El MBA ruso

Graduados MBA de la Universidad de Skólkovo celebran su gran día

Graduados MBA de la Universidad de Skólkovo celebran su gran día

Hace tan sólo cinco años, lo que había aquí no era más que un trozo de campo de la región de Moscú con sus numerosos dientes de león y margaritas en flor. Ahora lo único que recuerda a una margarita es el avanzado centro de negocios, al observarlo desde arriba. Se trata de un proyecto del arquitecto británico David Adjaye hecho a base de cristal y hormigón. El campus de la escuela de negocios Skólkovo está dividido en una especie de pétalos. Al lado del edificio hay un elegante jardín que podría recordar a los espacios por donde se paseaban los personajes de ciencia ficción. Sin embargo, en el territorio de la fundación homónima, situado justo al lado, sigue reinando el mismo idílico ambiente pastoril que solamente se rompe, de cuando en cuando, por los chalecos naranja de los trabajadores.

A decir verdad, iba con cierto escepticismo a esta escuela de negocios. Últimamente, gracias a la moda por la innovación promovida por el gobierno, pocos se han resistido a la tentación de usar la marca Skólkovo. Se vende de todo con esta marca: desde complejos residenciales hasta vodka (bastante mediocre, por cierto). Hace unos tres años hubo una agitación parecida con el prefijo “nano”. Estas cuatro letras figuraban en los letreros de los talleres de coches, en las lavanderías y otros establecimientos no relacionados en absoluto con la alta tecnología química. Por eso, cuando me dirigía hacia esta escuela de negocios pensaba que en el mejor de los casos vería una facultad para niños de papá y en el peor, una nueva estafa escondida detrás de un letrero de moda.


Algunas de mis expectativas se han cumplido: a pesar de contar con la participación de un arquitecto de prestigio y un presupuesto más que digno para las obras (alrededor de 250 millones de dólares), el campus parece un centro comercial normal y corriente. El parecido sólo se rompe con las inscripciones de las paredes: India, China, Singapur, etc… De esta manera se identifican las áreas temáticas donde se estudian las regiones correspondientes.  Por el campus deambulan lánguidos jóvenes de ambos sexos con los inevitables dispositivos Apple en las manos: los típicos jóvenes emprenderores (wannabe startupers) que se representan en los programas rusos de humor. La palabra startup se usa constantemente y se ha desvalorizado últimamente, porque los recién licenciados de las universidades de prestigio se han acostumbrado a llamar así a cualquier tipo de idea medianamente original. “¿Dónde trabajas?” “Tengo un startup propio”, le responderán. En las ciudades de provincias los adolescentes activos sueñan con ser funcionarios y los pasivos, con ser gángsters. En la capital, los jóvenes  pasivos pretenden (o ya son) hipsters y los activos, startupers, impulsores de una nueva tendencia innovadora (la palabra clave es esta: “innovación” ) cuyo sentido oculto no entiende nadie, excepto de ellos mismos. Normalmente, el proyecto se limita a la modificación de turno de Linux, que apenas tiene repercusión, pero  hay excepciones. Por cierto, en Skólkovo estas excepciones son la mayoría.


Irina Línnik es de estas personas. Sentada en el restaurante de Isaac Correa, tan de moda en Moscú, mira atentamente la pantalla de su  Mac. A diferencia de otros usuarios, no oprime constantemente el botón de “me gusta” ni reenvía la foto de turno con gatitos, sino que está en contacto con sus socios para temas empresariales. Irina se ha inventado “El botón de la vida”, un dispositivo muy sencillo y útil para rusos con padres mayores. “No es ningún secreto que el sistema público de sanidad en nuestro país está lejos de la perfección”, comenta Línnik. “Incluso si uno llega a contactar por teléfono con urgencias, no está garantizado que la ambulancia llegue rápidamente. Yo también tengo una abuela mayor, así que es un tema importante para mí. Por eso inventé un botón especial que uno puede colocar en un teléfono móvil o en una pulsera”. Funciona incluso si la persona se ha caído y está inconsciente, porque lleva un sensor de movimiento incorporado. Más tarde, la señal va a una centralita donde se descifra. En la base de datos se consultan los datos del cliente que está en peligro: su historial médico, sus seguros, contraindicaciones, etc. Después un empleado del centro se pone rápidamente en contacto con los parientes, que deciden si llamar a urgencias, a una clínica privada o si se las apañan ellos mismos. “¿Si me ha servido para algo la escuela de Skólkovo?” pregunta Línnik. “Claro que sí. Aunque estudié en la Universidad Nacional de Investigación – Escuela Superior de Economía (una universidad bastante prestigiosa), mis profesores nos metían en la cabeza que era malo ser empresario. Ha sido aquí donde me he dado cuenta de que eso de ganar dinero no sólo es bueno, sino también interesante”.


