Graffitis en el Reichstag
Karin Felix es una mujer alegre y simpática. Lleva muchos años a cargo de las visitas guiadas por el Reichstag, y es la mayor experta en las inscripciones dejadas en el lugar por los soldados soviéticos. Conoce al detalle cada una de ellas y, en algunos casos, no sólo la inscripción, sino también a su autor. Lo cierto es que se trata de una historia realmente curiosa, pues sólo se se sabe de su existencia desde 1991. Estuvieron ocultas durante décadas tras un tabique de yeso; aguardaban ser descubiertas para recordarle al mundo los horrores del pasado, cosa que no ocurrió hasta que se inició la reforma del Reichstag y se derribaron los blancos tabiques de escayola. Fue entonces cuando salió de nuevo a la luz la “antigua” y auténtica pared.También fue necesario someter las paredes repletas de autógrafos a una exhaustiva labor de rehabilitación para poder conservarlas. “Y es que en aquel entonces, en el Día de la Victoria, los soldados escribían con lo que tenían a mano.
En la mayor parte de los casos con carbón, a veces también con lápiz”, relata la señora Felix. Desde que se conoce la existencia de estas inscripciones, ella se ha ocupado de investigar su historia. Comenta que al principio no estaba tan claro si se iban a conservar y que se celebró una votación en el Parlamento alemán en la que no todos estaban a favor de su preservación. “Aunque por suerte la mayoría sí lo estaba”, ríe. Al parecer, no eran sólo las paredes interiores del Reichstag las que estaban cubiertas de inscripciones, sino que también debieron de estarlo las exteriores, aunque el paso del tiempo no ha dejado nada de estas otras rúbricas.
Se trata de conmovedores mensajes que, una y otra vez, hacen saltar las lágrimas de Karin Felix. “Mi mayor sueño se ha cumplido: pronto podré volver a casa”. O también: “De la caldera a Berlín, 8 de mayo de 1945”, y la firma. La caldera se refiere a Stalingrado. Si uno trata de ver en estas palabras algo más que letras y consigue ver a una persona de carne y hueso que logró llegar con vida desde el infierno hasta el Reichstag de Berlín, en una guerra cuyo fin parecía imposible, se le hace a uno un nudo en la garganta. “Todos los que llegaron ese día hasta aquí eran muchachos jóvenes, niños, en su mayoría”, prosigue con la visita Karin Felix. “Aquí, ésta es mi favorita”, dice de pronto señalando un pequeño corazón dibujado en un rincón de una pared: “Anatoli y Galina”, se lee.
Karin Felix habla tan bien ruso que entiende incluso las incontables palabrotas que también “decoran” las paredes del Reichstag. Cosas como “Hitler v zhopu” (“A la mierda con Hitler”) son las más suaves. “Creo que no se les puede reprochar que utilizaran inclusoexpresiones más duras”, sonríe la señora Felix. Por su parte, resulta realmente asombrosa la historia de las inscripciones redescubiertas por sus propios autores. A uno de esos veteranos Karin Felix lo llama cariñosamente “Papi”. El profesor Pavel Solotarejov tiene más de 80 años y es originario de San Petersburgo. También él estuvo en el Reichstag en 1945. El destino quiso que, varias décadas más tarde, al cabo de 65 años, Karin Felix –con ayuda de un equipo de televisión ruso que sabía por boca del propio profesor que su autógrafo debía estar en el Reichstag– trajera al excombatiente ruso hasta esa misma pared. “No se puede describir con palabras”, relata nuestra guía emocionada. También tuvo ocasión de contemplar las inscripciones un grupo de esposas de veteranos procedentes de la antigua Stalingrado. Algo más tarde, una anciana del grupo se acercó a Karin Felix y le contó que, al parecer, su difunto marido había estado allí. Él le había contado que había dejado su firma en los muros del Reichstag, pero ella no le creyó. A continuación le preguntó a la señora Felix si tal vez ella sabría dónde podía estar su firma. Por supuesto que Karin Felix lo sabía.
“Lo que esta mujer vio escrito en aquella pared no fueron sólo letras”. A menudo la señora Felix también acompaña a importantes visitas oficiales. Fue ella quien mostró las inscripciones a Gorbachov. También Putin estuvo allí, pero no quiso conocerlo. Ese día fue otra persona quien realizó la visita. La foto de ella y Gorbi cuelga, para orgullo de nuestra acompañante, en la pared de su despacho, al igual que una imagen suya con “Papi” ante la inscripción que él hizo.
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