El organista español Raúl Prieto Ramírez. Fotos de los archievos personales
El 27 de abril el organista español ofreció un concierto en la Casa Internacional de la Música de Moscú. Durante su corta estancia en la capital rusa ha concedido una entrevista exclusiva para Rusia Hoy en la que ha hablado del inicio de su carrera profesional, de la relación entre el público y el intérprete y del papel que tiene el músico en la sociedad.
¿Qué obras ha elegido para su concierto en Moscú?
Me gusta hacer programas mixtos, tener un público con diversos gustos o de diversa procedencia. El programa que he presentado en Moscú contiene distintos caracteres de música. Por ejemplo, muestro un Bach místico y luego más humano, más divertido incluso. Después interpreto la “Danza macabra” de Saint-Saëns que es una manera de introducir al público en un ambiente más poetico, y dentro de ese ambiente poético toco dos transcripciones mías de estudios de Franz Liszt. Empiezo la segunda parte con Mozart para poner un poco los pies en la tierra por razones de higiene. (Se ríe)
¿Tiene compositores preferidos? ¿Qué obras le parecen más fáciles de interpretar o más dificiles?
Depende del día. En general, cada compositor tiene sus peculiaridades, no hay uno que sea más difícil que otro. Las dificultades de interpretar a Mozart son muy distintas a las de interpretar a Brahms o Schumann. No tengo capacidad para compararlos. Para mí, es como si fueran joyas, y depende del día me apetece ponerme una u otra.
¿Por qué ha elegido el órgano? ¿Cuándo empezó a tocar este instrumento?
A los 11 años. Fue un encuentro casual. En Radio 2 había un programa de órgano de una hora cada semana. Me sorprendió mucho el sonido del instrumento, me empecé a aficinorar pero en mi pueblo no tenía acceso. Entonces empecé a ir a todas las bibliotecas de colegios y fotocopiaba la entrada de la palabra órgano en los diccionarios hasta que obtuve un dossier importante. Todas las semanas compraba un cassette y grababa el programa de Radio 2. Y así fui conociendo el repertorio del órgano antes de poder tocarlo. A los 13 años mis padres me compraron un pequeño teclado de plástico de cuatro octavas y empecé a aprender por mi cuenta.
¿No iba al conservatorio?
Sí, pero realmente no lo aproveché. Me echaban de clase continuamente, yo no quería ir, para mí no había relacición entre lo que hacía en la escuela y lo que aprendía en casa por mi cuenta. Eran como las antípodas. En la escuela teníamos un libro de solfeo que era insoportable para un niño de mi edad. Mientras que en mi casa me dedicaba a aprender a solfear leyendo partituras de Bach que me enviaba mi hermano desde Madrid, y aprendí a manejar el teclado tocando.
¿Cuándo empezó a estudiar música profesionalmente?
Con 18 años empecé a estudiar filosofía en Salamanca y simultáneamente música en el conservatorio. Me di cuenta de que lo que yo buscaba en la filosofía lo encontraba en la música. La razón por la que empecé a estudiar filosofía me llevó hacia la música.
¿Y cuál fue esa razón? ¿Qué estaba buscando?
Desde pequeño siempre he sido muy particular y siempre he tenido una manera de percibir las cosas como muy naturales. Incluso la muerte también me parece natural, por eso no me asusta. La fenomenología me permitía explicar mi forma de ver el mundo. Mientras buscaba las respuestas en la filosofía, conocí al director de orquesta Sergiu Celibidache y me di cuenta de que en la música podía encontrar más cosas, por lo que dejé la filosofía.
¿Qué lugar ocupa el órgano dentro de su filosofía de vida?
El órgano es un instrumento que me permite abarcar la totalidad del lenguaje musical. Es decir, la mayoría de los instrumentos de viento son homofónicos, solamente tienen una voz. Sin embargo, el órgano me permite dar la totalidad de la polifonía y de la tímbrica, en este sentido es más completo que el piano y otros instrumentos.
¿Qué profesores le guiaron en el inicio de su carrera profesional?
En Barcelona trabajé con el pianista ruso Leonid Sintsev, catedrático del Conservatorio Rimski-Kórsakov de San Petersburgo. No pretendía ser pianista pero me impresionó su manera de relacionarse con el instrumento y su forma de ver la música. De él aprendí la dignidad que debe tener un músico cuando se pone delante del público y la humildad que debe tener cuando se levanta cada día en casa para trabajar. Ludger Lohmann fue mi profesor de órgano en Stuttgart. Lo que soy ahora como organista se lo debo a él. Me descubrió durante un peridodo difícil en España y me invitó a Alemania, con él trabajé durante cinco años en Stuttgart.
¿Por qué se fue? ¿No encontraba una salida en España?
