chagall una máscara? ¿Para hablar de qué?

 


Ilustración de «Chagall en Rusia». © Joann Sfar

 

En un canal de televisión francés, Sfar explicó que, para él, no tenía mucho sentido la actitud ante la Historia que se limita a ser memorialista. Hay que estudiarla, y mucho. En su blog personal, a la pregunta de cuál es el tema de «Chagall en Rusia», responde en esa misma línea:


«”Chagall en Rusia” habla del genocidio de los judíos. Nada que ver con Alemania esta vez. Y creo que lo sucedido en la Segunda Guerra Mundial ha eclipsado los hechos ocurridos en Rusia durante siglos, y es preciso contarlos. (…) Por supuesto todo el mundo conoce (o eso espero) las tragedias en Kishinev o en Odesa que aparecen en mi otra novela gráfica “Klezmer”. Pero, ¿quién ha hablado del ataque a los judíos por parte del ejército blanco, la caballería polaca y los cosacos… Y no pretendo hacer ninguna crítica que se pueda relacionar con el «negocio de la Shoah», todo lo contrario. (…) Lo esencial es comprender por qué mata la gente. No pretendo que los lectores se sientan culpables. Simplemente cuento historias, mi sorpresa cuando descubro algunos hechos históricos. Y tanto mejor cuando no los entiendo, porque es entonces cuando es preciso crear una obra. En este sentido, Chagall y Gógol son muy cercanos entre sí porque nos cuentan la historia tragicómica de Rusia a su manera, desde su punto de vista. Y por ejemplo está “El libro de los pogromos” de Lidia Miliakova. Los historiadores rusos, al fin, empiezan a investigar sobre el tema, y eso es importante. Es importante no sólo para Rusia, también es una lección para el mundo».


 

  Joann Sfar © Gallimard

 

¿ Salvó realmente a alguien Chagall pintándolo en alguno de sus cuadros? ¿Qué poder tiene un dibujo o una pintura? No lo sabemos del todo, pero el Chagall-Sfar o Sfar-Chagall consigue hacer realidad su sueño de salvar a los judíos de su pueblo sirviéndose de un cuaderno de dibujo. Hasta llegar a ese punto final, la fantasía inteligente de Sfar nos ha guiado por una narración en la que el lector nunca sabe qué ocurrirá en la viñeta siguiente. Algo así como lo que pasa en los sueños, por eso los vivimos tan intensamente.

 

Joann Sfar (Niza, 1971), dibujante y guionista de cómic, director de cine. En los últimos diez años ha publicado una de las obras más interesantes y extensas del panorama del cómic internacional, tanto en títulos propios como en obras corales, como la serie “La Mazmorra”. Es licenciado en Filosofía y completó sus estudios de arte en París. Destacan, entre otras, sus versiones de «El principito» y las novelas gráficas sobre Pascin y Brassens. En 2010 se embarcó en dos proyectos cinematográficos como creador y director: «El gato del rabino», finalista a la mejor película de animación europea, y «Gainsbourg, vida de un héroe», que, de las ocho nominaciones a los César a las que optaba, se llevó los premios al mejor actor, mejor canción original y mejor ópera prima.

 

 

 

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