Un museo erótico en Moscú

Nada de sexo, somos soviéticos. O al menos así se decía en los años 80, a partir de una ocurrencia dicha durante un programa televisivo. Y quién sabe qué pensarían hoy Lenin, Stalin o Brezhnev paseando por los rascacielos de la Nueva Arbat, en el corazón de Moscú. De hecho, justamente aquí nació hace seis meses el museo erótico más grande de Europa del Este. El único en toda Rusia.

Foto de Kirill Lagutko

Ochocientos metros cuadrados que albergan un espacio de exposiciones, un salón-bar y el infaltable sexy shop. La idea, que surgió como una provocación –o, para usar las mismas palabras del director, como “una isla libre donde exponer lo que en Rusia se considera tabú”- sería de alguna manera producto de cuestiones políticas: “Hacer política acá no es fácil. Me animaría a decir que en Rusia casi no existe porque no hay oposición. Por eso me volqué a otros asuntos”, admite Aleksandr Donskoy, de 41 años, el empresario que hoy administra este extravagante museo rigurosamente pintado de rojo.

“En definitiva, también ésta es una forma de provocación”, explica Donskoy, vestido de negro en la penumbra de un diván escarlata. Desde la entrada asoman dos chicas jóvenes que se acercan al desnudo tamaño natural que flanquea la puerta. “El 66% de nuestros visitantes está compuesto por jóvenes de edades que varían entre los 19 y los 23 años. En su mayoría se trata de mujeres”.

Las chicas inician el recorrido. Observan a Lenin y Stalin representados como íconos de Andy Warhol en versión “audaz”. Se detienen en las ilustraciones japonesas del siglo XIX, en las miniaturas alemanas de comienzos del XX. Más de tres mil objetos expuestos, de los cuales muchos son reproducciones en madera y terracota acompañadas por fotografías y retratos. Formando un contorno se ven imágenes de películas francesas de los años 30.

Entre las piezas más antiguas figuran objetos de la Antigua Roma que se remontan al siglo I-II después de Cristo. Pero el récord lo ostenta la silicona: “Tenemos las muñecas más caras del mundo”, afirma señalando tres maniquíes. Uno de éstos cuesta 11 mil dólares. “Las piezas más bizarras provienen, sin embargo, de un anciano señor que durante años escondió una colección de caricaturas de la época soviética. Dentro de no mucho tiempo moriré, me dijo, y no quiero que mi mujer encuentre este tesoro. Fue así como donó al museo la colección de dibujos, que constituyen algunos de los ejemplares más curiosos que llegamos a tener”.

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