Alisa Ganieva Foto: Ferran Mateo
Rusia Hoy: Pasaste tu infancia en Gunib, un pequeño pueblo de Daguestán, luego te mudaste a la capital, Majachkalá, y ahora vives en Moscú. ¿Cómo te han afectado estos cambios?
Alisa Ganíeva: El cambio de vivir en una aldea de montaña, Gunib, a una ciudad supuso para mí un gran choque. En Majachkalá tuve que ir a una escuela donde no hablaban mi lengua natal, el ávaro, sino el ruso, que por aquel entonces yo desconocía. El cambio de Majachkalá a Moscú fue mucho más fácil. Aunque bien por mi larga trenza, bien por mi aspecto caucásico, la policía me paraba a menudo y me retenía en comisaría. Lo que les turbaba, sobre todo, era mi apellido, pues en aquellos años aún vivían las terroristas Ganíeva, unas hermanas de Chechenia. Al mismo tiempo, el sinfín de impresiones vívidas y la sensación de total libertad hicieron de esa primera época en Moscú un tiempo sumamente hermoso.
RH: ¿Cuándo y cómo nació tu interés por la literatura?
Alisa Ganíeva Foto de Ferran Mateo
AG: Pese a lo que se pueda creer, en Daguestán hay una fuerte tradición literaria, siempre ha contado con poetas brillantes. El problema es que ahora, a causa de la desaparición de la lengua y la degradación general, los jóvenes apenas conocen a los autores antiguos. Por ejemplo, mi abuela recitaba de memoria poemas enteros en ávaro, pero yo ya no los conozco. El hecho es que la enseñanza de la literatura daguestaní en las escuelas tiene un nivel muy bajo. En cambio, la literatura rusa tal vez sea la asignatura más importante. En este sentido, lo realmente negativo de Daguestán es que no se tiene la menor idea de cuál es el proceso literario real y, en los mostradores de las librerías, debido a la mala distribución, escasean las novedades y los ensayos. Por lo demás, éste es un problema habitual en todas las provincias rusas.
Alisa Ganíeva ¡Bienvenidos Dalgat!
RH: Los dos relatos que ha podido conocer el lector español, «Salam, Dalgat» y
«Demonios», están ambientados en tu tierra natal. ¿Daguestán es tu fuente
principal de inspiración? ¿Has utilizado tu mirada personal, como «extranjera»,
para enfrentarte a la realidad de una gran metrópolis como Moscú?
Mi prosa sobre Daguestán es la obra de un autor-personaje de nombre Gulá Jiráchev. Distingo rigurosamente lo que escribo basándome en el Cáucaso, que firmo con ese seudónimo, de mis artículos periodísticos, reseñas y mis cuentos semiinfantiles, herederos de Carroll y Daniil Jarms. Es una división particular de la conciencia. Sobre lo que no me atrae escribir ahora mismo es de Moscú. He leído demasiada prosa contemporánea sobre la capital rusa y es posible que me haya intoxicado un poco.
RH: ¿Qué significa ser un joven escritor en Rusia y, especialmente en
Daguestán, ser una mujer escritora?
Poliot Arjeopatérixa (El vuelo del Arjeopatérix)
AG: Ser «joven escritor» se ha convertido prácticamente en una marca. En esto ha desempeñado un papel importante el premio DEBUT para autores menores de veinticinco años. En la última década ha crecido toda una nueva generación de veinteañeros y treintañeros, muy diferentes por método artístico, recepción y estilo, pero unidos por unas temáticas y estados de ánimo comunes, como el enajenamiento, la protesta o el escapismo. En cuanto a lo de ser mujer escritora, en Rusia se suele utilizar el término «prosa femenina» como sinónimo de literatura ligera, superficial, destinada únicamente a mujeres. Existen ciertos prejuicios y eso fue lo que me llevó a adoptar un seudónimo masculino.
RH: ¿Por qué «Salam, Dalgat»? En otras palabras, ¿por qué lo escogiste para presentarte en el ámbito de la literatura para adultos? ¿Cuál ha sido su recepción?
AG: «Salam, Dalgat» es un relato corto pero muy denso. Allí he introducido casi todo lo que es posible decir en pocas palabras de una parte de Rusia que, por alguna razón, no se percibe como tal. En la literatura rusa, ya en tiempos de Tolstói o de Lérmontov, existía una prolífica tradición de cómo describir el Cáucaso. El carácter poético de este territorio (el impetuoso río Terek, las cimas nevadas) constituye un cliché que decidí obviar. Probablemente ésa sea la razón de que el relato suscitara una indignación tan violenta entre mis paisanos. El estereotipo según el cual se presentaba el Cáucaso había quedado roto. Por entre la admiración y el éxtasis ante esa tierra, se deslizó una realidad árida, no demasiado agradable. Yo muestro el Majachkalá contemporáneo, sin adornos, degradado, y los lectores de mi tierra (entre ellos, también mis padres y parientes cercanos) dan la espalda a esa realidad y ponen el grito en el cielo: «No, no, en nuestra tierra todo va bien».
