Cambio de imagen para Cenicienta

Georgui Isaakian tiene 43 años y es director del Teatro Musical Infantil de Moscú. Foto de Itar-Tass

Georgui Isaakian tiene 43 años y es director del Teatro Musical Infantil de Moscú. Foto de Itar-Tass

El director sacude levemente la batuta mientras el pianista situado en el foso sigue sus movimientos con atención. En el escenario, un tenor eleva la voz y canta un aria arrebatadora. Cuando entra el coro, el tenor cae al suelo y se retuerce como loco. “¡Corten!”, retumba una voz grave en el auditorio. Todo se detiene de inmediato. Un hombre fornido y de pelo oscuro, vestido con pantalones vaqueros, zapatillas y una camisa suelta, se sube al escenario de un salto y se pone a corretear de un lado a otro gesticulando desaforadamente, después tira su voluminoso cuaderno y acto seguido cae al suelo. “¡Así!”, exclama categóricamente, mostrándole lo que quiere ver.

El director Gueorgui Isaakian está dirigiendo un ensayo de una ópera infantil sobre príncipes y naranjas, hechiceras perversas y héroes. No quiere decir nada más, pero promete que “tendrá un giro inesperado”, al decirlo se le iluminan los ojos con picardía.

El Teatro Musical Infantil tiene el nombre el de su fundadora, Natalia Sats, y es único en su género. Da la impresión de que Georgui Isaakian se encuentra fuera de lugar en sus laberínticos pasillos. De camino a su oficina, Isaakian confiesa que a veces él también se siente así.

Olor a deterioro


Desde hace un año Issakian tiene a su cargo la producción y dirección de “la madre de todos los teatros infantiles”. Natalia Sats, fundadora y directora del teatro hasta su muerte en 1993, es una figura difícil de igualar. Era amiga de Ígor Stravinski, tocó música con Albert Einstein e inspiró a Serguéi Prokofiev para que compusiera “Pedro y el lobo”, obra que se estrenó precisamente en este teatro.

Sin embargo, todo eso fue hace mucho tiempo y hoy en día el teatro huele a deterioro. La madera y el parquet del escenario principal están estropeados y llenos de polvo. El repertorio en sí también está desfasado, ya que se basa principalmente en obras de la época soviética.

Mientras Issakian recorre los pasillos del teatro, pasa por delante de la oficina de Natalia Sats, que permanece cerrada desde el día de su muerte. En la puerta hay una placa dorada con su nombre grabado. El personal del teatro habla de ella con reverencia y en voz baja.

Teatro Musical Infantil de Moscú. Foto de Itar-Tass

Issakian dirige una mirada pensativa a la puerta. “Mi objetivo es crear un teatro nuevo que tenga un ambiente único, sin parangón, lleno de brío”, señala enérgicamente.

Los retos no son ninguna novedad para Issakian. Al finalizar sus estudios en Moscú se fue a Perm para asumir la dirección del teatro de ópera de esa ciudad. Era el inicio de la década de los 90 y el legendario teatro, con sus ciento cuarenta años de historia, se encontraba en un pésimo estado. Había un éxodo masivo de cantantes, directores y bailarines. Sin embargo, el joven director de sonrisa tímida no sólo lo recuperó sino que lo hizo famoso. “Pusimos en escena varias producciones que nunca se habían hecho antes”, señala con una sonrisa radiante al recordarlo.

Sus contribuciones más destacadas hasta la fecha han sido la ópera “Un día en la vida de Iván Denísovich”, basada en la novela homónima de Alexánder Solzhenitsin, y la única ópera de Beethoven, “Fidelio”, representada en un campo de trabajos forzados soviético, Perm-36.

El nuevo de reto de Issakian es la ópera infantil. Es muy consciente de que el público más joven ya no se deja influir tan fácilmente por el lenguaje tradicional del teatro. “Si representamos Cenicienta como se hacía hace treinta años, los más jóvenes no acudirán al teatro”, señaló.

De pronto se dirige rápidamente a la puerta de la oficina y sube el volumen de un pequeño altavoz negro. Es media tarde y en el escenario principal se está representando una ópera infantil. Issakian la escucha con atención unos minutos antes de fruncir el ceño y continuar con la charla.

“Los niños de hoy saben mucho más del mundo en general. El lenguaje simplificado de los cuentos de hadas ya no les resuena porque son testigos diarios de la violencia, el terror, la pornografía y los drogas, además de las horas que se pasan jugando con el ordenador o navegando por Internet. En lugar de utilizar imágenes, es necesario dirigirse a ellos de un modo más directo y hablar de sus problemas”, comenta.

“Yo no creo que la humanidad haya evolucionado tanto como para acabar sentándose en una oficina delante del ordenador”, señala Issakian. La cultura es lo único que puede conservar la humanidad de los humanos, que puede “retener una serie de valores que cada día son más escasos”.

Sin embargo, los niños no son el mayor problema al que se enfrenta Issakian, sino los padres, que representan al menos la mitad del público. Unos padres que pasaron por muchas privaciones en su infancia debido a que sus propios progenitores luchaban meramente por sobrevivir y no podían destinar sus recursos a la cultura. “Quieren recuperar el tiempo perdido; nosotros, desde el punto de vista teatral, tenemos que considerar dos objetivos y dos grupos de edad distintos simultáneamente”. A Issakian le gustaría lograr la revitalización del Teatro Natalia Sats y que se convirtiera en un lugar más accesible, en el que tanto niños, padres y los abuelos se sintieran como en casa.

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