Irina Prójorova, directora de desarrollo de la escuela de negocios, tiene una opinión parecida. “Durante mucho tiempo, en nuestro país se pensó que trabajar y, más aún, ganar dinero, era algo vergonzoso. Por lo tanto, nuestra misión consiste en devolver a la gente el respeto por el trabajo honesto. Se puede decir que implantamos la ética protestante”.


La verdad es que la implantación sale cara: un curso de administración de empresas de año y medio cuesta alrededor de 60.000 euros, algo comparable a los gigantes del mercado de la talla de INSEAD y la London Business School. Aunque parece que la inversión vale la pena: los estudiantes hacen prácticas en el campo de acción, viajan a las regiones rusas para desarrollar proyectos, van a diferentes países BRICS con sus ideas, y al terminar el curso pueden hacerse con un “ángel empresarial” de los que los acólitos de la escuela hablan con admiración. Nos referimos a un inversor. Es frecuente que durante los estudios, los alumnos elijan un instructor entre los empresarios rusos, incluidos miembros de los consejos de administración de diferentes empresas. Si las ideas del estudiante le gustan, se implementan rápidamente y el estudiante tendrá garantizado un futuro radiante. Por ejemplo, se ha aprobado la idea de convertir a través de un proceso químico, la madera blanda en madera dura, así como la de reducir los gastos y el tiempo de espera a la hora de controlar la calidad del acero fundido.La principal diferencia entre los startups de Skólkovo y el resto radica en que aquí el investigador no recibe dinero sin que se sepa adónde va a ir, al contrario, el modelo de inversión está reglamentado de una manera muy estricta, y la mayoría de los inventos se implantan después en grandes grupos industriales rusos.


En general, toda esta historia de la incubadora empresarial me recuerda a ese episodio de Tom Sawyer en el que el protagonista no quería pintar la tapia con sus propias manos, pero llegó a convencer a todo el mundo de lo maravilloso que era pintarla, e incluso sacó cierto beneficio con ello. No es ningún secreto que la mayoría de las empresas rusas están viviendo un período de estancamiento: el personal antiguo, proveniente del funcionariado soviético, ha agotado su potencial y el nuevo no quiere trabajar, sino cobrar desde el principio un alto sueldo, pero sin innovar. Así que para no poner en peligro el prestigio de sus empresas y, al mismo tiempo, conseguir los objetivos, una serie de representantes de la élite empresarial rusa decidió crear un lugar donde los portadores de ideas reales paguen por entregarla y desarrollarla. En cualquier caso, es una estrategia que se autojustifica, y de la que quedan fuera aquellos wannabe-startupers que simplemente no disponen del dinero necesario. Es cierto  que siempre habrá gente a la que unos padres ricos le paguen los estudios. Mi impresión personal fue que eran la mitad o al menos un tercio de los alumnos. Pero el resto rentabilizará todos los gastos al aportar ideas frescas a las empresas y tampoco quedarán en una mala situación. El pago no es tanto por los gastos de la escuela, aunque sean bastante altos, sino  por una especie de pase de acceso a un tipo de sociedad, a la cual antes sólo se podía acceder o bien naciendo en ella, o bien disponiendo de un capital varias veces superior a 60.000 euros.


Para ser justos, hay que señalar que los mayores beneficios de la escuela de negocios no provienen de las matrículas del MBA, sino de los programas corporativos de formación. Entre los clientes hay empresas de la talla de TNK-BP, Gazprombank, Beeline y Ernst & Young.  El analista de la filial británica de Deloitte, Steven Peers, explica el interés de una manera muy simple: “Si tiene en cuenta el apoyo tácito a la escuela por parte del presidente Medvédev, la popularidad se explica fácilmente: las tendencias que parten de las autoridades siempre están de moda, se trate de un interés por los nuevos dispositivos o de una escuela de negocios. Pero dentro de poco Rusia tendrá un nuevo presidente cuya tosca imagen no se corresponde en absoluto con los valores de Skólkovo”.


En cambio, Irina Prójorova, directora de desarrollo de la escuela, no está de acuerdo: “El país siempre necesitará gente que sepa pensar y que aporte beneficios. No es ninguna exageración decir que nosotros, en la medida de nuestras posibilidades, nos dedicamos a crear una generación así. A juzgar por el interés que muestran por nuestros alumnos no sólo los círculos empresariales, sino también las estructuras de la administración estatal, nuestro proyecto tendrá éxito independientemente de las indicaciones de arriba”. Es una afirmación difícil de rebatir, sobre todo cuando últimamente Vladímir Putin habla de la importancia de las inversiones extranjeras para el futuro de Rusia. Es evidente que una escuela para emprendedores es una buena manera de atraer estas inversiones.

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