Alisa Ganíeva Foto de Ferran Mateo
Por lo demás, no he cargado las tintas, he atenuado muchos aspectos. En la obra no se muestra el terror de la sangre ni escenas de violencia; al contrario, hay mucho humor. Las críticas más comunes que recibí de los lectores fue que era una blasfema, que traicionaba a su patria, que sacaba los trapos sucios a relucir. Si bien la gran madre Rusia ya fue «desenmascarada» en tiempos de Radíschev y Gógol, en Daguestán la conciencia arcaica no se ha quebrado, la literatura y la poesía son sagradas y los textos son canónicos. Creo que muchos de mis lectores compatriotas ni siquiera entienden por qué les indigna mi texto, no son capaces de ver que he roto un código de percepción inculcado en ellos. Pero para renovar el sistema, primero hay que hundirlo… Aunque no me atrevería a afirmar que en el Cáucaso mi relato no ha gozado de aceptación, en absoluto. Lo condenan, lo critican, pero lo leen, lo buscan en Internet, discuten sobre él en los foros. En la Rusia central el interés por mi obra también es heterogéneo: algunos ven con gran simpatía ese «país exótico», otros declaran directamente que ese tipo de literatura les resulta indiferente.
RH: En «Demonios» explicas una realidad dura de Daguestán. Parece que hay una gran tensión entre las viejas costumbres y la cultura moderna…
AG: Daguestán es un lugar único: hay muchas cosas prohibidas y al mismo tiempo todo es posible. Reglas de conducta rigurosas y rasgos de totalitarismo político conviven con una insólita libertad de expresión, de indulgencia y de tolerancia nacional. En este lugar, durante cientos de años vivieron codo con codo más de cien nacionalidades y se derrumbó, literalmente, un modo de vida milenario, destruyendo prácticamente la conciencia nacional y la cultura local. La revolución bolchevique, la nacionalización de las tierras, la colectivización, la deportación, la migración forzada de los montañeses a la llanura y luego la perestroika, la guerra en Chechenia, el cierre total de la industria, el paro de la comunicación ferroviaria con Rusia: es imposible que todo esto no influyera en la mentalidad de sus habitantes. Escribo sobre esta tragedia de pérdida, pero no directamente, no en forma de llanto o de elogio, sino fijando de un modo sobrio los cambios más desagradables.
Alisa Ganíeva Foto de Ferran Mateo
En general, el Cáucaso tiende a un eclecticismo donde se mezclan la jovialidad con la crueldad, las cruces y los rosarios con los bíceps. Hay una mezcla de lo más variada: desde la fe semipagana en milagrosas inscripciones árabes aparecidas en el cuerpo de un bebé hasta la comprensión profunda de la filosofía oriental. Simplemente, la religión es una llave que lo explica todo, hasta la menor bagatela. Las leyes laicas se desacreditaron definitivamente, por eso la gente busca sostén en las leyes del Corán. En particular, las personas poco instruidas o muy jóvenes, impresionables y románticas. Dejan a sus familias, abandonan sus proyectos y se marchan a los bosques para matar a los «renegados de la fe», en primer lugar a los policías. Su objetivo es alcanzar un estado islámico independiente en el Cáucaso del norte que viva según las leyes de la sharía. A mi modo de ver, semejante escenario sería mucho más funesto que la confusión total imperante hoy, caracterizado por la corrupción y la hostilidad mutua.
RH: Por las declaraciones de Olga Slávnikova, escritora y directora del Premio DEBUT, parece que hay una red literaria fuerte gracias a Internet. Pero ¿cuál es la realidad más allá de Internet? ¿Cómo describirías la escena literaria en Rusia?
AG: En realidad, todos nos leemos unos a otros por Internet. Por lo que respecta al mundo literario, este se concentra casi totalmente en Moscú. Los clubes literarios, los premios, las presentaciones… Todo ocurre en su mayoría en la capital… Hay una centralización salvaje. Y no sólo en cuanto a la literatura se refiere.
Me parece que nos encontramos ahora en pleno proceso de regeneración de los géneros (en prosa, por ejemplo, han surgido las novelas-tebeo, etc.) Se trabaja de manera intensiva (a menudo desde un punto de vista antiutópico) el futuro y el pasado histórico (no sólo el imperial y el soviético, sino también el más reciente, el de los años noventa). El género de no ficción coincide con la ultraficción (ciencia ficción) a veces en un mismo texto. Las generaciones de escritores veteranos (Ulítskaya, Makanin, Slávnikova, etc.) conviven con las nuevas, y lo «supernuevo» se distingue notoriamente de lo anterior por su ausencia total de la memoria de la perestroika, es una nueva conciencia.
RH: ¿Cómo definirías la literatura postsoviética? ¿Qué relación tiene los nuevos autores con la tradición anterior?
AG: La literatura postsoviética es una búsqueda de estilo y una mezcla total de métodos. En los años 90 se alimentó de la tradición soviética anterior, dando a luz a un sinfín de juegos, parodias y reformulaciones posmodernas, a veces muy logradas. Ahora, con la llegada de las nuevas generaciones, la literatura postsoviética se está convirtiendo en nueva literatura rusa sin necesidad de “post”. No significa que la conexión se pierda (no se puede perder), sólo que el complejo ha sido superado, se comienza a trabajar con material nuevo, contemporáneo. Comienza a vaticinarse el futuro sin mirar con dolor el pasado.
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