Kazimir Malévich Caballería Roja, 1930 Óleo sobre lienzo. Foto de la exposición La Caballería Roja de La Casa Encendida
“Para un Estado revolucionario como el soviético, la cuestión de su relación se plantea de la siguiente manera: ¿puede dar la revolución algo al arte, o el arte dar algo a la revolución?"
Con esta frase definitoria, Anatoli Lunachrski, dramaturgo, crítico literario y político ruso, resumía en 1920 la imbricada relación entre arte y política de su tiempo.
Durante los años de la Revolución y los primeros años veinte, Rusia se quedaría sin su élite cultural. Unos mueren de hambre, otros de enfermedad, algunos son expulsados del país y otros sobreviven en el exilio. Vladímir Ilich Lenin, -el Vozhd del Estado-, con la valiosa ayuda de Trotski, puso todo su empeño en organizar una nueva intelligentsia que estuviera dispuesta a cooperar en la reorganización del país y que quisiera transmitir al pueblo los valores del comunismo. Lenin confió sobre todo en la alfabetización del pueblo y Stalin recuperó a algunos clásicos -excepto a Dostoyevski al que consideraba “nihilista y desmoralizador”-. Muy a regañadientes, Lenin aprovechó la fuerza mediática de la arquitectura, los carteles, el teatro, el cine, la fotografía, la radio o cualquier otro vehículo de comunicación que pese a su desconfianza, resultaron armas eficaces a la hora de propagar sus ideales de nación y progreso en el pueblo ruso. Con el título La Caballería Roja. Creación y poder en la Rusia Soviética de 1917 a 1945 (título que alude al libro de relatos de Isaak Bábel y a la famosa pintura de Malévich), La Casa Encendida en Madrid propone hasta el 15 de enero un recorrido donde se explica la crucial relación de la experimentación estética y su compromiso con la Rusia soviética de los años 20 y 30. Encontraremos obras de una amplia galería de literatos: Anna Ajmátova, Vladímir Mayakovski, Pasternak o Mijáil Bulgákov; y creaciones de otros artistas representativos: las pinturas de Vasili Kandinsky, Malévich o Isaak Brodski, y los fotomontajes de carteles políticos de Gustavs Klucis y Ródchenko. Algunos colaboraron con el régimen, otros sin embargo padecieron la purga de intelectuales que promovió Stalin a finales de la década 1930.
Aleksandr Deineka. Autorretrato, 1948. Óleo sobre lienzo. De la exposición de la Fundación Juan March sobre Deineka
Esta exposición comisariada por la especialista en arte ruso, Rosa Ferré, ha contado con la colaboración del Ministerio de Cultura ruso y la Cité de la Musique de París, y de otros catorce museos nacionales rusos que han cedido piezas de sus fondos, entre ellos la Galería Tetriakov y el Museo Estatal de San Petersburgo. La selección se completa con obras procedentes del Museo Nacional de Letonia, el Museo Nacional de arte Contemporáneo de Gracia y de la colección Guggenheim de Nueva York.
Aleksandr Deineka ¡Trabajar, construir y no lamentarse!, 1933. Litografía. Pertenece a la exposición de la Juan March sobre Deineka
La muestra que ocupa cinco salas del espacio expositivo, se completa con ciclos de música clásica y electrónica, conferencias, proyección de cortos y largometrajes de varias generaciones. La proyección del filme-ensayo del alemán Alexander Kluge: Noticias de la antigüedad de la ideología: Marx-Eisenstein-El Capital es una de las joyas del ciclo cinematográfico.
Gustavs Klucis Millones de trabajadores, uníos a la emulación socialista, 1927. Estudio para cartel Fotomontaje con recortes fotográficos, papel de color, gouache y lápiz sobre cartón. Foto correspondiente a la exposición de La caballería roja en la Casa Encendida
Otra exposición completa nuestro recorrido por este periodo casi desconocido de creación y arte revolucionario centrado en la época de Stalin. La Fundación Juan March presenta: Aleksandr Deineka (1899-1969) Una vanguardia para el proletariado, la mayor exposición celebrada hasta la fecha del máximo representante del realismo socialista, y a través de él, toda su época. A la entrada, el autorretrato del artista invita al espectador a conocer de cerca a este miembro de la vanguardia constructivista, agitador comprometido con la Revolución y con la construcción socialista de su país. Sus pinturas de grandes formatos, sus carteles, concebidos como una “bomba lanzada al corazón del pueblo”, sus ilustraciones para destacadas revistas y cubiertas de libros, sus mosaicos para las estaciones del suburbano de Moscú, encargo de Stalin, o sus intervenciones en los mausoleos de Lenin y Stalin, representan imágenes llenas de humanidad y al mismo tiempo de propaganda monumental donde se retrata la felicidad del proletario. Hombres y mujeres orgullosos de la transformación social de su nación, que trabajan aumentando la productividad en sus fábricas por iniciativa propia y que viven preocupados por el deporte y la salud. “¡Trabajar, construir y no lamentarse!” es el mensaje que puede leerse en una de las litografías de Deineka.
