A la espera de la identidad cultural rusa

El requisito fundamental para participar en la exposición ha sido el siguiente: el artista debe “considerarse ruso, pero no tiene por qué serlo étnicamente”. La exposición estuvo abierta al público sólo cuatro días, sin embargo esta prisa contrasta con el profundo contexto social del cual surgió este proyecto.

Fotos de Alberto Sibaja


Tal y como ocurría en las muestras de arte no oficial de la época soviética –en exposiciones domésticas, en la exposición Bulldozer 1974- en el presente proyecto los métodos de la exposición resultan mucho más importantes que los propios exponentes. La propia participación resulta conceptualmente importante, un desafío al sistema social. “En realidad, los autores reunidos no presentar sus cuadros. Mostrar simplemente las telas vueltas hacia la pared, con una mención de la autoría ya conllevaría un determinado mensaje”, señala Alexéi Knedilakovski, autor del proyecto.

En contra de las expectativas, los trabajos presentados en la exposición resultaron, en general, no estar politizados. Entre los exponentes que ilustraron directamente el mencionado tema se encuentra la obra del artista Kama, que representa la firma “Rusia” con semillas de girasol sobre el fondo de la bandera rusa o la obra de Aziz Azizov bajo el nombre “Mantra de la franja media rusa”, donde se repiten muchas veces las frases “soy ruso” y “jalvá”. Por su parte, el lienzo “programático” de Lusine Dzhanián ocupó un lugar especial. En una pizarra escolar aparece dibujado con tiza el siguiente texto: “Al pueblo de la Federación Rusa, del artista Dzhanián L. Declaración. En base a los artículos 3 (apartado 1), 6, 19 (apartado 2) y 26 de la Constitución de la FR solicito considerarme ruso”.

Todos ellos trabajan en diferentes estilos; en la frontera entre el pop y el sots-arte, el conceptualismo, el expresionismo o el arte infantil. “Todo el tiempo esperamos gestos con una carga política pero nos olvidamos de que en la base de cualquier actividad expositora subyace la cultura –señala Alexéi Iorsh, curador de la exposición-. Hablando con propiedad, ella es la que se quiera mostrar o más precisamente modelar. Nos han acusado de algún prejuicio pero nosotros reunimos autores muy distintos a propósito. Aquí van algunos de los ‘típicos’ nombres: Mahomed Kadzháev, Lusine Dzhanián, Konstantín Inal-Ipa, Ribka Beliareva, Alexei Iorsh, Natalia Gueorgadze, Liana Gogoladze, Elena Jairulina, Nikolái Shináiev, Nikolái Dzhanián, Diana Jarbedia, Tivur Shaguinurov, Nikolái Gulián, Kama, Evguenii Feldman, Aziz Azizov. Como ven aquí hay judíos, georgianos, armenios, tadzhikos, calmucos… ¡quién será el que falte! Aunque para conseguir un efecto socio-político bastaría con los apellidos, nosotros quisimos que el proyecto resultara realmente artístico”.

Para participar en la muestra las obras tienen que tener algún tipo de contenido social (aunque sea en forma de parodia). Es posible que el el espectador casual, sin comentarios preliminares, no vea el trasfondo cívico, defensor de derechos, y el mensaje que late como una declaración en defensa del individuo en Rusia. Alexéi Knedliakovski aclara la parte “de manifiesto” del proyecto y su título: “En determinado momento comenzó a irritarme que alguna gente se colocase la camiseta con el lema ‘soy ruso’. ¿Por qué algunos nacionalistas resuelven por toda la sociedad que una gente pueda llamarse rusa y otra no? ¿Por qué la gente normal y entre ella, por ejemplo, la gente del arte, no pueden decir lo mismo de sí misma? Cualquier persona que se sienta ruso puede llamarse ruso. Aquí se han reunido artistas rusos. En la práctica, quitamos a los nacionalistas estas camisetas con consignas y las distribuimos entre los que están deseosos de ponérselas”.

De tal modo, los organizadores de la exposición se plantearon la tarea de rehabilitar el juego de palabras “soy ruso”, trayéndolo a un nuevo contexto de búsqueda de la identidad nacional. Como señala el filósofo y culturólogo Borís Groys, el ruso actual llega al presente no desde un pasado con una determinada tradición nacional y cultural, sino desde un proyecto de futuro radical y universalista, del futuro del comunismo. Nuestra identidad cultural en gran medida todavía depende del sueño soviético, en el que las identidades parciales se funden en un todo. Entre tanto, como se dice en el anuncio de la exposición, “Rusia es un gran lienzo en el que su pueblo se ha dibujado con diferentes pinturas. La fusión de técnicas, estilos y concepciones conforma la imagen del individuo ruso. Las alfombras persas, las ‘matrioshkas’ japonesas, el borsh ucraniano, el poeta negro Pushkin y el francés Fabergé. Ruso significa multifacético, conformado de invisibles y no siempre evidentes entretejidos de las más diversas culturas y tradiciones”.

El vernisage “Soy ruso”, una provocación aunque sea delicada según la expresión de Lusine Dzhanián, precipitó tormentosas y prolongadas discusiones en la blogosfera. Como señala Alexéi Iorsh, “este brote de actividad es una señal de la seria crisis de la identidad nacional. Aunque en aras a la justicia es preciso señalar que aproximadamente la mitad de los polemistas virtuales han aceptado la idea de la exposición o la han tomado con tranquilidad”. Posiblemente, la demostración de cómo funciona una obra de arte en la sociedad haya sido el logro más importante logro de este proyecto.

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