Para lo que yo quería hacer, no. Desgraciadamente la tradición organística en España y la manera de tocarlo no me ofrecían respuestas a lo que yo buscaba como músico. La escuela organística española tiene una manera limitada de concebir el órgano y tienen que pasar unos años para que pueda abrirse y ser más flexible a otras concepciones. En España se piensa sobre el órgano como se pensaba en Alemania en los años 60.
¿Cuándo llegó su reconocimiento y empezaron a invitarle al extranjero?
Uno de los primeros países a los que fui a tocar fueron los Estados Unidos.Fueron conciertos en los dos órganos más importantes del país. Supuso un trampolín enorme que me abrió los ojos. Vi que mi manera de tocar tenía un lugar en el panorama internacional. Después de mi examen en Stuttgart todo han sido éxitos: obtuve la máxima calificación, hice el posgrado de concertista solista que es el máximo reconocimiento del gobierno alemán. Ahora hago dos giras al año por EE UU, trabajo con el agente de organistas más importante de este país, a menudo voy a Inglaterra, también me invitan a Rusia cada año.
¿Cómo le recibe el público ruso? ¿Es diferente al público de otros países?
Me siento muy a gusto con el público ruso y el americano porque ambos tienen la capacidad de identificarse mucho con el intérprete. Vienen al concierto a recibir algo, notas que hay algo que fluye entre el público y el intérperte. Además, cuando acaba el concierto son muy agradecidos. Si les ha gustado te lo muestran. Yo salgo a escena para ofrecer algo al público y compartirlo. Cuando los espectadores esperan que le des lo que ellos quieren, entonces la cosa no funciona. Esto jamás me ha pasado en Rusia o en Estados Unidos.
¿Y el público en España? ¿Le conoce?
Durante un par de años llevé la dirección artística de la actividad del órgano del Auditorio Nacional de Madrid y funcionó muy bien. Antes hacía conciertos en la Basílica de Santa María de Mataró en Barcelona y tenía una media de 800-1000 personas. En Madrid no tenían público, apenas una veintena de personas según las cifras de taquilla y dejaron de hacer el ciclo de órgano durante un año. Al año siguiente me contartaron para que hiciera lo mismo que en Barcelona. Y en seis meses conseguimos que las cifras de taquilla fueran de 700-800 personas de media. Las cifras de asistencia se multiplicaron por 30. Creo que fue entonces cuando la gente me conoció en España.
Participa en diversos proyectos sociales, da conciertos para los niños, etc. ¿Por qué?
Me acuerdo de mí mismo con 11 años escuchando el programa del Radio 2. Ahora que he recibido formación y que la sociedad se ha gastado un dinero en ello, tanto en mi país como en Alemania, cuyo gobierno ha invertido en mí mucho más que yo mismo. Considero que tengo la responsabilidad de devolver una parte de esa formación para ayudar a otras personas a conocer el patrimonio cultural. Los músicos tenemos que bajarnos un poco del pedestal y entender que debemos llegar a la sociedad aunque no nos quiera oír. Es una batalla, la música pop está continuamente invadiendo el mercado y tiene un valor efímero. Sin embargo, lo que hacemos nosotros es realmente original, y no lo hacemos para ganar dinero. Tenemos que dar guerra y no situarnos en lo alto de un pedestal pensando que somos dioses.
La vida de un músico requiere una dedicación total: sacrificio, trabajo… ¿Cómo lo lleva?
Es una vida de ermitaño, el músico tiene que saber que no puede hacer su trabajo ni por dinero ni por vanidad. Tiene que hacerlo sólo porque cree que es importante y yo estoy convencido de ello. La música es la expresión más directa del alma, es practicamente aconceptual (a diferencia de la literatura o la pintura) y para interpretarla es necesario poner el alma en el escenario. No importa si al concierto vienen 50 ó 800 personas. La gente tiene que recibir algo que la vida diaria no tiene. No es posible sentir la emoción de la música de Liszt, ni entender el universo de Bach si uno tiene que levantarse a las seis de la mañana y acaba en un atasco para al ir a trabajar. Pero cuando el público puede vivir esa emoción en un concierto, la música hace que se sienta en armonía con el mundo.
¿Cómo suele ser un día normal de su vida?
Te levantas por la mañana, miras por la ventana y dices: ¡qué mundo tan bonito, hay que luchar y trabajar por él! Así que, te sientas al instrumento y dedicas las horas que hagan falta para conseguir que lo que suceda en la escena, vaya directamente al alma del que te está escuchando. No se trata ni de tocar más limpio, ni de tocar más rápido, se trata de conseguir que la música llegue al alma, y la manera de hacerlo está dentro de uno mismo. Si lo que tocas está en sintonía contigo, también estará en sintonía con el público. Y bueno, son horas y horas, soledad, mucha soledad, muchos hoteles y aviones. Pero estoy muy feliz con lo que hago y disfruto haciéndolo.
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