Aleksandr Deineka. En la cuenca del Don, 1947. Témpera sobre lienzo. Exposición sobre Deineka en la Fundación Juan March
Casi 250 obras, proceden fundamentalmente de la Galería Estatal de Tretyakov de Moscú y del Museo Estatal Ruso de San Petersburgo, así como de otros museos rusos y de colecciones privadas de España, Europa y Estados Unidos. Otra selección de obras de figuras de la vanguardia, Malévich, Ródchenko, Gustavs Klucis y de otros realistas como Kuzma Petrov-Vodkin o Aleksandr Samojválov, ocupan esta exposición que parte de los orígenes de la vanguardia y concluye con la muerte de Stalin en 1953. Esta interesante propuesta que también finaliza el 15 de enero, incluye un programa musical con obras de Aram Kachaturian, Shostakovich, Prokofiev y Sergei Rachmaninov, entre otros.
Constructivismo
El constructivismo —o productivismo, como también se le denominó— tenía evidentes raíces en las fábricas donde se forjaban destacamentos obreros. Ya no tenía sentido el viejo pintor de caballete, el artista dependiente del favor o del encargo de la declinante burguesía. Estos nuevos creadores utilizaban materiales industriales, como el hierro y la madera, y buscaron nuevas vías expresivas donde se unieran la pintura, la escultura, la arquitectura y el diseño. Crearon una nueva belleza que no estaba reñida con las fábricas ni con el trabajo obrero y al mismo tiempo participaron en la construcción del futuro, en la edificación del sistema socialista soviético.
Un día de nuestra vida según Bulgákov
Médico de profesión, Mijaíl Bulgákov (1891-1940) perteneció a esa generación irrepetible en la historia de Rusia en la que coincidieron Pasternak, Bábel, Mayakovski, Essenin, Nabokov o Anna Ajmátova. Conocido sobre todo por su extraordinaria novela El maestro y Margarita, publicada 26 años después de su muerte, Bulgákov escribió también numerosas piezas teatrales para el Teatro de Arte de Moscú, dirigido en ese momento por Satanislavki, y para el Bolshói. Pero casi todas sus obras nunca fueron representadas por expresa prohibición de Stalin que pese a la admiración que le profesaba, lo condenó a la censura y al ostracismo intelectual, especialmente a finales de los años 20 y primeros 30. Bulgákov quiso mantener su espíritu y su creación literaria al margen de la ideología que imperaba en su época donde escribir se convirtió en una cuestión de estado. Con su prosa denunció abiertamente las contradicciones del sistema soviético, la burocratización irracional del gobierno y los peligros de la cosificación marxista del hombre. La editorial Nevsky Prospects acaba de publicar Salmo y otros cuentos inéditos, un conjunto de relatos breves llenos de humor y humana compasión en los que el autor de Los huevos fatales retrata las dificultades de los más débiles para sobrevivir en la ciudad de Moscú y la picaresca que ponen en práctica los desesperados para burlar el control de papá estado. Para quien tenga curiosidad por saber cómo era la vida en Moscú en los años 20, Salmo y otros cuentos inéditos, resultará un descubrimiento gratificante.
Portada del libro de relatos Salmo y otros cuentos inéditos de Bulgákov
Nuestro admirado Bulgálkov se quedó ciego en 1939 y murió un año después. Los periódicos apenas publicaron unas líneas anunciando su muerte y ningún escritor consagrado lo acompañó al crematorio. Sólo sus amigos y lectores de manera clandestina se concentraron en silencio delante del Teatro del Arte y del Bolshói.
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